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Escuela de la Sabiduría del Dragón

Kuroda, Kagoshima

Distrito de Pesht

Condominio Draconis

18 de mayo de 3018

Encontraron a Theodore sentado en un banco en un jardín tranquilo. A sus pies yacía una arrugada hoja de papel de arroz, cubierta por unos caracteres manuscritos.

Incluso en su desesperanza, Constance lo vio románticamente atractivo. El pelo oscuro un poco revuelto y el uniforme arrugado añadían un toque patético a su figura alta y delgada. Amante y niño en una sola persona. ¿Qué mujer podría resistirlo? «Si tan sólo no fuera mi primo», musitó para sí misma.

La tía abuela Florimel había percibido la brusca partida de Theodore del Pabellón Ágata y había enviado a unas ayudantes para que lo siguieran y le informaran dónde se detenía. Cuando recibió el mensaje, le ordenó a Constance que imprimiera una copia de un determinado archivo de computadora, sin dejar de criticar el tratamiento que Takashi había dado a su hijo. Desde su temprana infancia, Constance recordaba la amante preocupación de Florimel por Theodore. Florimel creía que era su karma ayudarlo y guiarlo hacia su destino, ya que había nacido en su casa en las afueras de la Ciudad Imperial. También Constance había nacido allí, y ello, con la infancia pasada juntos en la corte de Luthien, parecía ligarla de algún modo a Theodore.

Ella había estado presente cuando Theodore nació. En ese momento sólo tenía siete años y poco recordaba del acontecimiento que había sumido en tanta agonía a Jasmine. Por entonces, no había comprendido los susurros de que Jasmine ya no podría tener más hijos.

Aquello hizo que el niño resultara aún más precioso para Jasmine, y lo había protegido y mimado más allá de los límites correctos para un niño Kurita. Sin embargo, su madre no siempre había podido protegerlo de su padre. Constance recordaba demasiadas ocasiones en que había abrazado a su joven primo, quien, entre sollozos, le contaba la historia de la frialdad o de la desconsiderada crueldad de Takashi.

Y ahora Theodore se encontraba aquí, solo, en un día en el que tendría que estar disfrutando con su familia y sus amigos. Una vez más su padre lo había rechazado. Constance lo consideró intolerable, pero carecía de poder para cambiarlo. Incluso la misma Florimel apenas podía hacer algo. Jamás se enfrentaba a Takashi con respecto al trato que le daba a Theodore, pero, a su manera, protestaba. A través de una manipulación sutil de su entorno y de estímulos dados en el momento preciso, trabajaba para mantener el ánimo del joven.

Por la copia que portaba, Constance sabía que Florimel disponía hoy de un buen estímulo. Miró de reojo a su tía abuela. La preocupación de ésta por Theodore en ese instante se veía con claridad, pero debajo había fortaleza y confianza. Constance se sintió aliviada y su propia confianza creció. La tía abuela arreglaría el día.

Theodore se puso de pie cuando las dos mujeres entraron en el jardín y fingieron sorpresa al encontrarlo allí. Con un gesto, Florimel rechazó sus intentos por mostrar una cortesía ceremoniosa y le recordó que todos eran familiares. Entonces, Theodore la ayudó a sentarse en el banco de granito que acababa de dejar vacante. Ajena a la humedad del terreno, Constance se acomodó delante de la rodilla de Florimel con un rumor de su delicado daigumo de seda. Después de una pausa, Theodore se sentó a su lado con las piernas cruzadas, justo frente a su tía abuela.

El porte de Florimel parecía sugerir que no existía nada fuera de aquel jardín. Atrapados en su hechizo, los dos jóvenes Kurita se vieron inmersos en aquel momento: el olor de la tierra regada, un tatsugonchu que aleteó y flotó sobre un charco, el aire fresco de las sombras.

Fue la misma Florimel la que rompió el encantamiento al tocar con el pie el papel de arroz arrugado.

—Hay problemas con las órdenes que has recibido —indicó.

Theodore bajó la vista al suelo como si estuviera avergonzado.

—No es correcto, pero me siento desgraciado con el BattleMech que mi padre me ha asignado.

—¿Y cuál es? —preguntó Florimel, aunque Constance tuvo la certeza de que ya lo sabía. La rápida mirada que le dirigió Theodore a su prima sugirió que él también pensaba lo mismo.

—Un Dragón DRG-1N.

—Una elección noble y muy simbólica. El Dragón es el símbolo de nuestra Casa y de todo el Condominio.

—Y mi padre es muy aficionado a los símbolos —comentó Theodore, moviéndose incómodo donde estaba sentado—. Un Dragón es el último de todos los BattleMechs pesados. No me cabe ninguna duda de que era lo mínimo que creyó que podía darme y seguir manteniendo las apariencias. Con toda probabilidad, habría deseado poder darme un Mech ligero, tal vez un Locust. Después de todo, soy como una plaga para él. Jamás lo suficientemente bueno…

Con tranquilidad, Florimel cortó las palabras cada vez más amargas de Theodore.

—No tienes por qué luchar en él.

Sorprendido, Theodore se detuvo con la boca abierta.

—Claro que sí —afirmó, recuperándose un poco.

