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Puerto Estelar Militar de Draconis, Reykjavik. Rasalhague
Condominio Draconis
23 de septiembre de 3019
El sol se había puesto hacía una hora, pero el cuarto aún estaba confortable. Theodore no sentía frío, especialmente donde la carne de Tomoe se unía a la suya, razón por la que no deseaba cubrirse con el edredón. Ya llegaría el momento. Por ahora, lo alegraba poder apoyar su brazo libre debajo de la cabeza y recorrerle el cuerpo con la mirada. Sonrió complacido de que aún fuera ella quien compartiera su lecho.
Sus pensamientos volvieron a los acontecimientos del día anterior, y se preguntó si no habría sido mejor que su padre hubiera muerto en el accidente. Si él, Theodore, estuviera ahora al mando, sólo los culpables se plantarían delante de los pelotones de fusilamiento. Sabía que el grupo era responsable de los actos de sus miembros, pero no lograba comprender cómo una joven podía ser juzgada por lo hecho por sus mayores.
Cuando regresó del encuentro con Takashi, había despotricado contra las ejecuciones, diciendo que sus represalias eran brutales y excesivas. Tomoe lo había oído con paciencia, dejando que se desahogara. Una vez agotada su cólera, lo llevó a la cama, donde lo aplacó y lo calmó. Tenía un notable talento para escuchar y ser una buena compañera de lecho. No quería perderla.
—To-chan, quiero casarme contigo.
Ella se quedó inmóvil al escuchar sus palabras, y transcurrieron varios momentos antes de que contestara.
—No juegues conmigo.
—No estoy jugando —insistió—. Lo digo en serio. Mi boda ha sido cancelada, y mi padre ha pensado en concertarme otra. El reino todavía necesita herederos. ¿Por qué no habríamos de proporcionárselos nosotros? Estamos enamorados.
Tomoe se deshizo de su abrazo y se sentó.
—Todavía sigues enfadado con él. Sólo quieres humillarlo casándote con tu amante guerrera. Mañana lo verás con más claridad.
—Entonces, hagámoslo esta noche —pidió Theodore antes de que ella pudiera esgrimir más argumentos.
—No es correcto.
—Estamos enamorados. ¿Qué podría ser más justo? —La única respuesta de ella fue el silencio. Sintiendo que había descubierto un resquicio en la armadura de su resistencia, continuó—: No es sólo para humillarlo. Si fuera así, me encantaría restregarle el matrimonio por la cara, ¿verdad? Podemos mantenerlo oculto; no lo sabrá.
—¿Nunca? —preguntó con incredulidad.
—Bueno… —Se detuvo, cogido en un plan francamente ridículo—. Indrahar nos ayudará a guardar el secreto durante un tiempo. Impedirá que mi padre quiera conseguirme una esposa por una temporada. Podríamos dejar que Takashi se enterara cuando nuestros hijos sean lo suficientemente mayores. Por ese entonces, será muy tarde para hacer algo al respecto. La dinastía tendrá a sus legítimos herederos. Y, con toda probabilidad, entonces dirá que lo había planeado él. De esa forma, se mantienen las apariencias. —Tomoe siguió en silencio, pero alargó el brazo para apoyarlo en su pierna—. Contesta que sí, to-chan.
Ella le acarició el torso mientras él trataba de reforzar sus argumentos. Finalmente, al ver que no prestaba demasiada atención, también él guardó silencio. Sabía que Tomoe tenía la mente en otras cosas y que sus palabras, sin importar lo racionales o enérgicas que fueran, no surtirían efecto en ella. La observó mientras le acariciaba la cicatriz que tenía en la cadera izquierda, la de aquella noche en la que Indrahar lo había convencido para unirse a los Hijos del Dragón.
—No la tendrías si no hubieras vuelto a luchar tan pronto después de que curó —comentó ella en voz baja, perdida en viejos recuerdos.
—Jamás te conté cómo la obtuve —dijo él, súbitamente cauto.
—Pero yo lo sé.
—¿Cómo? ¿Cómo podrías?
