¿Dónde están nuestros amos?

Son muchísimas las pruebas existentes que indican que la raza humana pertenece a entes superiores, entidades que nos ven como nosotros vemos al ganado. Los libros sagrados hablan de ellos, las antiguas tradiciones conservan su recuerdo, los muros neolíticos muestran sus sombras, las leyendas recogen sus actos y la mitología recrea su vida.

Hoy en día no tenemos más que ser observadores y percibir que esas entidades siguen entre nosotros, no se han marchado. Esos seres situados en las más altas esferas de poder corrompen los gobiernos, nos controlan y vigilan, alegando que lo hacen por nuestra seguridad. Convierten a villanos en héroes y muestran a los auténticos héroes como villanos. Nos crean escasez de todos los bienes, nos hacen hiperproductivos, nos adoctrinan en sus tesis, nos fragmentan en estériles guerras que solo benefician sus necesidades y, por supuesto, nos inundan con leyes, en ocasiones contradictorias y en ocasiones absurdas, que tienen por objeto mantener un estricto y ceñido control del más mínimo aspecto de nuestra vida. Son el crimen organizado. Como decía el historiador y senador romano Cayo Cornelio Tácito, «cuanto más corrupto es el Estado, más leyes tiene».

Por si fuera poco, nos desorientan mediante unas leyes que están mutando constantemente y haciendo que lo que antes era bueno o normal, sea un delito, para posteriormente volverlo a permitir. Un ejemplo evidente son las velocidades de circulación, que pasaron en España de 120 km/h en autovías a 110 km/h, después volvieron a permitir los 120 km/h, para nuevamente cambiarlo en un futuro a 130 km/h; así es como operan, disociando nuestra percepción del bien y del mal.

Esas entidades las podemos ver en todos los templos de todas las religiones y en muchos restos arqueológicos. Están tan cerca de nosotros, y a la vez tan lejos, que impiden su correcta visión, han reescrito la historia alterando los acontecimientos a su favor y borrando los documentos que mostraban su verdadera cara.

Si usted es perspicaz y analiza adecuadamente toda esta información, verá que es perfectamente coherente y encaja como una espada en su vaina. Somos una propiedad, una pertenencia, un bien de entes suprahumanos que se han erigido por encima de nosotros; somos una granja que alimenta a esas entidades. Al igual que el pastor cuida de su rebaño para posteriormente degollarlo y alimentarse de él, ellos también nos «cuidan» y mantienen para después alimentarse de nosotros de una forma distinta, pero igual de efectiva.

Esos seres tienen una acusada genética reptil, son, literalmente hablando, reptilianos que conspiran contra nosotros para mantenernos sometidos. Somos inconscientes esclavos que nunca se alzarán contra aquello que desconocen, y estamos tan profundamente dominados que incluso los defendemos y apoyamos en sus actos, sin pensar ni por un momento que formamos parte de una cadena alimentaria en la que nosotros somos un eslabón intermedio.

La conspiración reptiliana
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