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Condado Oeste de Cerant, An Ting
Distrito Militar de Galedon
Condominio Draconis
9 de agosto de 3039
El mariscal Ardan Sortek dio otro mordisco a la barra marrón de raciones, con sabor a sudor rancio después de impregnarse de la atmósfera de la carlinga de su Victor, había conducido demasiado tiempo al Mech sin un cambio del sistema de aire. Ahogando un bostezo, llegó a la conclusión de que también él llevaba mucho tiempo sin dormir. «Ah, los gozos de la vida en el campo de batalla», pensó.
Si el único precio de la guerra fueran sus incomodidades, gustoso lo pagaría por verse libre de las interminables intrigas políticas de la corte de Davion. Años de participar en ellas lo convirtieron en un experto del juego, aunque no consiguieron que le gustara. Lo alivió encontrarse otra vez al mando de una unidad de línea y que ésta fuera el Primero de Guardias de Davion. A pesar de la muerte y los engaños tácticos que conllevaba, la guerra era más limpia que la vida en la corte. Hacía que un hombre se sintiera menos sucio.
Aquí en An Ting, vio en exceso el lado malo de la contienda, demasiadas muertes y sufrimiento. Contrario a las estimaciones de inteligencia, los kuritanos estaban esperando el asalto. Sus regimientos convencionales se hallaban en posiciones pertrechadas, preparados para el ataque de Davion. Hasta ahora, los Mechs de los Dracs apenas aparecieron en escena, y sólo para asestarle golpes sorpresivos a Davion, desapareciendo luego. A pesar de ello, la lucha fue feroz, y cada día que pasaba les alejaba más del tiempo calculado por el príncipe Hanse Davion.
Recibieron mensaje de los exploradores, diciendo que en las laderas de las colinas del oeste los kuritanos comenzaban a moverse. Deseando verlo en persona, Sortek partió con su Víctor, sintiéndose lo suficientemente seguro a treinta kilómetros detrás de las líneas como para viajar sin escolta. Esa confianza titubeó cuando avistó un tanque Vedette trepando a la cima de la colina que tenía delante. El vehículo blindado no emitió ninguna señal IAE que el equipo del Víctor pudiera leer.
No había hecho que le reabastecieran por completo las troneras de los misiles y la máquina estaba recalentada, ya que el sistema de calor seguía averiado debido a los impactos recibidos en la batalla de la semana anterior. Lo último que deseaba en ese momento era un combate. Como medida de precaución, armó sus láseres y activó el alimentador del cañón automático del Pontiac 100 que conformaban el antebrazo derecho del Víctor. Con optimismo, no varió el curso del Mech. Si el tanque era amigo, su tripulación no podría pasar por alto la insignia con la espada y el sol que llevaba en el pecho. Si no, por lo menos no sería un blanco inmóvil.
—Merde —maldijo cuando divisó la estela de humo blanco del cañón principal del Vedette.
Viró a la derecha, soltando rayos de color rubí de los dos láseres Sorenstein de 4,8 centímetros del brazo izquierdo del Víctor mientras cargaba. El proyectil del tanque abrió un surco entre los pies del Mech. Sortek apretó el acelerador, sufriendo sacudidas en la irregular carrera sobre el terreno agreste. Continuó con su fuego de hostigamiento a medida que se acercaba al tanque. Sólo dos impactos del vehículo kuritano le dieron, y apenas consiguieron descascararle parte de la lámina blindada de la pierna izquierda y la zona superior del pecho.
A setenta metros, disparó el Pontiac, pero el violento movimiento del Víctor lo hizo fallar. La ladera explotó alrededor del tanque. Con retraso, comenzó a avanzar de nuevo.
Introdujo la corrección en su sistema de ataque y volvió a disparar. Los proyectiles de alta velocidad golpearon al tanque mientras éste se revolvía sobre el terreno despedazado. Atravesaron las planchas ProTecTech del Vedette como si sólo fueran madera barnizada. Ante el impacto, volaron piezas y, un segundo después, todo el vehículo saltó por los aires en una explosión cegadora.
El mariscal no dispuso de tiempo para felicitarse a sí mismo. Dos Vedettes más aparecieron en la cima de la colina. «No tiene sentido seguir guardando silencio», pensó.
—Sortek a Base Pangolin. Vehículos hostiles en el sector Tango-Romeo-siete-tres-seis. Necesito apoyo.
Abrió fuego sobre los tanques. Sin aguardar a ver los resultados, retrocedió. Un paso en la colina le permitió observar a toda la columna blindada avanzando por la otra pendiente en dirección a su posición. Repitió la llamada, y esta vez obtuvo una respuesta.
