Capítulo 1
NADA FUNCIONA COMO CREEMOS
Decía Jordan Maxwell que nada funciona como nosotros creemos que debería funcionar. En realidad, y de manera resumida, podemos asegurar que este veterano productor de Hollywood estaba afirmando que «nada es lo que parece», siempre hay algo más en la historia, y lo cierto es que así es. Quizá la policía no esté solo para proteger a los ciudadanos, ni la medicina para curarnos, o nuestros respetables políticos para atender los intereses de las personas a las que representan. Quizá lo que pretendan sea algo diametralmente opuesto a lo que a usted le han hecho creer.
En una ocasión, realicé un amplio estudio sobre 75.000 partidos de tenis. De cada partido incluí todos los datos más relevantes: jugadores, ranking, estado, resultado, valoración de apuestas deportivas, etc. Finalmente, y para mi sorpresa, después de ejecutar el programa que diseñé para analizar todos los datos, descubrí que muchísimos partidos estaban amañados. ¡El porcentaje era superior al 20 %! Curiosamente, la federación encargada de regular el juego, aparentemente y de manera regular, expulsaba a algunos jugadores cada cierto tiempo y endurecía las reglas impidiendo que los tenistas pudiesen apostar contra ellos mismos cuando eran favoritos.
Paradójicamente, se dio la circunstancia de que el software que había desarrollado me entregaba los datos por periodos y, en las fechas en las que la federación endurecía las normas o expulsaba a algunos tenistas que jugaban sucio, el programa me indicaba que el juego limpio crecía porcentualmente. Asimismo, cuando pasaba un tiempo y mediáticamente todo se había olvidado, los tenistas volvían a echarse en brazos del dios dinero en vez de jugar honradamente. Y es que la vida profesional de un tenista dura entre 10 y 15 años, tiempo en el que deben obtener los máximos rendimientos económicos, ya sea utilizando el camino A o el camino B. Así pues, es evidente que, en muchos casos, el deporte profesional se asienta sobre una gran mentira; por consiguiente, Jordan Maxwell no andaba muy equivocado.
Pero la pregunta más importante no es en qué nos mienten. La cuestión que debemos desentrañar es por qué. Solo así descubriremos la clave, celosamente guardada y mantenida en secreto, que ninguno de ustedes haya podido imaginar.
Nacemos con la idea de que las instituciones internacionales o nacionales más importantes tienen una función específica, pero nunca sospechamos que detrás se esconde la ofuscación, la mentira, los intereses y, por supuesto, su propia supervivencia a cualquier precio, por encima de la imagen mediática que tenemos de la institución.
Sé que muchos de ustedes estarán pensando que existen organizaciones no gubernamentales (ONG) con fines totalmente filantrópicos. Ciertamente así es, pero, lamentablemente, un buen número de ONG son literalmente chiringuitos gracias a los que se lucran sus gestores, que viven a cuerpo de rey. Coches de alta gama, hoteles de lujo y carísimos relojes suizos salen de los beneficios, mientras que a la obra social que presuntamente representan se dedica un importe mínimo. Yo mismo tuve la oportunidad de conocer de cerca una de estas ONG donde el dinero se dedicaba porcentualmente a satisfacer plenamente las más lujosas necesidades de su junta directiva, que, por supuesto, cambiaba sus miembros cada cierto tiempo, pero lo hacía mediante una rotación de los diferentes cargos que aseguraba la permanencia de la «cúpula».
