Capítulo 7
QUIÉN SE SIENTA DETRÁS DEL TRONO
Desde nuestra perspectiva humana, nosotros pensamos, inocentemente, que el poder reside en el pueblo y que este lo delega en un grupo de representantes políticos a través de procesos democráticos establecidos por unas reglas constitucionales. Pensamos que el máximo representante dentro de una sociedad democrática puede ser el presidente o el primer ministro, o incluso un secretario general, como es denominado en algunos países. Estos representantes, desde nuestra perspectiva, deberían ser lo suficientemente independientes como para que cada medida que tomaran fuera en beneficio de la sociedad que le erigió y para la que trabaja. En cambio, nos damos perfecta cuenta de que prácticamente todos los grandes aurigas de estos pueblos democráticos operan contra los intereses sociales y en favor de intereses privados.
Evidentemente, esto nos hace pensar que existen fuerzas por encima del presidente que no han sido democráticamente elegidas, y cuyo poder reside únicamente en la información que manejan y los capitales de que disponen. Esas fuerzas son capaces de actuar para doblegar a un presidente, haciendo que este ejecute, por ejemplo, medidas para desmantelar la Seguridad Social, empeorar la educación pública en beneficio de la privada, o incluso el envío de tropas y material bélico en campañas militares ubicadas en lejanos países exóticos, donde no se nos ha perdido absolutamente nada.
Después de todo esto, podemos ver claramente que los llamados «procesos electorales» no son más que un show con el que se pretende convencer a la población de que el poder emana de las urnas, cuando, en realidad, lo único que hacen las urnas es cambiar las caras, pero mantener los objetivos de esas siniestras fuerzas. Históricamente, esas fuerzas que operan detrás del presidente han estado íntimamente relacionadas con dos sectores en concreto: la religión y la banca, que son el principal eje sobre el que giran muchos países occidentales.
Como dijimos al principio, en el origen económico hace miles de años, estas dos fuerzas que son la religión y la banca estaban fusionadas, y debido a la incompatibilidad moral que, presuntamente, existe entre ambas, fueron desligadas para dar más credibilidad a sus actos, supuestamente honestos. Por consiguiente, nos damos cuenta de que la aparición del dinero estuvo vinculada con los primeros movimientos religiosos, en los que se adoraba a exóticos y caprichosos dioses que jugaban con el ser humano a su conveniencia. Esas entidades suprahumanas serán un asunto que trataremos más adelante, ya que son parte fundamental de este documento, el punto donde queremos llegar. Pero añadiremos que esas entidades llamadas «dioses» seleccionaban entre sus pueblos a sus aurigas y reyes, quienes desde la más remota antigüedad se creían los elegidos por derecho divino, y sostenían que había sido el propio Dios quien había seleccionado a su estirpe para dirigir los designios de los pueblos a los que gobernaban. Estos ungidos por Dios los encontramos en todas las religiones, y en muchas ocasiones, los «elegidos» tienen en sus orígenes genealógicos la llamada «sangre divina», ya que en sus comienzos dinásticos fueron engendrados por una especie de hibridación con los propios dioses. Por poner un ejemplo, el rey de los francos, Meroveo, nació de la unión de su madre, Clodion, y el ser marino con tintes reptiles, Quinotauro.
Otro ejemplo claro lo encontramos en Abraham, quien fue el primero de los grandes patriarcas del pueblo de Israel en ser elegido por Dios, curiosamente, sin que pudiera tener descendencia, ya que su mujer Sara era estéril. Como indica la antigua tradición, cuando Abraham y Sara ya tenían una edad avanzada, Jehová, pese a la ancianidad de Sara, hizo que esta concibiese a Isaac. Es como si hubiese utilizado a la pobre Sara a modo de incubadora de la estirpe real. Curiosamente, su hijo Isaac parece ser que tuvo problemas semejantes con su esposa Rebeca, a quien nuevamente Jehová permitió que diese a luz a los 60 años de edad, concretamente, a dos hijos gemelos cuyos nombres eran Esaú y Jacobj. Y ocurrió una vez más lo mismo al nieto de Abraham, Jacobj, ya que también su esposa Raquel era estéril.
Como vemos, era como si a aquel dios le gustase esterilizar y desesterilizar a las mujeres de los aurigas, posiblemente para llevar a cabo fecundaciones divinas que dejarían una impronta genética que quizá haya llegado hasta nuestros días. Pero continuemos con más ejemplos.
Según la historia bíblica, Manoa, miembro de la tribu israelita de Dan, se casó con una mujer de nombre Hazelelponi, según la tradición popular. Esta mujer también era estéril y también fue elegida por Jehová, y a través de un ángel le permitió concebir a uno de los más importantes personajes del Antiguo Testamento: Samsón, juez y gran guerrero, cuyas gestas señalan los textos bíblicos. De nuevo Dios eligió a una mujer para que trajera al mundo a un ser excepcional.