—¡Tonterías! Un samurái Kurita dispone del privilegio de combatir en cualquier BattleMech de su propiedad.

—Pero yo no… —comenzó Theodore, desconcertado.

—Parece que éste se encuentra registrado a tu nombre en los pergaminos de los Soldados Alistados en el Condominio Draconis. —Florimel le pasó la copia impresa que le había sacado Constance. Sujeto a la cubierta había un pliegue que contenía un disco iridiscente de datos en el que se veía el código alfanumérico negro «ON1-K».

—¡Es el manual técnico de un Mech Orion! —exclamó sorprendido Theodore.

—Sé lo que es —contestó Florimel—. Tenía la esperanza de dártelo en alguna ocasión más adecuada, como en tu vigésimo quinto cumpleaños.

Fue a decir algo más, pero se contuvo cuando advirtió que toda la atención de Theodore se centraba en lo que tenía en las manos. Mientras éste hojeaba el manual, intercambió una mirada divertida con Constance.

—¡Se trata del Mech del general Kerensky! —balbuceó Theodore, con los ojos muy abiertos.

—Un descubrimiento sorprendente, ¿no? —comentó Florimel con indiferencia—. Fue hallado en un asteroide durante el curso de una investigación menor que llevé a cabo hace años en el sistema de Nueva Samarcanda.

—¿Encontraste un depósito de la Liga Estelar y lo mantuviste en secreto? —la voz de Theodore estaba llena de incredulidad.

—En realidad, se trataba más de un depósito de chatarra de la Liga Estelar. No había nada que funcionara. Lo más probable es que los Mechs y otros equipos que encontramos fueran dejados por el general Kerensky y sus tropas leales para aligerarse de peso antes de huir hacia la Frontera Interior con rumbo desconocido y dejarnos a nosotros las Guerras de Sucesión. Lo más factible es que sólo dispusieran de espacio para material limitado.

»El Orion era prácticamente un esqueleto desnudo, ya que se habían llevado todas las partes importantes que no estaban estropeadas. Pero, como no podía ofrecerte un regalo tan hueco, lo hice reequipar por los mejores técnicos del Condominio y con el mejor material disponible, incluyendo algunas partes compradas en las fábricas de la Liga de Mundos Libres, que es la única que aún produce modelos Orion en la Esfera.

—Es un regalo demasiado importante —declaró Theodore, alargándole el manual a Florimel—. No puedo aceptarlo.

Florimel hizo caso omiso de la mano extendida.

—Ante mis ojos, te lo has ganado.

Theodore dejó caer la mano. Constance logró ver a través de su humildad que estaba complacido con el regalo de Florimel y aún más contento por el reconocimiento que había hecho ella de sus méritos.

—Muestras más preocupación por el heredero que el mismo Dragón —señaló Theodore, aceptando el regalo. Su tono reveló un deje de amargura.

Florimel frunció levemente el entrecejo.

—Intenta comprenderlo, Theodore. Tiene muchas preocupaciones.

—Demasiadas para dedicarle alguna a su hijo.

—No tantas como para no asignarte un buen destino —intervino Constance.

Florimel la miró con agudeza, y Constance se dio cuenta de que había mostrado en demasía su conocimiento de las órdenes de Theodore, que él aún no les había mostrado.

Theodore no mostró señal alguna de haberse enterado.

—Quizá —admitió a regañadientes—. Una lanza de mando de mi propia elección es un gran honor, y un puesto en la frontera Steiner, ciertamente, es mejor que la guardia de la Periferia que yo esperaba. Seguro que con un batallón a mi mando conseguiré obtener honores para el Dragón en su lucha contra nuestros enemigos hereditarios en la Mancomunidad de Lira.

—Y estarás cerca de tu prometida —añadió Constance.

So ka —bufó Theodore—. Esa debe de ser la razón del viejo. Está tan preocupado porque haya herederos… Debe de creer que si me quedo cerca de la mujer no podré evitar actuar como un semental desbocado. —Theodore sacudió la cabeza con tristeza—. ¡Como si pudiera ocuparse de los herederos que traiga al mundo! Si ni siquiera es capaz de encargarse del suyo propio…

—La preocupación que muestra por los herederos es válida —repuso Florimel con firmeza.

—Bueno, pues no ha de mostrarse tan preocupado —dijo Theodore con una sonrisa amplia—. Probablemente, ya tengo unos cuantos. Y estoy seguro de que las FIS lo mantendrán informado.

—Es su deber —le recordó Florimel.

Theodore guardó silencio durante un rato; luego, asintió. Constance no supo si en reconocimiento de las palabras o con resignación.

Wakanmas. Así como mi deber es continuar con la semilla del Dragón. —Se puso de pie con agilidad y relajado—. Hace poco he recibido una oferta de algo que creo que pertenece a ese departamento, así que, tal vez, lo mejor sea que me ocupe de ello. —Consultó el reloj de su anillo y, malévolamente, añadió—: Y me da la impresión de que ya llego tarde.

Cuando Theodore se hubo excusado y abandonado el jardín, Constance se incorporó y ayudó a levantarse a Florimel.

—Su estado de ánimo ha mejorado y parece que, una vez más, ha recuperado el control de sí mismo —comentó.

Florimel asintió.

—Tanto como puede hacerlo alguien de su posición.