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Palacio Hall, Reykjavik, Rasalhague

Distrito Militar de Rasalhague

Condominio Draconis

23 de septiembre de 3019

Theodore alzó la vista a la rugosa fachada gris del irregular y enorme Palacio Hall, sede del gobierno del planeta y del distrito de Rasalhague. Ayer había supuesto que, al atravesar las puertas enmarcadas de hierro, luciría un ceremonioso kimono negro y la larga coleta de la nuca untada de aceite y peinada hacia arriba. Ayer había creído hallarse de camino a su boda.

Subió los escalones a un ritmo incómodo, irritado por su baja altura y exagerada profundidad. Los pasos que daba habrían resultado imposibles enfundado en un kimono, pero los pantalones de tricloropoliéster que vestía no ofrecían resistencia. Eran del mismo color gris oscuro que su jersey y hacían juego con su estado de ánimo sombrío.

Una compañía entera de auxiliares de los Regulares de la Octava de Rasalhague guardaba las puertas, pero lo dejaron pasar sin preguntas.

Encontró a su padre en el despacho del gobernador, sentado detrás de un enorme escritorio de roble.

Los asistentes y los generales levantaron los ojos ante su repentina intrusión. Takashi les ordenó que se marcharan. Con su estrépito de ordenadores portátiles y el murmullo de comentarios apagados, reunieron sus cosas. Takashi giró el sillón a un lado y apoyó con cautela una pierna vendada sobre un taburete. Los asistentes mantuvieron la vista baja mientras pasaban al lado de Theodore, plantado en el centro de la estancia con las manos apretadas a los costados.

El último en salir fue Subhash Indrahar, quien le tocó el hombro al llegar a su lado. Una sensación eléctrica de confianza lo sacudió. Controló su sorpresa y sólo hizo un gesto de asentimiento al director. La sonrisa de Indrahar era cálida, pero Theodore no permitió que llegara hasta la gélida resolución que había alimentado durante su marcha desde el campo militar situado en el puerto estelar. Cuando las puertas se cerraron con suavidad a su espalda, Theodore rugió:

—¿Cómo puedes quedarte ahí sentado y dejar que esto continúe?

Takashi cerró los ojos y aspiró profundamente.

—¿A qué te refieres exactamente?

Theodore se acercó al escritorio, plantó las palmas de las manos sobre la madera y adelantó el torso, respondiendo:

—A la ejecución de gente inocente. ¿Cómo puedes hacerlo?

—¿Cómo no podría? —replicó Takashi, masajeándose con delicadeza uno de los parches de plasticarne que cubrían las heridas de su cara.

—Es algo bárbaro…, criminal.

Takashi bajó la mano y clavó unos ojos ominosos en su hijo.

—Alardeas de tu conocimiento de los clásicos, de modo que daré por sentado que conoces el Heike Monogatari.

—Por supuesto —replicó Theodore con brusquedad. Le molestó el cambio de tema, pero sabía que su padre no continuaría hasta que no hubiera satisfecho su pedantería—. ¿Qué hombre educado o guerrero que se respete no lo conoce? La historia narra la guerra entre los Taira y los Minamoto. La guerra dio como resultado el primer sogunado[2] del antiguo Japón.

So ka —gruñó Takashi—. ¿También estás al tanto de los antecedentes de la lucha final entre esos clanes?

Theodore se hallaba francamente irritado. La voz de Tetsuhara-sensei le habló con urgencia: «Responde con las palabras que se esperan de ti, aun cuando éstas se muestren opuestas a la verdadera réplica de tu corazón, y tu enemigo te abrirá su mente».

«Muy bien —contestó mentalmente—, le daré la respuesta que desea oír. Luego, quizá me permita ver lo que de verdad quiere».

—Los Taira casi habían eliminado a todos los Minamoto en su lucha por tener influencia sobre el emperador. Sin embargo, dos jóvenes Minamoto escaparon de la purga de los vencedores. Eran los hermanos Yoritomo y Yoshitsune. Cuando crecieron, revivieron su clan, lo condujeron contra los Taira y destruyeron a su enemigo. Yoritomo se convirtió en el primer sogún.

Takashi sonrió con satisfacción.

—De ese modo, ves que lo que hago es necesario. No puedo dejar a ningún superviviente de la conspiración ni a ninguna semilla que haga posible una nueva.

