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Mansión del gobernador, Kuroda, Kagoshima

Distrito Militar de Pesht

Condominio Draconis

18 de mayo de 3018

Constance Kurita contuvo un bostezo. Por costumbre, retuvo la mano que se alzó para frotarse los ojos soñolientos; entonces recordó que no llevaba ningún maquillaje que pudiera borronearse y se permitió el lujo de limpiarse los ojos legañosos. Luego dio a los músculos faciales un fuerte masaje. Nunca se había sentido bien en las horas previas al amanecer, y los años de vigilias de meditación poco habían hecho para mejorar tal hecho.

La llamada urgente que le había transmitido su doncella no le había dado tiempo para aplicarse el maquillaje usual que llevaba en la corte. Había elegido el vestido más sencillo, una túnica pilarina de color ámbar, y se había sujetado el cabello lustroso detrás del cuello después de haberle dado un solo cepillado. Shudocho Oda no miraría con buenos ojos a una novicia atrasada, sin importar que fuera miembro del clan gobernante Kurita. Dentro de la Orden de las Cinco Columnas, Oda era su superior. Mientras fuera un miembro activo de la Orden, Constance estaba obligada a presentarse cuando la llamaba. El jamás abusaba de sus privilegios y se mostraba muy circunspecto respecto a la posición social de ella, tan por encima de la suya.

El mensaje decía que debía encontrarse con Florimel Kurita, su tía abuela y guardiana de la Casa del Honor. Constance creía saber quién había sido la verdadera instigadora de la llamada.

La guardiana era la que custodiaba los códigos religiosos, ideológicos y sociales del Condominio. A su cargo se hallaba el Dictum Honorium, un conjunto detallado y complejo de reglas y axiomas originalmente compilados en 2334 por Omi Kurita, hija de Shiro, primer Coordinador del Condominio Draconis. Muy similar a los códigos de las «casas de samuráis» del antiguo Japón, el Dictum establecía los principios para la conducta y los intereses adecuados de un súbdito del clan Kurita. Los siglos habían engrosado el documento con la sabiduría y, a veces, los caprichos, de los siguientes Coordinadores y guardianas. Como custodia del documento y autoridad definitiva sobre su contenido, la guardiana de la Casa del Honor era una figura poderosa en la sociedad Kurita y un control importante para el cargo de Coordinador. Una función de ese control era que el guardián gobernaba sobre la importante Orden de las Cinco Columnas, conocida coloquialmente como OCC.

La propia Constance se había unido a la Orden después de terminar los estudios secundarios, cuando su sexo le impidió continuar con una educación superior. Sabía que, en parte, la OCC era una orden de enseñanza, y había razonado que aquellos que enseñan deben dominar el conocimiento impartido. Su acto había hecho que su padre, Marcus Kurita, se pusiera rápidamente en movimiento. Había arreglado que la instruyera en derecho uno de los mejores abogados del Condominio, con la esperanza de que renunciara a la Orden al ser tentada por el conocimiento que le ponía delante. Ella había aceptado al tutor, pero continuó en la Orden, con el sueño de ascender al honorable rango de jukurensha. Jurándose a sí mismo que su hija no iba a ser enviada a vagar como una maestra pobre por algún mundo remoto del Condominio, Marcus empleó su influencia como Señor de la Guerra del distrito de Rasalhague para convencer a los maestros de la OCC de que la mantuvieran en Luthien, donde él podría verla durante sus visitas a la capital.

Constance aceptó esto encantada, porque no había visto con agrado renunciar a los placeres de la vida en la corte. También se dio cuenta de que era mejor que recorriera el sendero de un experto, si quería hallarse más cerca del centro del poder y de la sabiduría.

Los pensamientos de Constance se detuvieron cuando la puerta se deslizó hacia un costado para dar paso a shudocho Devlin Oda, enmarcado por la luz de las lámparas del corredor. Oda cerró la puerta y caminó en silencio sobre las esteras en dirección a la pared este, donde se inclinó ante el pequeño altar, bañado con una suave luz que penetraba por las paredes de shoji del corredor. El altar seguía la antigua tradición Ryuboshinto, y consistía en una caja dorada de complicada talla con motivos decorativos y figurativos. La caja se alzaba sobre un pedestal de marfil tallado con la serpentina forma del dragón Kurita. Lo rodeaban cinco candelabros, cada uno de diferente material: de oro, marfil, acero, teca y jade. Cada material simbolizaba una de las cinco columnas que sostenía a la sociedad Kurita.

El shudocho alargó el brazo hacia cada uno de los candelabros para encender sus velas de cera roja. La última fue la de la columna de marfil, que Constance interpretó como una señal. El marfil simbolizaba la religión y la filosofía, el propio reino de la OCC.

Por fin Oda se arrodilló frente a Constance. Aunque ésta ardía de curiosidad, no dijo nada, ya que el shudocho no mostró signo alguno de que estuviera autorizada la charla. Cuando Constance dirigió la vista al bajo estrado que formaba el extremo norte de la habitación, descubrió que Florimel se hallaba allí sentada. En algún momento, la anciana guardiana había ocupado en silencio su lugar.

