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Hotel Seramore, Noraton, Moore

Distrito Militar de Dieron

Condominio Draconis

2 de agosto de 3029

Ninyu entró desgarbadamente en la habitación y se dejó caer en el enorme sillón tapizado con motivos florales que había frente al escritorio de roble, ajeno al daño que su mugriento uniforme de salto le causaría al mobiliario del hotel. Se quitó los ajustados guantes negros y los soltó sobre su regazo. Dobló los dedos y con cuidado comprobó la flexibilidad de cada uno. Una vez concluida la inspección, apoyó la cabeza contra los almohadones blandos.

Al alzar la vista del libro, Theodore quedó sorprendido por el aspecto consumido y agotado de su amigo. Un año de guerra lo había endurecido, robándole gran parte de su carácter jovial, tal como agotaba a todos los que lo rodeaban. Incluso Tomoe parecía exhausta cuando se marchó respondiendo al mensaje de Constance que le decía que Omi la necesitaba. ¿También lo estaba afectando a él?

Una mirada al espejo de la pared que separaba la estancia exterior del dormitorio se lo confirmó. El cabello que le llegaba a los hombros se veía desaliñado por falta de un corte adecuado. El tonto y afectado bigote lucido durante su visita al Distrito Benjamin había desaparecido. Ni siquiera sabía si aún seguía de moda en Luthien. Tenía la cara más delgada, casi enjuta, y los ojos eran tan obsesivos como los de Ninyu.

—Ya me he encargado de Tourneville —anunció cansinamente éste.

—¿Qué quieres decir? —se mostró perplejo.

—Está muerto. —Theodore se reclinó sorprendido contra el respaldo del sillón—. Ayer uno de mis hombres me informó que estaba dispuesto a revelar tus planes para invadir la Mancomunidad —prosiguió Ninyu—. Yo me hallaba fuera de la sede de ComStar cuando llegó. Llevaba un mensaje codificado con destino al Coordinador. El Chu-i Tourneville sufrió un lamentable accidente.

—¿No podías tan sólo haberle impedido que lo mandara, haciéndonos ganar algo de tiempo? —Ninyu se encogió de hombros. Theodore se sentía confuso—. Subhash-sama nos está ayudando al alterar los informes de Tourneville. Retrasándolo, le habría dado tiempo al director de ocuparse del mensaje. Seguro que él no ordenaría su muerte únicamente para detener la información.

—El director no lo ordenó —afirmó Ninyu.

—¿Qué? —Si Ninyu no había actuado bajo las órdenes de su superior en las FIS, esa exhibición de iniciativa podría representar un cambio peligroso de lealtades. Aunque dicho giro fuera a favor de Theodore, las fidelidades modificadas eran señal de una personalidad inestable. Lo último que necesitaba ahora era a un agente especial de las FIS, y menos durante la ausencia de Tomoe. Ella no sería capaz de contrarrestar los actos de Ninyu con sus talentos particulares de la OCC—. Entonces, ¿por qué? —le preguntó.

—Actué siguiendo los mejores intereses del Dragón. Tenemos demasiados problemas como para mantener a ese asqueroso chivato en nuestra lista de preocupaciones. Subhash-sama confía en los Hijos del Dragón para que obren como mejor lo crean. —La cara de Ninyu esbozó el destello de una sonrisa—. En todos ellos. —Cogió uno de sus guantes y lo volvió del revés. Lo inspeccionó con cuidado antes de dejarlo caer otra vez sobre su regazo—. Pareció satisfecho, como si su acto hubiera restaurado el orden adecuado en el universo.

»No seas tan quisquilloso —continuó—. No es peor que cuando eliminaste a Sanada de un disparo.

Theodore ocultó su cólera, pero no lo suficientemente rápido. La mueca de Ninyu le reveló que había captado la emoción y que estaba complacido por provocar tal reacción. Era verdad que había disparado al Tai-sa Sanada, pero se trató de una solución impulsiva a un problema, no un asesinato premeditado. Además, Sanada había sido un comandante incompetente y peligroso, que antepuso su propia voluntad y honor a las necesidades del Condominio.