—Retroceda, mariscal —le aconsejó la voz fría del oficial de comunicaciones.
—Imposible, Pangolin. Caerían sobre mí. Tengo a toda una compañía.
Se produjo una breve pausa.
—Comprendido, mariscal. Hay una lanza camino del frente. Están estableciendo los vectores hacia su posición. Tiene suerte, mariscal. Deberían llegar en diez minutos.
—Será mejor que esté en lo cierto, Pangolin. Si estas Serpientes me derriban, las tendréis encima en treinta minutos.
—Entendido, mariscal. Buena suerte.
La batalla de Sortek con la compañía kuritana fue un tobogán: él tratando de mantenerse fuera de su línea de fuego y ellos intentando situar todos los vehículos posibles en posición para dispararle. Las Serpientes no perdieron tiempo en adoptar tácticas que las mantuvieran fuera del alcance de su cañón Pontiac en la medida de lo factible. Mientras tanto, el calor en la carlinga del Víctor subía sin cesar.
Justo cuando abandonaba la esperanza de un rescate a tiempo, el agudo vuelo de unos misiles de largo alcance anunció la llegada de la lanza Davion. El Vedette que acababa de mutilar se sacudió bajo el impacto de los cohetes. Un humo negro remolineó por entre los agujeros que las cabezas explosivas abrieron en su blindaje. Tan pronto como vio a los supervivientes abandonarlo, centró su atención en el siguiente oponente.
La lanza Davion, compuesta por dos Enforcers, un Dervish y un Stinger, avanzó a toda velocidad a través de las ondulantes colinas. Su ataque repentino e implacable aturdió a los kuritanos. Un Vedette se convirtió en una bola ardiente bajo su fuego concentrado.
El último cargador del Pontiac se vació cuando Sortek horquilló al tanque más cercano con una andanada de proyectiles. La torreta estalló en llamas mientras el cañón principal se soltaba de su montura destrozada para caer estrepitosamente por el inclinado blindaje del Vedette. Con las ruedas propulsoras destruidas y las orugas hechas jirones, se detuvo.
La desventaja había cambiado rápidamente.
Viéndose superados por los Mechs recién llegados, los kuritanos se retiraron. Sortek prohibió la persecución. Sintiéndose nervioso por la llegada no anunciada de los Dracs, quería tener a la lanza en las cercanías.
—Cinco minutos —anunció a sus rescatadores—. Regresamos a la Base Pangolin tan pronto como haya bajado el calor de este viejo caballo de guerra.
—¿Fue una pelea dura, mariscal? —preguntó uno de los Jocks.
Su tablero de comunicaciones la identificó como la sargento Saily Cantrell, la piloto del Dervish.
—No me gustaría que se convirtiera en un hábito —respondió—. Me ha bastado.
—Bienvenido al club, mariscal —la voz del teniente Link sonó jovial, pero él percibió un matiz amargo—. Si nos agobian tanto con sus tanques, ¿qué harán cuando nos suelten los Mechs?
—Lo averiguaremos pronto. —El Dervish de Cantrell señaló con un brazo rectangular hacia el norte.
Ardan siguió la línea. Cuatro Mechs kuritanos avanzaban por la loma baja, desplegándose en formación.
—Son Chargers —afirmó Link—. Tienen que serlo con esos deflectores que llevan en los hombros. Demasiado grandes para ser Griffins, y no tienen manos. Serán unos blancos fáciles.
—Deberían serlo. Sólo portan láseres pequeños. Les resultará imposible quemarnos a esta distancia.
Dos de los Mechs kuritanos desaparecieron de la pantalla de rastreo de Sortek en una nube de humo. Años de batalla le enseñaron a reconocer la firma de los escapes de los misiles de largo alcance.
—¡Separaos! —ordenó—. ¡Acción evasiva!
Los BattleMechs Davion se dispersaron, pero la descarga por sorpresa surtió su efecto. Todos recibieron impactos. El Stinger cayó con una pierna destrozada.
—No creo que sean Chargers —comentó despacio Cantrell.
—Creo que tiene razón —corroboró Sortek—. Las cabezas son distintas.
—Va a ser todo un combate —concluyó Cantrell.
—Bueno, mariscal —bromeó Link—, su horario sufrirá otra alteración.
La ligera conversación de los Jocks le recordó su viejo mando, pero esperaba que no estuvieran minimizando el problema. Esos Mechs, catalogados en su computadora como Charger-II, eran una sorpresa brusca. Y la aparición de máquinas enemigas tan lejos detrás de las líneas representaba malas noticias. Los kuritanos contraatacaban. Se preguntó cuántas sorpresas más tenía guardadas el Dragón.