—¿Qué me dices de Marcus? —contrarrestó Theodore.

—No existe una evidencia sólida. Se hallaba en otra parte cuando el mensaje que recibiste se envió desde sus oficinas. No puede probarse que deseara tu presencia en el choque fatal. Sólo existe la palabra de un asesino traidor de que estaba involucrado en el sabotaje al Startreader.

—Seguro que no lo crees inocente —comentó con incredulidad Theodore. Takashi guardó silencio—. Si los dos hubiéramos muerto en el accidente del Startreader, él habría ocupado el puesto de Coordinador.

—Te olvidas de tu primo, mi sobrino Isoroku. Habría sido llamado del monasterio en el que se encuentra para ocupar el puesto de Coordinador.

—Habría muerto antes de llegar a Luthien —dijo con brusquedad Theodore—. Si Marcus estaba dispuesto a matarnos a nosotros, no habría tenido ningún reparo en aniquilar a un ratoncito como Isoroku. Ese monje jamás habría dispuesto de una oportunidad contra semejante depredador.

—Es irrelevante —comentó Takashi, encogiéndose de hombros—. Todo ha cambiado. Marcus se ha retirado a un reducto fortificado que tiene en las montañas al norte de la ciudad y no se puede llegar hasta él sin realizar un esfuerzo extraordinario. Aquí en el distrito es fuerte, demasiado para enfrentarnos a él abiertamente. No se le debe permitir mantener su puesto y que sea una amenaza para el reino. Desde este momento. Vladimir Sorenson es el Señor de la Guerra de Rasalhague.

Theodore se sobresaltó.

—Marcus se rebelará. Ya ha arriesgado demasiado como para quedarse quieto y dejar que tú le quites su rango.

—Creo que lo aceptará. Marcus no rechazará un ascenso. —Con gesto lánguido, Takashi señaló un documento, enrollado y sellado, que había sobre el escritorio—. He nombrado al primo Marcus mi estratega jefe para los Soldados Alistados del Condominio. Estará por encima de los Señores de la Guerra en mi concejo. Pero, para que así sea, ha de abandonar el agujero en el que se encuentra y venir a Luthien.

—Sí, irá a Luthien —acordó Theodore—. Entonces, tú lo ejecutarás.

—Entonces, ya lo veremos.

Theodore pensó en la promesa que había hecho Takashi de dar muerte a los conspiradores y a sus familias y que tanta publicidad había recibido. Si Marcus estaba implicado en la conspiración, Takashi tendría que ordenar la muerte de su tía Florimel y del tío Undell, padre de Marcus, ya que pertenecían a la generación inmediatamente anterior. Habiendo concebido a Marcus, eran responsables de haber traído la traición al universo. Takashi también tendría que ejecutar a todos los hijos de Marcus, incluyendo a Constance, debido a la mácula que llevaban de la sangre del traidor.

Tales ejecuciones diezmarían a la familia gobernante del clan Kurita, y dejaría únicamente a Theodore y a sus padres. Había otras líneas Kurita, por supuesto, en especial la de Malcolm Kurita, a quien Takashi había nombrado recientemente gobernador del distrito para que sustituyera al fallecido Sjovold. Pero Malcolm era viejo y estaba enfermo, y su hijo Mies no era guerrero. La línea de los hijos menores carecía de la sangre pura de la propia familia de Takashi; ninguno poseía un derecho claro a reclamar el trono. Habría una guerra civil. Debilitado por la lucha interna, el Condominio se convertiría en una presa fácil para los depredadores de los otros Estados Sucesores.

Takashi no permitiría que eso sucediera. No destruiría su gran Casa. Tramaría todo lo que fuera necesario, llegaría a cualquier compromiso con el fin de encontrar una solución adecuada.

Comprendió lo que su padre acababa de hacer.

Cualquiera habría vacilado en nombrar a un asesino para que dirigiera sus estrategias militares; sin embargo, era exactamente lo que había hecho Takashi. Por lo tanto, Marcus no podía ser un asesino, al menos no a los ojos de los demás. Su vida estaba a salvo. Su familia estaba a salvo.