—Porque te la hice yo —contestó Tomoe. Theodore se incorporó de inmediato. La cogió por los hombros y la alzó para mirarla a la cara. Ella no se resistió—. La noche en que Indrahar te puso a prueba —continuó— estaba allí. Fui yo quien te cortó.
—¿Qué? —No era capaz de creer lo que oía. ¿Cómo podía haber estado presente?
—Soy una jukurensha de la Orden de las Cinco Columnas. Entrenada tanto en el ninjutsu como en las técnicas guerreras. —Él parpadeó sorprendido. «¿Una pilarina? ¿Una experta?» Jamás habría considerado tal posibilidad—. Aquella noche fue mi propio examen. Debía interceptarte y conseguir algo tuyo. Cogí tu bolsa, pero te herí en el intento. Tu dominio de las formas del Yagyu resultó demasiado bueno para que pudiera quitártela limpiamente. Creí que había fallado pero la jokan Florimel dijo que lo había pasado con éxito. No lo comprendí, pero me incliné ante su sabiduría. Luego me asignó una nueva misión: debía estar próxima a ti para protegerte.
»He fracasado en esta misión más que en la anterior, porque me acerqué tanto que me enamoré. Ya no tengo el distanciamiento necesario para mantener la claridad de mente y cumplir mi cometido.
Theodore estaba atontado. Había estado con Tomoe durante cuatro años en la Escuela de la Sabiduría. Había luchado con ella y contra ella en los ejercicios de combate. Se había mostrado distante y fría, pero jamás captó nada del entrenamiento de una monja pilarina. Era una guerrera, aunque los rumores dijeran otra cosa.
Entonces, recordó su cambio repentino el día de la graduación y adonde había conducido.
—Además —continuó, ajena a sus pensamientos—, no poseo ningún linaje. Lo que figura en mi registro militar es una mentira. No soy hija de una casa menor del distrito de Pesht. Mi padre era un agente comercial del planeta Volders, en el distrito de Rasalhague. Trabajaba para Envíos Isesaki. Cuando tenía tres años, mis padres murieron durante un ataque de la Casa Steiner. Las pilarinas me acogieron y educaron. Entre otras cosas, me entrenaron como un MechWarrior. Falsificaron mi historia para situarme en las tropas del Condominio. Cuando vieron que prometía, arreglaron las cosas para que ascendiera, hasta que, al final, acabé en la Escuela de la Sabiduría del Dragón. No poseo un linaje lo suficientemente elevado como para ser la futura esposa del Coordinador.
Theodore la soltó. Tomoe se hundió un poco pero, en lo demás, no pareció notarlo. Era maravillosa. Había creído conocerlo todo sobre ella, pero no estaba enfadado por su revelación; únicamente sorprendido. Le disgustaban los intrigantes y los mentirosos, pero le resultaba imposible odiar a Tomoe. Su esencia era pura y honrada, de una lealtad feroz. Con suavidad, le acarició el cabello.
—Yo no soy un esclavo de las apariencias como mi padre. No me importa si tus progenitores eran curtidores de piel o jugadores. Quizá la Orden haya conseguido meterte en la Escuela de la Sabiduría, pero fuiste lo bastante buena como para acabar los años de aprendizaje. Los dos sabemos que el viejo Cara Arrugada de Zangi jamás aceptaría un soborno para alterar la puntuación de un estudiante. Eres fuerte y capaz, hermosa y afectuosa. Quiero que seas mi esposa.
Tomoe lo miró con sus oscuros ojos. Buscaba en su interior, probando la fuerza de sus emociones. Aparentemente satisfecha con lo que por fin encontró, inclinó la cabeza. Aunque intentó ocultar la sonrisa con su cabello, él la vio.
—Para mí será un honor ser tu esposa, Theodore-sama —repuso con modestia.
La tumbó de espaldas sobre la cama, y vio su sonrisa radiante y la suya propia reflejada en sus ojos. Hicieron el amor para sellar el pacto, no sólo una, sino dos veces, antes de dejar las barracas a hurtadillas para despertar y sacar a un dormido monje budista de su celda y lisonjearlo hasta conseguir que legalizara sus juramentos.