5
Cuando se cerraron las puertas del ascensor del Merrivale, el hombretón apartó el periódico de delante de la cara y bostezó. Se levantó lentamente del sofá del rincón y cruzó perezoso el vestíbulo. Se apretó para entrar en la última de una fila de cabinas de teléfono. Metió una moneda en la ranura y marcó con un dedo índice enorme, repitiendo los números con los labios.
Hubo una pausa. Luego se inclinó sobre el aparato.
—Soy Denny. Estoy en el Merrivale. Nuestro hombre acaba de entrar. Le perdí afuera y entré aquí a esperar a que volviera.
Tenía una voz gruesa con un toque vibrante. Escuchó lo que le decían del otro lado, asintió con la cabeza y colgó sin decir nada más. Salió de la cabina en dirección a los ascensores. De camino, dejó caer la colilla de su cigarro en un cuenco de vidrio lleno de arena blanca.
En el ascensor, dijo:
—Al diez. —Se quitó el sombrero. Tenía el pelo negro, liso y mojado por el sudor, una cara ancha y plana y ojos pequeños. La ropa como sin planchar, pero no descuidada. Era detective de los estudios y trabajaba para Eclipse Films.
Se bajó en la décima planta y echó a andar por un pasillo mal iluminado, dobló una esquina y llamó a una puerta. Dentro se oyeron pasos. La puerta se abrió. La abrió Dalmas.
El hombretón entró y, sin más, dejó caer el sombrero sobre la cama y se sentó en una butaca junto a la ventana sin que lo invitasen.
—Qué tal, muchacho. He oído que necesitas que te ayuden.
Dalmas le miró durante un instante sin responder. Luego dijo lentamente, con el ceño fruncido:
—Puede, sí... para seguir a uno. Pedí a Collins. Pensé que a ti sería demasiado fácil descubrirte.
Dio media vuelta y entró en el cuarto de baño. Salió con dos vasos. Preparó las bebidas sobre el buró y le tendió una al grandullón. Este bebió, chasqueó los labios y dejó el vaso en el alféizar de la ventana abierta. Sacó un cigarro grueso y corto del bolsillo del chaleco.
—Collins no andaba por allí —informó—. Y yo estaba mano sobre mano. Así que el jefazo me adjudicó el trabajo. ¿Faena de a pie?
—No lo sé. Es probable que no.
—Si hay que seguirle en coche, no hay problema. He traído un cupé pequeño.
Dalmas cogió su vaso y se sentó en el borde de la cama. Observó al hombretón con una leve sonrisa. El hombre mordió la punta del cigarro y la escupió. Luego se agachó a recoger el trocito, lo miró y lo arrojó por la ventana.
Dalmas preguntó de repente:
—¿Conoces bien a Derek Walden, Denny?
Denny miró por la ventana. En el cielo había una especie de bruma y el reflejo rojo de un letrero de neón hacía que un edificio cercano pareciera en llamas.
—No sé a qué llamas conocerlo. Le he visto por ahí. Sé que es uno de los tipos importantes del porno.
—Entonces no te desmayarás si te digo que ha muerto —soltó Dalmas sin inmutarse.
Denny se volvió con calma. El cigarro, todavía sin encender, se le movía para arriba y para abajo en su ancha boca. Pareció poner un poco de interés. Dalmas continuó:
—Es curioso. Una banda de chantajistas andaba trabajándoselo, Denny. Parece que se lo han cargado. Está muerto... con un agujero en la cabeza y una pistola en la mano. Sucedió esta tarde.
Denny abrió sus ojillos un poco más de lo normal. Dalmas dio unos sorbos a su bebida y apoyó el vaso encima del muslo.
—Lo encontró su novia. Tenía una llave del apartamento del Kilmarnock. El criado japonés estaba fuera y no tenía más servicio. La chica no se lo dijo a nadie. Se largó y me llamó a mí. Yo me acerqué... y tampoco se lo dije a nadie.
El hombretón exclamó, muy despacio:
—¡Por Dios santo! Los polis te trincarán y te lo sacarán, hermano. No hay modo de escapar con una cosa así.
Dalmas se quedó mirándole. Luego giró la cabeza y se quedó mirando un cuadro de la pared. Dijo en tono frío:
—Lo conseguiré... y tú me ayudarás. Tenemos un trabajo y una organización condenadamente poderosa detrás. Hay un montón de dinero en juego.
—¿Qué tienes pensado? —preguntó Denny con desconfianza. No se le veía entusiasmado.
—La novia no se cree que Walden se haya suicidado, Denny. Yo tampoco, y tengo una especie de pista. Pero hay que trabajar deprisa, porque la pista es tan buena para la bofia como para nosotros. No esperaba poder controlar la situación sobre la marcha, pero ahora creo que tengo una oportunidad.