No obstante, otras familias no fueron tan afortunadas. Cuando el equipo de salvamento enviado a rescatar los BattleMechs del Startreader había retornado de los pantanos con su padre y el Señor de la Guerra Sorenson, Theodore se sintió interiormente aliviado. Todavía no quería ser Coordinador. En su desahogo, le había contado a Takashi el plan de Jarl Sjovold y cómo lo había rechazado; también la reacción del gobernador y la oportuna intervención del duque Ricol. Takashi aún no había hecho público su juramento, y Theodore, sin saberlo, había sellado la muerte de Anastasi Sjovold, su prometida.

Su propia parte en la implicación de la familia Sjovold en la conspiración lo perturbaba, aunque no sabía bien por qué. No albergaba ninguna duda de que los traidores tenían que morir. La muerte era la única recompensa que merecían. Pero Anastasi sólo era un peón en la ambición de su padre, una pobre mosca atrapada en la telaraña de la traición.

Sabía que la muerte formaba parte de la vida y que a todos les llegaba, incluso a los inocentes. El mismo había matado en el campo de batalla, pero aquello era diferente de una ejecución. Cualquier guerrero conocía los riesgos de la lucha. El piloto de un BattleMech aceptaba el concepto de guerra.

Sin embargo, de haber conocido el juramento de Takashi, podría haber explicado la muerte de Sjovold de alguna otra manera y salvado así a Anastasi del pelotón de fusilamiento. La compasión por el inocente también formaba parte del código del bushido. De nuevo decidió tratar de convencer a su padre.

—Te has esforzado mucho en salvar a Marcus —comenzó—. ¿Qué me dices de Anastasi? Es completamente inocente. Su comprensión de la política es nula, y dudo que en su mente anide la idea de la traición. Es imposible que estuviera involucrada. ¿Por qué no mostrar misericordia? Después de todo, fuiste quien arregló mi boda con ella.

Takashi observó a su hijo con claro desprecio.

—Aparte de las consideraciones políticas pertinentes, el compromiso se preparó para engendrar hijos.

—Hijos que tú quieres —le recordó Theodore.

—¿Deseas que los Kurita se conviertan en otros Taira? —preguntó Takashi—. Un niño puede crecer con el deseo de destruir a aquellos que aniquilaron a su familia. Tal niño, nacido de la unión entre esa mujer y tú, estaría en una posición única para destruir a nuestro clan.

—Se lo podría educar de otra manera.

—Eres ingenuo —replicó Takashi—. Quizá deberías haber elegido otro nombre en vez del impronunciable Theodore en tu ceremonia gempuku. Con las actitudes que muestras, encajaría mejor Kiyomori. Él fue quien destruyó a su clan Taira con la misma debilidad que ahora me pides que muestre yo. El siguiente matrimonio que arregle no será con una madre de víboras.

Aguijoneado por la sugerencia de Takashi de que no sentía preocupación por su clan, Theodore decidió devolverle el golpe.

—Tu repentina rectitud paternal es sorprendente. Si hubieras demostrado semejante sentimiento en mi ceremonia de mayoría de edad, podría haber cedido a tu deseo y elegido un nombre tradicional. Tú me desprecias; yo desprecio tus deseos.

—«Apénate por un hombre sobre quien recae la maldición de un hijo carente de amor por su padre» —recitó Takashi—. Tu madre…

—¡Mi madre no tiene nada que ver en lo que hay entre nosotros! —gritó Theodore—. ¡Déjala al margen!

—Tu madre tiene mucho más que ver de lo que tú supones —contestó Takashi con voz dura—. Si vuelves a hablar de ella levantándome la voz…

—¿Qué? ¿Me ejecutarás?

Los ojos de Takashi se entrecerraron mientras el color le subía por el cuello y le cubría las mejillas.

—¡Vete!

Theodore sonrió para sus adentros, complacido de haber conseguido irritar a su padre. Realizó una inclinación de cabeza rígida y ceremoniosa.

—Acepto mi despedida —repuso con voz suave—. Larga vida al Coordinador.

Dando media vuelta, se marchó de la estancia. Se hallaba a medio camino de regreso a las barracas cuando oyó una ráfaga de disparos. Por la sincronización de éstos, se trataba de un pelotón de fusilamiento, y, de repente, eso le recordó que su visita al Palacio Hall había sido un fracaso. Anastasi todavía iba a ser ejecutada. Continuó la marcha despacio, con los hombros hundidos.