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Valle de Massingham, Marfik

Distrito Militar de Dieron

Condominio Draconis

29 de agosto de 3028

—Yo conduciré a los Mechs —anunció Tomoe.

—Negativo —ordenó Theodore—. Te quiero supervisando a los regimientos convencionales. Aún no están acostumbrados a operar juntos y necesitarán ser guiados. Llévate la lanza de Shirakawa.

Hai, Tai-sa —contestó ella.

Por el tono de su voz supo que le desagradaba la misión, pero era demasiado buen soldado para rechazarla. Al igual que él, también sabía que alguien tenía que hacerlo y que ella era la mejor elección.

Calculó que su siguiente decisión le gustaría aún menos.

—Yo comandaré la vanguardia de la legión.

—Os entregaréis justo a sus manos —le advirtió Tourneville.

—Es lo que quiero que crean. —Acallando cualquier discusión, Theodore abrió los enlaces con sus comandantes—. A todos los regimientos, aquí el Tai-sa Kurita. Todos los destacamentos blindados y de infantería, a excepción del Vigésimo Quinto Caballo de Luz, retrocederán al bosque de DonnerBrau. Dispersaos en pequeños grupos, de la misma forma en que lo practicamos en el ejercicio del verano pasado. Sho-sa Olivares os entregará vuestros puntos de encuentro. El Vigésimo Quinto ha de girar al norte, alejándose del bosque, y marchar a lo largo de la costa con el fin de preparar la defensa de Sitika; los aerodeslizadores no servirán para nada en el bosque.

Sama —objetó Olivares—, el Cuarto de Skye es pesado. No podremos derrotarlos en una lucha directa. Cuando sus vehículos aéreos acaben con los nuestros, los tendremos encima desde todas partes.

—Entonces, tenemos que movernos deprisa —replicó Theodore—. Los Batallones Segundo y Tercero que formen en línea de escaramuza en la posición del Tai-i Tetsuhara. El Primero que permanezca en reserva para cubrir la retirada de la infantería. —Oyó el gruñido de Olivares, pero el hombre contuvo su acostumbrado desacuerdo. Su batallón disponía de los BattleMechs más pesados de la Undécima Legión. Las máquinas eran demasiado lentas para participar en el plan de Theodore—. Guerreros, tenemos una batalla.

Presionó el pedal acelerador del «Revenant» y el aparato avanzó. Las poderosas piernas del Mech se movieron hasta adquirir pronto máxima velocidad. Las líneas de comunicación de fibra óptica se estiraron y se rompieron ante el empuje de la máquina de setenta y cinco toneladas. Bruscamente, las protestas de los comandantes de regimiento se vieron cortadas, dejándolo solo con los sonidos de su propia respiración y los mil ruidos de un BattleMech a alta velocidad.

El movimiento de la pantalla de trescientos sesenta grados le indicó que los Mechs se dirigían a sus posiciones. En unos momentos, los más ligeros y rápidos se unieron a la torpe carrera del «Revenant». Un Locust se adelantó, y su piloto lanzó un «¡Banzai!» no autorizado por sus altavoces exteriores.

Cuando el «Revenant» pasó por la posición del Tai-i Tetsuhara, Theodore le informó al joven oficial del plan de batalla. Confiando en él para que coordinara a su propia compañía, condujo a los suyos pendiente abajo hacia las fauces del Cuarto de Rangers de Skye.

Los misiles brotaron rugiendo de los afustes Kali-Yama montados en los hombros del «Revenant» y, con una estela de humo, se dirigieron hacia las máquinas de Steiner. Se les unió el fuego de los cañones automáticos, aunque la distancia aún era demasiado grande para que la mayoría de las armas alcanzaran sus objetivos.

Los MechWarriors liranos parecieron sorprendidos por la repentina aparición de los Mechs de la legión. La mayoría de los pilotos de Steiner vacilaron o continuaron disparando a los Mechs francotiradores de la compañía de reconocimiento de Tetsuhara, que seguían acosando el flanco izquierdo de los liranos. Unos pocos les devolvieron el fuego, pero resultó inútil contra los veloces kuritanos.