La guardiana iba vestida con un ceremonioso kimono de motivos florales, cuyos colores insinuaban adecuadamente la primavera. Su postura era tan erguida que la tela apenas se plegaba. Estaba sentada sobre un taburete, una concesión para sus setenta y seis años. Los ojos azul oscuro miraban desde una cara de porcelana, compuesta y maquillada para la corte a pesar de la hora. El efecto negaba su edad, dándole un aspecto de treinta años menos. Ahora esos ojos parecían amables, pero Constance sabía que eran capaces de experimentar cambios repentinos. Los había visto centellear con dureza implacable hacia los enemigos del reino.

Shoshinsha Constance —comenzó Florimel—, el amanecer traerá un nuevo día, el día de la graduación para la actual promoción de la sabiduría de la Escuela del Dragón. Esta noche habrá otra graduación, una que carece de la pompa y la ceremonia de la academia militar. Dicha graduación será sencilla, pura en su esencia y armoniosa con el Camino. Así ha de ser siempre para la Orden de las Cinco Columnas.

«Nosotras sólo reconocemos lo que es.

Florimel dejó de hablar. El silencio se alargó tanto que, si la anciana que había en el estrado hubiera sido otra mujer en vez de su tía abuela, Constance habría supuesto que se había quedado dormida.

—Esta noche reconoceremos que tú, Constance Kurita, ya no eres una estudiante. Acepta nuestras congratulaciones, jukurensha Constance. Saludarás al sol como una experta de la Orden de las Cinco Columnas.

Constance se vio incapaz de pensar con claridad. De forma inesperada, tenía ante sí la meta por la que había luchado durante años. No se creía preparada aún. Quedaba tanto por aprender…

—Bueno, niña, ¿no tienes nada que decir? —preguntó Florimel sonriendo con los ojos y con los labios.

—Estoy sorprendida —repuso Constance vacilante—. No creí que alcanzaría esta meta tan pronto.

Parte del júbilo abandonó la sonrisa de Florimel.

—A tu viaje le queda mucho por finalizar, hija de mi corazón. No has alcanzado nada, salvo dar otro paso. Una experta no es perfecta. La perfección es un viaje, no una meta. En ese viaje se encuentra el honor. Haber conseguido esa meta o, para ser más precisa, creer que se ha conseguido, es un fracaso. Mi confianza en ti es grande. No existirá el fracaso.

—Me siento honrada por tu confianza, jokan Florimel —respondió Constance.

La risa de Oda interrumpió la apacible ceremonia.

—Tendrás que ser honrada por más que eso, Constance-sama —aseguró Oda con frialdad.

Constance alzó con brusquedad la vista hacia el shudocho, pero la expresión de éste era inescrutable y no le permitía adivinar sus intenciones. Se volvió a su tía abuela.

Florimel la tranquilizó con una mirada antes de dirigirse a Oda.

—Oda-kun, tú te encuentras menos alejado de las confusiones de la juventud que yo. Si yo puedo mostrar tolerancia, también puedes hacerlo tú. Controla tus modales.

—Muy bien, jokan —aceptó Oda con una inclinación de cabeza. Cuando se irguió, miró a Constance. Su voz sonó áspera, con una emoción contenida que Constance no logró identificar—. Es verdad que verás el amanecer como una jukurensha, pero a la puesta del sol ya no lo serás.

—¡Qué! —los ojos de Constance se abrieron desmesuradamente debido al sobresalto.

—Lamentablemente, es necesario que abandones mi Orden.

Al ver que el shudocho guardaba silencio y que el escrutinio de su pétreo rostro no le revelaba nada, Constance se volvió hacia su tía abuela. Su consternación desapareció al captar el destello de malicia que brillaba en los ojos de la anciana.

—Es cierto, Constance —dijo Florimel con severidad—. Debes dejar la Orden si quieres avanzar otro paso en tu camino.

«Este día, ante Devlin Oda, señor de las Columnas, te declaro mi sucesora como guardiana de la Casa del Honor.

—¡Qué! —jadeó Constance, sintiéndose tonta por repetirse. La inteligencia la había abandonado. Las reacciones agudas que su padre gustaba denominar de «mente de abogado» se habían desvanecido. Abochornada, Constance buscó en su interior la calma que le habían enseñado a cultivar. Después de un vergonzoso y largo período de tiempo, tartamudeó—: ¿C… cómo puedo aceptarlo? No soy merecedora de ello. No estoy preparada.

—Claro que no estás preparada —acordó Florimel con voz más suave—. Esa es la razón por la que realizo la declaración ahora. Cada día me hago más vieja.

»Para cualquiera fuera de esta habitación, tú te convertirás en una de mis asistentas, poco más que una sirvienta. No sabrán que eres mi sucesora. Oda-sensei y yo te ayudaremos a prepararte para ocupar mi puesto. No será fácil, pero gran parte del trabajo se ha llevado a cabo en tu entrenamiento de pilarina. Has aprendido nuestra filosofía y objetivos, y participado en nuestras disciplinas mentales y físicas. Ahora centraremos el entrenamiento y expandiremos el aprendizaje.

