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Provincia de Gregville, Nueva Mendham
Distrito Militar de Benjamín
Condominio Draconis
16 de abril de 3039
—Sombra Uno a Base Tango, ¿me recibe?
El teniente de Davion, Roscoe Walker, aguardó pacientemente una respuesta. No parecía tener necesidad de preocuparse; nadie en su lanza de reconocimiento había visto a una unidad kuritana en toda la mañana. Pero eso no era sorprendente. La estrategia del Alto Mando se basaba en saltarse los planetas fronterizos kuritanos con el fin de evitar a sus unidades de vanguardia durante la primera ola de la invasión. Esta penetración en el Distrito de Benjamin del Condominio se hallaba a las órdenes del duque James Sandoval, comandante de la Marca Draconis. Otras dos embestidas tenían lugar en el resto de los distritos de la frontera Davion. Unidades de la Federación de Soles aterrizaban en otros veinte planetas, atacando con fuerza para capturar los centros de suministros y comunicaciones, para aislar y confundir así a las fuerzas kuritanas.
En esta primera fase sólo se esperaba una débil resistencia y, de momento, el Alto Mando demostraba estar en lo cierto. La entrada al punto de salto no encontró oposición; la invasión había cogido al Dragón mientras dormía. Los cazas de los Grupos de Ataque de la Guardia de Luz hallaron pocos defensores mientras guiaban a las Naves de Descenso a la posición para el salto orbital. Sin ninguna excepción, todos los Mechs de la Guardia aterrizaron, dispersando a las todavía confusas fuerzas defensivas de Kurita. Las unidades convencionales consiguieron posarse a salvo. Había sido un ataque de manual.
En aquel momento, la cautela del Mariscal Riffenberg había hecho acto de presencia. Walker suponía que el viejo estaba preocupado porque las cosas iban demasiado bien. Ordenó que los cazas aeroespaciales se retiraran y se quedaran en reserva para proteger las Naves de Descenso varadas en tierra y las zonas de aterrizaje, a la vez que se mantenían alerta ante un contraataque de los kuritanos. La tarea de reconocimiento se había encomendado a los Mechs veloces de la Guardia de Luz, incluyendo la lanza de Walker.
Este abrió el circuito de comunicación con su lanza.
—Adelante, muchachos. Mantened los sensores fuera. Nos acercamos al objetivo.
Al recibir las confirmaciones de sus hombres, apretó el pedal de su Hatchetman para establecer una marcha rápida. A veinte metros a su izquierda, el Hatchetman de Alison siguió su ritmo. Sabía que su máquina de cuarenta y cinco toneladas se movía tanto como la suya, pero la imagen estabilizada que le transmitían las pantallas de su carlinga era firme, impertérrita al vaivén de su Mech.
Los otros dos Mechs eran Valkyries de treinta toneladas, considerablemente más rápidos que sus compañeros. También eran más humanoides, a pesar de los masivos montajes de los hombros y el antebrazo derecho, que llevaban los láseres Sutel IX. Los Mechs de Davion lucían el moteado camuflaje de color verde y crema necesario para avanzar por las tierras de pastoreo de la sabana de Nueva Mendham. Sólo los brillantes rabos de zorro que ostentaba la máquina de Reed, en cada una de las cuatro antenas, le permitió distinguirlo visualmente del Mech de McCullough.
En diez minutos cubrieron los mismos kilómetros. La lanza aún se encontraba a cuarenta kilómetros de la ciudad draconiana de Kempis cuando Walker transmitió el código de alto. Dejó que su lanza rastreara la zona mientras él intentaba contactar de nuevo con la Base Tango. Una vez más, no obtuvo respuesta.
—Escuchad, muchachos, no puedo comunicarme con la base.
—Continuemos el avance —urgió Alison.
—Está demasiado tranquilo —objetó McCullough—. Ya deberíamos haber detectado algunas Serpientes.