Mientras Theodore conducía sus fuerzas hacia el flanco derecho de las tropas liranas, manteniendo la velocidad y la distancia, el enemigo, finalmente, comenzó a reaccionar y, centrando su atención sobre la carga de los veganos, fue aumentando el volumen del fuego. Un Panther kuritano recibió de pronto el impacto de un haz de partículas en la carlinga. Antes de que el relámpago azul de las partículas cargadas cesaran su danza entre las ruinas de la superestructura del Mech, un segundo rayo desgarró el torso del Panther. Detenido en mitad de la carrera, cayó con estrépito al suelo. Encolerizados por la pérdida de su camarada, los compañeros de lanza del Panther concentraron sus armas en el Warhammer asesino. La máquina de setenta toneladas de Steiner se refugió entre una arboleda de brela antes que enfrentarse a la ira del fuego kuritano.

El «Revanant» tembló cuando varios misiles de larga distancia hicieron impacto en él. El panel indicador del estado interno localizó los puntos tocados, pero mostró que las cabezas explosivas no habían conseguido penetrar el blindaje de capas múltiples del Mech. Iba a hacer falta algo más que unos pocos misiles para abatir a un Orion.

La tierra blanda se alzó como un surtidor en el camino de Theodore y trozos de blindaje se evaporaron en el aire cuando las armas de energía de Steiner golpearon al «Revenant». El panel mostró más colores cuando la computadora pintó los puntos de impacto, aunque la alarma de penetración siguió en silencio.

Sus compañeros se encontraban en peor estado. En el creciente diluvio de fuego, los BattleMechs más próximos a él estaban recibiendo más de lo que les correspondía. Ya había sido abatido un Jenner, y gran parte de los otros mostraban uno o varios agujeros en su blindaje, que dejaban a la vista los elementos de la estructura interna y los pseudomúsculos de miómero.

Olivares tenía razón acerca de que los Mechs de la legión eran incapaces de enfrentarse a los Rangers. La velocidad no era una protección suficiente en el terreno casi desarbolado del valle.

Una andanada de misiles envolvió a un Cicada que iba a la izquierda de Theodore, y el Mech con forma de ave se desplomó a tierra con una pierna completamente arrancada. Antes de que el abollado armazón llegara al suelo, unos centelleantes rayos de energía trazaron un dibujo mortal alrededor de un Vulcan que se hallaba a cincuenta metros detrás del «Revenant». El Vulcan trastabilló durante un instante; luego, el visor voló cuando el piloto activó el asiento eyectable. Cuando el Mech sin piloto se tambaleó hacia atrás, su torso explotó al detonar su munición.

De repente, el plan quedó claro: los liranos habían identificado al BattleMech de Theodore e intentaban dejarlo sin las tropas más próximas.

—¡Olivares! —gritó por el comunicador—. ¿Ya has escoltado a esa gente al bosque?

—Casi, sama —llegó presta la contestación de éste—. Tengo un problema con el Treinta y Cuatro de Infantería. No quieren abandonar Massingham. El Sho-sa Willis dice que no conducirá a sus hombres a una muerte en campo abierto.

«No —pensó Theodore—, prefiere que lo liquiden rodeado de paredes».

—Entonces, déjalos. Han hecho su elección. Llévate al Primer Batallón al bosque de DonnerBrau y manténte en la periferia. Puede que necesitemos tu fuego de cobertura.

—¡Hai, sama!

Ordenó al Segundo Batallón que recuperara su posición original mientras el Tercero lo cubría. Su fuerza perdió dos Mechs más antes de que el Segundo indicara que estaba preparado para marchar. Theodore envió una orden a la compañía de Tetsuhara de que retrocediera al norte antes de meterse en el bosque y apartarse de la escaramuza con los Rangers.

Más lento que la mayoría de los Mechs kuritanos que estaban en la batalla, su Orion necesitaba cada lámina y plancha del pesado blindaje para sobrevivir a la marcha. Fue el último de la legión en llegar a la línea del Segundo Batallón. El Tercero, que ahora se encargaba de retroceder, pasó por su posición cuando giraba el «Revenant» para enfrentarse a los lentos Rangers. Continuó hasta alcanzar el bosque DonnerBrau, protegido por la línea de batalla del Segundo Batallón.