Jehová continuó con su estrategia fecundadora para que naciera uno de los principales personajes históricos: el profeta Samuel, sacerdote y último juez de Israel, importantísima figura en la historia de la humanidad que, curiosamente, también fue engendrado por una mujer estéril, Ana. Samuel estaba tan cerca de Dios que incluso las Escrituras afirman que siempre se encontraba acompañado por Él, y fue tan poderoso que eligió al primer rey de los israelitas, Saúl, como predecesor de David, que a su vez también fue predecesor del gran rey Salomón, quien cambiaría toda la historia del mundo conocido.
Pero si nos parecían reveladoras las prácticas de inseminación o hibridación que Jehová hacía sobre su pueblo elegido, no lo es menos lo que le ocurrió al sacerdote Zacarías, contemporáneo de Herodes, quien tenía una mujer que se llamaba Elisabet, que también era estéril. Estos dos personajes, ya con edad muy avanzada, recibieron nuevamente el milagro del «magnánimo» Dios, quien envió un ángel para visitar a Zacarías en el templo de Jerusalén y le confesó que le permitiría tener descendencia. Pese a la avanzada edad de su mujer, esta dio a luz a otro importantísimo personaje en la historia del judaísmo y del cristianismo, que fue Juan el Bautista, un personaje importante, precursor de Cristo, profeta y hacedor de prodigios, por supuesto, por la gracia «tecnológica» de su señor Jehová. Pero no menos curioso fue el nacimiento del propio Cristo, quien nace de una mujer virgen, cuyo marido, José, de avanzada edad, no pudo engendrar descendencia, problema al que, por supuesto, Jehová nuevamente puso solución fecundando un óvulo de esta mujer con información genética «divina», algo que permitió al propio Jesús obrar todos esos prodigios y milagros que efectuó a lo largo de su vida, así como las profecías que realizó. Todo esto incluso nos da pie a pensar que Jehová era capaz de viajar en el tiempo y soplarle a sus híbridos o semidioses acontecimientos del futuro.
Por supuesto, la intervención divina no solo se centró en Oriente Medio y Occidente. Sus labores de hibridación y fertilización también fueron efectuadas en numerosas partes del mundo. Por poner un ejemplo, hablaremos del principal avatar del hinduismo, Krishna, de estirpe real; y según la leyenda, medio humano medio divino. La madre de Krishna fue Devaki, pero podemos leer en los textos que el óvulo fecundado de Devaki fue transferido a Vasudeva, la mujer de un pastor. Así pues, el laboratorio ginecológico de los dioses hinduistas también se puso en marcha para cambiar el rumbo de la historia humana. Pero sigamos con esta sorprendente lista de semidioses.
Por supuesto, en ella está el principal exponente de la filosofía budista, Buda, cuya concepción también fue auspiciada por los dioses. Su madre, Maya, tenía recurrentes sueños con un elefante blanco de 6 colmillos que «entraba» por su costado derecho. A los 10 meses de este sueño, nació Sidharta Gautama para cambiar, una vez más, el destino de millones de seguidores de esta filosofía oriental.
También los dioses seguirían su ardua labor de hibridación en África, la cuna de la humanidad. Incluso la tribu de los dogones, en Mali, afirma que su rey fue creado por una raza sobrenatural de entidades cuyo nombre era Zishwezi, que significa «aquellos que se mueven en el cielo y en el agua». Las antiguas tradiciones zulúes en Sudáfrica fueron reveladas a Occidente por un importante chamán, cuyo nombre es Credo Mutwa. Según sus palabras, muchos reyes y jefes tribales tenían origen divino, y la mayoría de ellos habían sido engendrados por una extraña raza reptil. Así le ocurrió a la princesa zulú Khombecansino, quien fue suplantada por un «imbulu», que, según las antiguas tradiciones zulúes, es una especie de lagarto semihumano capaz de transfigurarse. Un apuesto príncipe, cuyo nombre era Kakaka, que quiere decir «el iluminado», finalmente se libró de ese reptil suplantador gracias a una estratagema que pudo urdir su madre.
Según las antiguas leyendas zulúes, el ser humano vivía en paz y tranquilidad hace muchos eones, tiempo en el cual no hablaban emitiendo ruidos, sino que se comunicaban telepáticamente. Las relaciones que los humanos tenían con la naturaleza eran muy simbióticas, sin la depredadora agresividad que la ambición ha impuesto al ser humano. Por entonces, los hombres y las mujeres vivían felices.