—No sobreestimes a tu enemigo, pequeño Bobby. Vosotros, los cadetes, os espantáis con demasiada facilidad. Las Serpientes están más atemorizadas de nosotros que tú de ellas.
—Tranquila, sargento Alison. Tengo la seguridad de que tú también te asustaste en tu primera salida.
—Vamos, teniente —se enfadó Alison—. Caí sobre Saint Andre apenas salida de la academia, justo encima de un nido de capelenses. ¡Esa sí que fue una misión caliente! Ellos no se escondieron. Nos atacaron antes de que nos desprendiéramos de nuestros propulsores. ¡Por el fuego del infierno! Algunos de los Jocks aún se estaban deshaciendo de sus armazones incandescentes.
—Ahórrate las historias de guerra, Alison —intervino Reed—. Si hubieras sido tan buena, no seguirías siendo una sargento.
—No sigo siendo todavía sargento, novato. Soy de nuevo una sargento. Y no se debe a nada que ocurriera en el campo de batalla, a menos que se tratara del nuevo al que despellejé por llamarme mentirosa.
Walker sacudió la cabeza, perplejo por la discusión. Pensó en tratar de contactar otra vez con Base Tango, pero consideró que si no le habían respondido hacía dos minutos, no lo harían ahora. Era el momento de tomar una decisión de mando.
—De acuerdo. Cortad la cháchara. Hemos de mantener un horario, así que continuaremos.
—Buena elección, teniente.
El Hatchetman de Alison se adelantó al de Walker. Su cabeza alargada se bamboleaba de un lado a otro, como un cazador alienígena encorvado buscando a su presa. Agitaba el brazo derecho, marcando el ritmo en el aire con la reducida espada de bordes de uranio por la que el Mech había sido bautizado. Las calles laterales le permitieron a Walker vislumbrar el curso paralelo que seguían los Valkyries a través de Kempis. Apenas se veían señales de vida. En su mayoría, los civiles kuritanos habían abandonado la ciudad o se habían ocultado en refugios subterráneos. Los soldados de Davion sólo percibieron unas sombras escurridizas en los callejones, pero ninguna de ellas vestía el uniforme pardo de las tropas del Dragón.
Sin advertencia alguna, un UrbanMech con un camuflaje gris oscuro atravesó de repente una pared de ladrillos cien metros por delante de ellos. Su cuerpo abovedado y cilíndrico rotó, y sus piernas cortas y anchas dispersaron escombros mientras el Mech se apartaba del edificio que lo había mantenido oculto a sus sensores. Su cañón automático Imperator-B lateral escupió una andanada de proyectiles hacia los Guardias que avanzaban.
Alison activó sus propulsores de salto, y se elevó envuelta en llamas de iones para abandonar la trayectoria de fuego del Mech enemigo. Al mismo tiempo, la maniobra despejó la línea de ataque de Walker. El pulgar del teniente apretó el pulsador de los misiles de la palanca de mando derecha tan pronto como los hilos de retículos de su sistema de bloqueo de objetivo convergieron sobre la achaparrada forma de la máquina enemiga. El cañón automático Defiance Killer del torso del Hatchetman soltó sus proyectiles, capaces de atravesar un cuerpo blindado.
La onda expansiva arrancó pedazos de armadura de duralex del pecho en forma de barril del UrbanMech. El humo se elevó de las heridas y se juntó con la nube remolineante que procedía del polvo de los ladrillos, tapándole el blanco. El Dragón Kurita quedó visible ante Walker cuando la cúpula del Mech giró para apuntarle con sus armas. Antes de poder dispararle, el Hatchetman de Alison salió de un callejón a treinta metros a su espalda. El Mech de la Guardia alzó ambos brazos y soltó ráfagas gemelas de láser. La energía rubí tiñó la nube de polvo que flotaba a la deriva con una luz encarnada, pero a pesar del efecto de difusión, retuvo la suficiente como para derretir parte del blindaje de la pierna y de la cúpula superior del Mech kuritano.