Viendo que Constance seguía angustiada por el repentino giro que había dado su vida, Florimel añadió:

—Es correcto que sientas que no lo mereces. Si te hubieras creído acreedora del puesto, no lo habrías merecido, serías totalmente inaceptable. Haz feliz a una anciana, Constance. Di que aceptarás mi puesto.

Constance buscó los ojos de Florimel y se sumergió en ellos para tantear el corazón de la anciana tal como las pilarinas le habían enseñado. Encontró la fuerza que sabía que allí había, una fuerza que demostró que la razón de vejez aducida por Florimel era un engaño. Se lo solicitaba desde la fuerza, no desde la debilidad. El deseo de que fuera Constance quien la sucediera era una llama intensa que consumió las objeciones de ésta.

Jokan Florimel no cometería un error en un asunto semejante, jukurensha Constance —declaró Oda, tratando de empujar a Constance hacia la decisión que ya había tomado.

Jokan Florimel, me inclino ante tu sabiduría —repuso Constance con una sonrisa, y la sonrisa que le devolvió Florimel selló el pacto.

Oda mostró su aprobación a la vacilante aceptación de una muchacha recalcitrante al deber.

—Entonces, ahora, Constance, tengo otra cosa que realizar esta noche —anunció Florimel—. Ven a arrodillarte a mi lado. Es hora de que comiences a aprender más de nuestros asuntos.

Cuando Constance ocupó su nuevo sitio al lado de Florimel, Oda abrió la puerta para admitir a cinco personas más. Cuatro llevaban las túnicas rojizas de las monjas pilarinas, con los hombros ensanchados por los rígidos collarines de plástico blanco. Cada una lucía una faja y una cinta al cuello de diferente color: verde, marrón, oro y marfil. Cuatro de las cinco columnas, reconoció Constance. La faja de cada monja estaba anudada con el sencillo moño que indicaba a un experto de alto rango. Todas llevaban capuchas con visores de una sola dirección, que les ocultaban por completo el rostro, tal como las túnicas lo hacían con el contorno de sus cuerpos.

La quinta figura tenía la cabeza al descubierto y vestía un traje de camuflaje negro de las FIS. Constance quedó sorprendida por la belleza de las facciones de la mujer. No requería de cosmético alguno para aumentar el suave destello dorado de su piel o sus ojos rasgados de largas pestañas. La combinación de rasgos y tonalidad de la piel asiáticos con su fuerte estructura ósea caucasiana resultaba exquisita. Su lustroso cabello negro, del color de las alas de un cuervo, estaba rizado y pegado a su cráneo como si se tratara de un casco, y los extremos apenas se agitaron levemente cuando se plantó en el centro del cuadrado formado por las monjas.

Las cinco se inclinaron ante el altar; luego, ante Florimel y, por último, ante Oda. Sin pronunciar palabra, la mujer se dirigió hacia éste y se arrodilló frente a él, quien le colocó un collarín pilarino sobre los hombros. Cuando se incorporó, alzó la capucha plegada y bajó el visor sobre sus facciones. Mientras la mujer de cabello oscuro regresaba al lado de las monjas, Constance observó la facilidad con la que se anudaba la faja gris acerada con el moño de los expertos.

De nuevo las cinco se inclinaron ante Florimel. La mujer avanzó y se arrodilló delante del estrado. Con la cabeza gacha, alzó las manos y ofreció una bolsa de cuero oscuro con una correa cortada.

—Aquí está la bolsa —anunció—. He fracasado.

Florimel indicó a Constance que la cogiera de las manos de la mujer.

—Has traído aquello que fuiste a buscar. ¿Por qué hablas de fracaso?

—Lo herí. Su sangre está en mi espada. —Con las manos libres de la carga, apoyó las palmas sobre el suelo y agachó aún más la cabeza—. Por favor, acepta mi petición para que se me eche de la Orden.

—¿Cómo sucedió? —preguntó Oda desde la parte trasera de la habitación.

—Era demasiado fuerte para mi técnica —repuso la mujer sin moverse.

Con el rabillo del ojo, Constance captó la sonrisa de Florimel.

—Nos traes buenas noticias, jukurensha —declaró Florimel, rechazando la petición de expulsión al emplear el rango de la mujer dentro de la Orden. La mujer se enderezó, con evidente confusión y sorpresa. Al pensar en su propia noche de perplejidad, Constance sintió compasión por ella—. Es importante saber que el heredero es fuerte. Y es más importante saber que tú no has caído en la trampa de creerte perfecta e invulnerable. Nadie es invulnerable jamás. Me has complacido, jukurensha.

«Tengo más trabajo para ti —añadió Florimel, antes de volverse hacia la monja que llevaba los colores de la Columna de Oto—. Jukurensha Sharilar, ayúdala a prepararse. Va a tener un día muy ocupado.

Florimel señaló el final de la audiencia con un movimiento cortés de la cabeza. Mientras los demás abandonaban la habitación, se volvió hacia Constance.

—A ti también te espera un día ocupado. Muchos días ocupados. Saludemos juntas al amanecer. Tenemos mucho que discutir.

Constance sonrió con expectación.