Un mal día para la humanidad, unos extraños seres vinieron a la Tierra. Según los zulúes, llegaron en terribles barcos con forma de cuenco que volaban por el aire, haciendo un espantoso ruido y emitiendo un terrible fuego. Esos seres que sometieron a los humanos fueron llamados Chitauri. Tenían forma homínida con aspecto reptil, pero su altura era mucho mayor y estaban dotados de una larga cola y penetrantes ojos amarillentos y brillantes. E incluso algunos de ellos disponían de un extraño tercer ojo en el centro de su frente. Estos seres con aspecto reptil privaron al ser humano de una serie de capacidades naturales como, por ejemplo, la telepatía, la capacidad de mover objetos con la mente, el don de la visión futura y pasada y la destreza de acceder espiritualmente al plano astral y viajar a diferentes mundos. Sin embargo, los Chitauri entregaron al ser humano un desconocido poder que hasta entonces no tenía: el poder de la palabra.
Al poco tiempo, los seres humanos se dieron cuenta de que el poder del habla, entregado por los Chitauri, los dividía y creaba conflictos, disputas e incluso guerras entre ellos; situaciones desconocidas para los humanos de entonces.
Como el lector ya se habrá dado cuenta, el mito de la Torre de Babel se da a miles de kilómetros de distancia en el espacio y miles de años en el tiempo.
Los Chitauri entregaron reyes a los seres humanos para que los guiaran. Según los propios Chitauri, eran sangre de su sangre, algo que incluso recogieron las antiguas tradiciones sumerias, que llaman a estos mestizos los «lulu», que quiere decir híbrido entre dios y humano. Estos aurigas dirigían naciones, arrastraban a su gente a las peores guerras y originaban las más mezquinas desgracias. Es evidente que la llegada de los Chitauri supuso la división humana, anteriormente inexistente, porque el ser humano hasta ese momento era un ser espiritualmente unido.
La espiritualidad es un valor que, desgraciadamente, nuestra sociedad no cultiva. Nuestro modo de vida nos aleja profundamente de la trascendencia humana y nos ciñe al materialismo y a los problemas cotidianos. Es fácil darse cuenta de cómo las políticas y las leyes existentes desde hace 5.000 años se han fijado como meta el control de la conducta humana y la llamada «moralidad social», pero en ningún momento han favorecido el desarrollo de la espiritualidad. Ya el códice de Hammurabi, entregado por el dios Shamash al rey Hammurabi hace 3.770 años, incluía normas morales de conducta y comportamiento social, pero ese dios no estableció el cultivo de la espiritualidad en el ser humano.
Han pasado miles de años y vemos cómo hoy en día los modelos educativos que se imparten a nuestros niños incluyen códigos éticos o cristianos que denominan «espiritualidad» a comportamientos tales como el compartir, ser pobre, honrado, diligente...; en sí mismos están bien, pero omiten factores tan importantes como el autoconocimiento, la relajación, la meditación, el control emocional, mientras que sí fomentan la represión sexual, que a la larga produce en el hombre o mujer adultos unas disfunciones y carencias que, en algunas ocasiones, se transforman en miedos, debilidades, dudas y paranoias que el sujeto arrastra durante toda su vida y que favorecen esa esclavitud psicofísica tan deseada por los poderes y los oligarcas que nos han sido impuestos por esos dioses.
Y es que hay una cosa que el nuevo orden mundial sabe muy bien: las sociedades espiritualmente evolucionadas son, sencillamente, ingobernables, pues el sujeto modifica la escala de valores ofrecida por el sistema para ajustarla a otras necesidades más adecuadas a su propia evolución. Evidentemente, eso crea un cisma entre lo que yo «debo» hacer y lo que la sociedad y el Estado me imponen con el fin de crear sujetos carentes de espiritualidad y muy fácilmente manipulables.
El modelo está tan perfectamente adaptado a esos intereses fácticos que incluso el individuo no se revela contra algo que desconoce, sino que defiende ese obsoleto modelo de conducta rechazando aquellas ideas que no se ajustan a los cimientos con los que su moral fue forjada. Y es que los cimientos del ser humano, que nacen de su infancia y que arrastra durante toda su vida, han sido modificados hasta tal punto que incluso el Parlamento Europeo, a través de una comisión especial, promueve la incorporación a la enseñanza de nuestros niños del llamado «espíritu empresarial»; y nosotros nos preguntamos qué espiritualidad puede existir en una entidad tan materialista como la empresa y cómo se puede utilizar la palabra «espíritu» en un contexto tan contradictorio, sobre todo viniendo de los llamados «sabios europeos» que redactan estos informes para que el Parlamento Europeo los avale.