Walker le soltó otra descarga. Unas balas de uranio desgarraron los restos de la armadura del torso del UrbanMech, buscando su corazón de fusión, y el Mech kuritano se tambaleó. Mientras se ladeaba, la cúpula se abrió y se alejó dando vueltas como si fuera una peonza. El asiento eyectable del piloto desapareció por encima del techo de un edificio próximo. El BattleMech abandonado se desplomó al suelo, y los restos de su anterior refugio se derrumbaron en una cascada de escombros.
Alison levantó el arma de la mano de su Mech a modo de saludo antes de dar media vuelta y regresar con su Hatchetman al callejón por donde había salido.
—¡Blanco!
—Manténte alerta, Alison. No sabemos qué nos espera aquí —le advirtió Walker, sabiendo de antemano que era innecesario. A pesar de su baja graduación, Alison había participado en más combates que él, y sabía cómo arreglárselas. Su verdadera preocupación eran los Jocks jóvenes de los Valkyries. Abrió el circuito de comunicaciones—. Reed. McCullough. Pasad a rastreo magnético. De esa forma, tendréis más posibilidades de localizar Serpientes ocultas. Será más fácil captar sus masas metálicas que distinguir un buen trabajo de camuflaje. —Ambos respondieron afirmativamente—. Y no os excedáis. Si os topáis con problemas, pedid ayuda. Los Guardias no quieren ningún héroe muerto.
Los Mechs de Davion inspeccionaron con eficiencia la ciudad. Pasados diez minutos, descubrieron a un Locust kuritano en un centro comercial. El Mech de patas de pájaro escupió un rayo láser que laceró la superficie del Valkyrie de Reed sin causarle graves daños. Los Guardias lo persiguieron, y fueron emboscados por otros dos UrbanMechs. El fuego concentrado de los láseres de Davion dejó al primer aparato convertido en una masa humeante, mientras que el segundo fue derribado por un impacto del Hatchetman de Alison. Superado por los Guardias intactos, el Locust huyó de la ciudad. También estaba intacto hasta que una andanada de MLA del Valk de McCullough melló su blindaje arrancando la pesada ametralladora montada en un ala que tenía en el costado de babor. Sin embargo Walker prohibió la persecución.
McCullough lanzó un grito victorioso por la línea de la lanza.
—Buen espectáculo, muchacho —concedió con magnanimidad Alison—. Te dije que sería más fácil que nuestro ataque a los capelenses en Hunan.
Media hora más tarde, las tropas de salto entraron en Kempis, justo a la hora planeada. Bajo la atenta vigilancia de los BattleMechs, barrieron la ciudad en una búsqueda infructuosa del depósito de suministros que les habían ordenado proteger. Incluso fracasaron en capturar a los tres MechJocks que habían salido eyectados de las máquinas abatidas. Walker contuvo su frustración cuando el circuito de comunicación crepitó con la voz del controlador del regimiento.
—Base Tango a Sombra Uno, informe, por favor.
—Aquí Sombra Uno, ¿dónde demonios estabais?
—Tuvimos problemas con una Serpiente kamikaze. El cabrón entró en la sede disfrazado de mano de obra apresada; luego, hizo chocar un aerodeslizador lleno de explosivos justo en el centro de comunicaciones. Nos llevó cierto tiempo cambiar las piezas destruidas.
—¿Queréis que regresemos a cuidaros, Tango? —aguijoneó Walker.
—El mariscal desea recibir vuestro informe. Sombra Uno.
La sequedad de la voz del oficial le reveló que su broma había pasado inadvertida. Decidió responder de manera formal.
—Apenas encontramos oposición. Base Tango. El objetivo asegurado, aunque no hemos conseguido capturar a ningún enemigo.
—No os preocupéis, Sombra Uno —la réplica de nuevo adquirió un tono amistoso—. Ya los encontraréis. Simplemente, aplastad a cualquier Serpiente que se cruce en vuestro camino. Aplastadlas bien.