Recuerdo, por poner un ejemplo, la ONG francesa Arca de Zoe, que intentó sacar a 100 niños de la República de Chad y Sudán para llevárselos a Francia, donde presuntamente pretendía darles asistencia médica, pero el Gobierno francés descubrió que en realidad se trataba de una operación clandestina destinada al tráfico de niños con edades comprendidas entre 1 y 11 años. ¿Para qué querían realmente a los niños? Al parecer, adineradas familias francesas habrían ofrecido entre 2.800 y 6.000 euros por cada niño1. Podría citar más casos, como las implicaciones del Fondo Mundial para la Naturaleza, conocido por sus siglas en inglés WWF (World Wildlife Fund for Nature), en el tráfico ilegal de marfil durante 1963 en Uganda, donde presuntamente organizaron el exterminio de 2.500 elefantes y 4.000 hipopótamos; o las varias ONG repartidas por el mundo que se dedican veladamente al espionaje de alto nivel. Como vemos, ni las ONG se libran de ese «nada es lo que parece» que decía Jordan Maxwell. Me pregunto si alguna de ellas no será una tapadera para probar en humanos vacunas antes de distribuirlas en Occidente. En 2010 se descubrió a un grupo de diez religiosos baptistas estadounidenses que, también presuntamente, secuestraban niños en Haití para llevarlos a la República Dominicana. Se demostró que esos niños no eran huérfanos, sino robados, y que sus padres vivían. La directora de la ONG dijo lo siguiente: «Nuestro equipo fue arrestado ilegalmente y estamos haciendo todo lo posible por aclarar este malentendido», pero lo cierto es que los integrantes de dicha ONG no disponían de permisos para el traslado de los niños2. ¿Adónde los llevaban? Si no eran huérfanos y tenían familias, es fácil imaginar su destino final. La honesta organización Aldeas Infantiles SOS (SOS Children’s Villages) denunció, por su parte, que una de las niñas secuestradas, de pocos meses, sufría malnutrición, y el ministro haitiano de Asuntos Sociales, Yves Cristallin, afirmó que «era un robo de niños, no una adopción». Los escándalos de este tipo no son pocos, y encontramos que la mayoría es una «gran tapadera» en la que el descontrol arrecia bajo una imagen populista y mediática.
También podríamos hablar de sindicatos... Recuerdo que, cuando desempeñé mi labor dentro de la federación provincial, uno de los máximos responsables nacionales nos fiscalizaba hasta la última peseta y nos aconsejaba «comprar panchitos» a los afiliados en las celebraciones sindicales. Recientemente, este sujeto ha sido imputado como una de las cabezas responsables de la trama de los ERE por defraudar más de seis millones de euros. Curiosamente, este tipo tenía un despacho muy austero, vestía sencillamente y conducía un modesto vehículo. Una imagen vale más que mil palabras, pero en este caso solo era una representación teatral que escondía un trasfondo que, finalmente, ha salido a la luz.
No hablaré de los políticos, ya que en España somos unos auténticos plusmarquistas y en materia de corrupción hemos dejado a países tradicionalmente corruptos a la cola. Recordemos el informe de la Comisión Europea3 donde se afirmaba que el 95 % de los españoles percibía una corrupción generalizada y que dicha corrupción iba directamente en detrimento de las necesidades ciudadanas. Además, en los países de la Unión Europea elevaba a un total de 120.000 millones los euros defraudados por los políticos europeos, el equivalente al PIB de Pakistán. Estamos, pues, inmersos en un mar de mentiras y nos afanamos en tapar la lepra con maquillaje y cirugía estética, en un intento desesperado de ocultar esta ponzoña que nos infecta desde los tiempos más remotos.
No pensemos que esto nació con la llamada Revolución Industrial. El problema se remonta a las primeras culturas que se asentaron en la vieja Persia, actual Irán, donde el poderoso Darío el Grande, hace 2.400 años, financiaba a políticos corruptos de Atenas y Macedonia, así como actos terroristas dentro de las Polis o ciudades más importantes del Egeo.
Por consiguiente, si nada es lo que parece y la conspiración es generalizada, entonces la llamada «teoría de la conspiración» deja de ser una teoría y se transforma en una ley: «la ley de la conspiración», con un funcionamiento tan mecánico como la ley de la gravedad.
Cuando compras un boleto de lotería, en teoría te puede tocar, pero cuando compras miles de ellos, esa teoría pasa a ser una posibilidad muy real y, en muchos casos, la teoría de la conspiración está tan abrumadoramente plagada de pruebas que las posibilidades de obtener el premio gordo son casi absolutas.
Los césares mueren, los presidentes son asesinados y las guerras nacen de conspiraciones. No tenéis más que leer los libros de historia de manera correcta para comprender que, en realidad, es la conspiración la que ha forjado el destino del ser humano en este minúsculo planeta. Así que, aquellos que nos llaman «conspiracionistas» quizá deberían llamarnos «historiadores».