Los liranos no tenían prisa, seguros de su victoria al ver a los kuritanos huir delante de ellos. Los Rangers realizaron un avance ordenado y pausado, cubriendo con firmeza el terreno que tenían entre sí y sus oponentes.

Justo antes de que los Mechs de Steiner llegaran lo bastante cerca como para utilizar sus armas de alcance mediano, ordenó una retirada completa al bosque de DonnerBrau. Todos los Mechs kuritanos abandonaron sus puestos y corrieron. Por segunda vez, los liranos fueron cogidos con la guardia baja; su avance titubeó.

Cuando Theodore metió a su recalentado «Revenant» en las sombras de los gigantescos árboles brela, se detuvo y giró para inspeccionar a los Rangers que lo seguían. Los kuritanos le habían ganado distancia a sus enemigos, alcanzando la seguridad bajo la bóveda azul oscura. Ahora daba la impresión de que los liranos habían arrojado al viento la cautela. Sus Mechs mis ligeros, liberados de sus puestos de reserva por su comandante, cruzaban el terreno abierto. Las rígidas formaciones de los Rangers se rompían a medida que los MechWarriors se entregaban a la persecución del enemigo diezmado.

«Funcionó —pensó Theodore, contemplando los restos de más de una docena de BattleMechs de la legión—. Si tan sólo el precio no hubiera sido tan alto…» Con su ataque sorpresivo y la habilidad de combate de sus hombres, había ganado tiempo para que los regimientos convencionales escaparan. A medida que sus BattleMechs se adentraban en el bosque, sus micrófonos exteriores le transmitieron los sonidos.

«Ahora, comandante Heany, comienza la cacería».

La comandante Kathleen Heany abrió la escotilla de su Atlas, dejando que el aire más frío de fuera inundara el interior. Subió por el túnel de la escotilla y agradeció al Señor el alivio del sofocante calor que había en la carlinga. Las líneas de comunicación conectadas a su neurocasco y al tablero de mando se apretaron con suavidad contra su pierna al estirarse.

Desde su punto ventajoso, consiguió ver al último de los Mechs kuritanos escapar hacia el bosque. La mayoría ya había desaparecido en las sombras bañadas de azul y no se veía ninguna señal de las tropas convencionales. Habían huido incluso antes de que las fuerzas de BattleMechs entraran en combate.

Cuando el Cuarto aterrizó en Netaltown, no encontró a la legión. Había sido un momento humillante para los consejeros de Davion que acompañaban a su unidad, y frustrante para sus tropas, que estaban ansiosas de acción. Los federados no habían ofrecido ninguna explicación del fallo de su jactancioso aparato de espionaje, y habían insistido en que Heany les dijera lo que podían hacer con los planes alternativos que habían sugerido.

Ella sabía que su regimiento era muy superior a la variada escoria kuritana allí reunida. Sus MechWarriors no necesitaban allanadores de terreno o tortugas para lograr el objetivo, ni tenían que protegerse con una cobertura aérea, al estilo de los federados. Sus isleños de Skye eran verdaderos MechWarriors.

Se rio en voz alta, saboreando su victoria. Había tenido razón. «Los veganos son tal como decían», pensó. Habían salido a enfrentarse al Cuarto como si fueran antiguos samuráis ansiosos por luchar. ¡Qué idiotas!

La valentía estúpida no era rival para cien toneladas de BattleMech.

Las Serpientes habían huido en busca de la seguridad del bosque tan pronto como el Cuarto les demostró su superioridad. Sin embargo, éste les ofrecía una esperanza falsa. Allí no dispondrían de sitio para organizarse, ninguna forma de agruparse para luchar contra los pesados Mechs del Cuarto, que superaban con creces a los de la legión.

«Te cazaremos, principito —pensó—. Destruiremos a tus seguidores uno a uno hasta que ponga mis manos sobre ti. La Legión de Vega está perdida».

Heany abrió una línea con su oficial de comunicaciones.

—Llama a nuestros amigos de Davion, capitán. Diles que nosotros, los isleños de Skye, sabemos cómo llevar una operación sin sus torpes consejos. Diles que habremos capturado a Theodore Kurita en unas pocas horas.