—Fue distinto. Tomoe me contó justo antes de reunirme con los generales que Sanada estaba en el bolsillo del Señor de la Guerra Cherenkoff. Puede que el gordo estúpido sea insoportable, pero todavía es un Señor de la Guerra, y por ello peligroso. Jamás aprobaría mi plan de invasión. Cherenkoff sofocaría la Operación Contaminación sólo por irritarme. Le encantaría recompensar a cualquiera que le ayudara a complicarme la vida. Supongo que las personas afines se atraen.

«Esto es demasiado importante. No puedo permitir que la invasión a Skye se detenga sólo por el deseo mezquino de un hombre de vengar un insulto imaginario o por ganarse el favor del Coordinador. Si Cherenkoff se entera de las tropas que hemos reunido, ordenará que me detenga. Distribuirá de nuevo a nuestros hombres y requisará las Naves de Salto para tareas menos decisivas.

»Quiere establecer un curso de peligrosa indolencia. Lo único que desea es quedarse sentado y provocar a Davion, tal como ha hecho durante años. A veces me pregunto si se da cuenta de que realmente estamos en guerra. ¿Cómo puede mi padre permitirle mantener el control sobre Dieron? —La voz se había elevado al hablar, liberando su ira y frustración tanto tiempo contenidas. Frenándose, se detuvo para recuperar el control antes de continuar—. El Condominio necesita este ataque. Debemos devolverle el golpe a Steiner.

«Durante toda la reunión ese pensamiento no dejó de carcomerme. Discutimos los planes abiertamente.

Mientras Sanada escuchaba y tomaba notas. Sé que un buen oficial haría eso mismo con el fin de prepararse de manera adecuada, pero sospeché que sus verdaderos motivos eran los de recabar datos para Cherenkoff. ¿Podía permitir que un estúpido egoísta mutilara las oportunidades del Condominio? Había planeado avergonzar a Sanada delante de los otros generales, criticando su actuación en el incidente con Jinjiro Thorsen. Pensé que quizás ello lo pusiera a raya, y lo obligara a abandonar una actitud tan ególatra.

»Pero entonces vi la expresión de su cara cuando Thorsen entró. Sentí su desprecio y odio, y comprendí que si aireaba en público mi irritación con él, sólo le empujaría aún más lejos, llevándolo directamente al campamento de Cherenkoíf. No tuve ninguna duda de que tan pronto como saliera de la reunión se dirigiría de inmediato a ver al Señor de la Guerra, quien habría frustrado la invasión y la mejor oportunidad del Condominio para detener los ataques Steiner. Dispararle fue la única forma que se me ocurrió de pararlo.

—Guarda las justificaciones —restalló Ninyu—. Jamás dije que estuviera en desacuerdo con lo que hiciste. Matar a Sanada atemorizó al resto de los generales, y eso es buena señal. Nadie ha hablado con el Señor de la Guerra, y con los aterrizajes en Dromini VI, ahora están demasiado involucrados para intentarlo. Permanecerán a tu lado.

—No los quiero conmigo. Los quiero con el Condominio.

—Es lo mismo.

—Todavía no soy el Coordinador.

—Es sólo cuestión de tiempo.

—¿Matarías a mi padre para satisfacer tus ideas acerca de lo que necesita el Dragón?

Se encogió de hombros.

Perturbado por la ambigua respuesta de su compañero, Theodore se puso de pie. Quería estar solo.

Ninyu se limitó a cerrar los ojos, haciendo caso omiso del hecho de que debía marcharse. Theodore se dirigió irritado al dormitorio. Había atravesado medio cuarto interior cuando vio un objeto en el centro de la cama.