Denny cedió.
—Ajá. Pero no me vayas de listo, yo pienso despacio.
Rascó una cerilla y encendió su puro. La mano le temblaba ligeramente.
—No es cuestión de inteligencia —matizó Dalmas—. De hecho, es de lo más simple. La pistola que mató a Walden está limada. Pero la desmonté y el número del interior no estaba limado. Y en Jefatura tienen el número, en permisos especiales.
—Y tú fuiste allí y, sin más, lo pediste y te lo dieron —adivinó Denny, frunciendo el ceño—. Y cuando den con Walden y sigan la pista del arma por su cuenta se congratularán de saber que tú ya tenías esa información. —Hizo un sonido áspero con la garganta.
—Tranquilo, el tipo que me lo comprobó es de fiar. No hay que preocuparse por eso.
—¡Demonios si no! ¿Qué hacía un tipo como Walden con una pistola limada? Eso es delito mayor.
Dalmas se terminó la copa y se llevó el vaso vacío al escritorio. Levantó la botella de whisky en el aire. Denny meneó la cabeza. Se le veía muy disgustado.
—Si la pistola la tenía él puede que no supiera eso, Denny. Y también puede ser que la pistola no fuera suya. Si era la pistola de un asesino, entonces era un asesino amateur. Un profesional no tiene esa clase de artillería, ni comete esa clase de errores.
—Okey. ¿Qué más sabes de esa pipa?
Dalmas volvió a sentarse en la cama. Sacó una cajetilla de cigarrillos del bolsillo, encendió uno y se inclinó hacia delante para lanzar la cerilla por la ventana abierta.
—El permiso lo sacó hace cosa de un año un reportero del Press-Chronicle llamado Dart Burwand. El tal Burwand tuvo un encontronazo en abril pasado en la rampa de la terminal de Arcade. Estaba decidido a marcharse de la ciudad, pero no llegó a hacerlo. El caso nunca se aclaró, pero se dice que ese Burwand anduvo metido en líos de mafiosos, como la muerte de Lingle en Chicago. También se rumorea que intentó exprimir a un pez gordo, y que el pez gordo hizo que le saliera el tiro por la culata. Y Burwand hace mutis.
Denny respiraba fuerte. Había dejado que se le apagara el cigarro. Dalmas lo miraba muy serio mientras hablaba.
—Eso lo supe por Westfalls, del Press-Chronicle —informó Dalmas—. Es amigo mío. Y hay más. Probablemente, esa pistola se la devolvieron a la mujer de Burwand. Sigue viviendo aquí, cerca de North Kenmore. Puede que me diga qué hizo con la pistola... y puede que también ella ande metida en asuntos de la mafia, Denny. En ese caso no me dirá nada, pero después de apretarla un poco, igual contacta con alguien y nos lleva tras la pista de alguien interesante. ¿Coges la idea?
Denny rascó otra cerilla y la acercó a la punta de su cigarro. Su voz dijo con un sonido espeso:
—¿Yo qué hago? ¿Seguir a la mujer después de que hayas hablado con ella?
—Exacto.
El hombretón se puso de pie y fingió que bostezaba.
—Se puede hacer —gruñó—. Pero, ¿por qué tanto misterio con Walden? ¿Por qué no dejar que los polis se ocupen? Lo único que vamos a conseguir es un montón de malas notas en Jefatura.
—Hay que correr el riesgo. No sabemos qué tenían contra Walden los del chantaje, y si esa información sale a la luz y se publica en todas las primeras planas del país, el estudio puede perder demasiado dinero
—Hablas de Walden como si se llamase Rodolfo Valentino —dijo Denny—. Demonios, si no es más que un director. Todo lo que tienen que hacer es poner su nombre en un par de películas que estén sin estrenar.
—Ellos lo ven de otra manera. Pero igual es porque no han hablado contigo.
Denny soltó de repente, con brusquedad:
—Está bien. Pero yo dejaría que la novia pagara el pato. La ley lo único que quiere es una cabeza de turco. —Dio la vuelta a la cama para recoger el sombrero y se lo encasquetó en la cabeza—. Genial —dijo en tono agrio—. Tenemos que descubrir todo el asunto antes de que los polis se enteren siquiera de que Walden ha muerto... —Hizo un gesto con la mano y se rió irónicamente—. Igual que en las películas.
Dalmas guardó la botella de whisky en el cajón del buró y se puso el sombrero. Abrió la puerta y se hizo a un lado para dejar salir a Denny. Apagó las luces.
Eran las nueve menos diez.