Asombrado, se detuvo. No estaba ahí cuando los ordenanzas se fueron, y nadie lo había molestado hasta la llegada de Ninyu. Las ventanas, a cincuenta pisos por encima de la calle, se hallaban permanentemente selladas. No se podía entrar en el dormitorio salvo por la puerta de la cámara exterior. ¿Cómo podía haber llegado hasta aquí?

Se acercó y alzó la máscara lacada. Debajo había un gato origami. «¡Diablos!» Una escultura de papel doblado con la forma de un gato era la firma de los nekogami, conocidos por ser los mejores en su especialidad. Asesinos, espías y saboteadores. Aunque fueran tema de innumerables libros y espectáculos, pocos conocían sus verdaderas aptitudes. Nadie sus identidades. Ninyu apareció en la puerta, alerta y preparado para cualquier problema, empuñando un cuchillo arrojadizo, corto y plano. Abrió mucho los ojos al ver el origami sobre la cama. Entró en silencio, sin dejar de inspeccionar el cuarto, y se plantó al lado de Theodore.

Este cogió la máscara. Era de tamaño real y completa, con cordones de seda para sujetarla a la cara del portador. La reconoció como una del tipo que se había usado en el drama de Noh, pero no recordó a qué personaje representaba. La mirada fija y la mueca de su boca resultaban amenazadoras, en extraño contraste con la nariz larga y de un rojo brillante. Con una cautela exagerada, Ninyu la tomó y la examinó.

—Es una máscara tengu —anunció.

So ka. Los espíritus de los señores de las espadas alados de los bosques. Eran grandes bromistas. ¿Se trata de eso?

Ninyu la alzó para dejar que la luz iluminara su interior negro lacado. Señaló las dos agujas que sobresalían por debajo de los agujeros de los ojos. Cada punta estaba bañada con una sustancia de color marrón opaco.

—No es ninguna broma —repuso—. Quien se la colocara sufriría una muerte dolorosa. Es una advertencia.

»En algunas tradiciones, los tengu eran los tutores originales de los ninja. En mi año de entrenamiento con un sensei del nekogami, aprendí un poco de las costumbres antiguas y de las creencias que éstos practican. Consideran a los tengu como sus antepasados, y los veneran igual que a las generaciones de ninja que los unen con el Japón antiguo. Los Espíritus del Gato están muy apegados a la tradición. —Ninyu le devolvió la máscara—. No están contentos contigo.

—¿Qué hice? —preguntó inocentemente.

—Dijiste que eran tus agentes en Dromini VI.

—Pensé que daría más confianza a los oficiales. Los nekogami son temidos en toda la Esfera Interior. Si los generales hubieran sabido que dependíamos de nuestros propios agentes infiltrados y de unos voluntarios a medio entrenar…

—Sólo porque un equipo de ataque lleve trajes negros no significa que sean nekogami, sin importar el nombre que tú les des. ¡Diablos! Ni siquiera implica que sean ninja. Podrías haberles contado que las FIS se encargarían del asunto.

Theodore creyó captar una nota de orgullo herido en su voz.

—Los generales son militares sencillos. Tienen poca fe en los agentes de las FIS y creen que los ataques de comando han de estar en manos de sus propios especialistas, como los Grupos de Ataque de Elite de Draconis y profesionales como los nekogami. Jamás se habrían creído que yo había preparado una incursión de los GAED sin dar previo aviso al Coordinador o al Señor de la Guerra. Como nadie conoce cómo y dónde contactar con los nekogami, intenté convencerlos de que había podido acceder a ellos.

Ninyu sacudió la cabeza.

—Usar el nombre de los nekogami sin su permiso fue una desafortunada idea. Habría sido mejor emplear el nombre de uno de los clanes más grandes, como el de los Kageyoru o el de los Dofheicthe. Quizá no sean tan buenos como ellos, pero no son tan fanáticamente susceptibles por su reputación. Habrías conseguido casi el mismo efecto sin irritar a los Gatos.

—Tendré más cuidado en el futuro.

Ninyu apoyó un dedo sobre la máscara que sostenía Theodore.

—Más vale que así sea.