No pienses, solo sobrevive

Las personas que realmente dominan el planeta tienen acceso a esa parte de la información que a usted le han omitido, ofuscado o adulterado. Ellos acceden al conocimiento y a la sabiduría que a usted le han censurado y, de ese modo, perpetúan su poder. Cambian únicamente sus nombres y, al tener vínculos de sangre, se suceden unos a otros eternamente gracias a nuestra ignorancia.

Si esta información es difícil de asimilar, le sugiero un pequeño análisis. Observe su vida. Se levanta por la mañana y, cuando se acuesta por la noche, se da cuenta de que simplemente ha repetido un día más. Un día igual al anterior. Usted está dentro de un círculo que transcurre siempre entre su trabajo, sus desplazamientos, horarios de comidas, deudas y problemas que son sospechosamente idénticos a los de su vecino. Observe a sus amigos y verá que nadie es ajeno a esta dinámica. Hacen exactamente lo mismo que usted.

Paradójicamente, a quienes no trabajan por cualquier circunstancia y que, por lo tanto, están excluidos del sistema les gustaría ser como usted, vivir como usted. Mientras tanto, cuando observa su rostro en el espejo, el tiempo avanza y se da cuenta de que se le escapa entre los dedos, que todos aquellos sueños y anhelos que concibió cuando era joven nunca pudo realizarlos porque siempre estuvo demasiado ocupado para llevarlos a cabo. La realidad es que usted vive en este mundo única y exclusivamente para ser productivo. Trabajamos para alguien, un dueño final que desconocemos. Alguien que ha creado este mundo de supervivencia solo con la idea de que usted lo «alimente». Un mundo limitante en el que el «ruido» de fondo le desorienta, impidiéndole ver las cosas importantes y esenciales, escondidas dentro de un mar de banalidades.

Resulta curioso observar cómo desde nuestra infancia nos repiten constantemente: «No puedes hacer eso». Nos han impuesto reglas morales y doctrinas religiosas que controlan nuestra mente y nuestro espíritu para evitar que usted descubra su potencial mágico. Le pondré un ejemplo que resulta esclarecedor: en mayo de 2014 saltó a los medios de comunicación una noticia, que pasó desapercibida —como ocurre con cualquier tipo de información que al sistema no le interesa que usted conozca—, en la que se afirmaba que a nuestros niños, a partir de los once años, se les enseñará en las escuelas la llamada «filosofía empresarial» y «el espíritu emprendedor», como si la espiritualidad humana pasase por la competitividad de mercado y la filosofía tuviese cabida dentro del entorno empresarial. Me pregunto qué opinaría Sócrates de esta filosofía o qué diría Buda sobre esta supuesta espiritualidad.

Ya desde nuestra infancia nos introducen en una carrera de fondo, programándonos con una dañina frase: «El más fuerte sobrevive». En cambio, si eres sensible, no estarás capacitado para desenvolverte en este mundo tan competitivo porque no estás provisto de ese «espíritu» empresarial. Incluso tienen previsto enseñar a nuestros hijos modelos contables para «favorecer» esa «filosofía de empresa», de tal manera que la entidad del dinero se transformará desde ese momento en su principal meta4. Como vemos, están dinamitando la esencia infantil que ha de descubrir este maravilloso mundo en su aspecto más natural. Cada ley que promueven y cada norma que reforman van encaminadas a recortar sus libertades, ampliar sus obligaciones y dificultar el acceso a la riqueza y abundancia que deberían tener.

Haciendo gala nuevamente de la frase de Jordan Maxwell, «nada es lo que parece ser», quizá las instituciones educativas no estén solo para educar. Todo parece formar parte de una gran confabulación genialmente orquestada para que nosotros seamos siervos de unos invisibles amos.

Evidentemente, la medicina tampoco es lo que parece. La ancestral medicina natural basada en el empleo de plantas medicinales como tratamiento para curar enfermedades ha sido cercenada en pro de la química farmacéutica. A modo de botón de muestra, diré que en España, solo en 2004, se prohibieron 190 plantas5, de las cuales 100 eran utilizadas por sus propiedades medicinales desde tiempos ancestrales. Como usted puede apreciar, legislan en favor de las grandes corporaciones farmacéuticas, que no persiguen precisamente su salud y bienestar, sino sus intereses financieros. Por poner un ejemplo, en Estados Unidos, solo una de esas grandes corporaciones financió la campaña electoral de Barack Obama con 80 millones de dólares. Evidentemente, el candidato opositor también recibió la misma cantidad, de tal manera se garantizaban apostar por el ganador, que con toda seguridad vigilaría bien de cerca los intereses de sus benefactores. Y es que cuando la salud es un negocio, cabría hacerse esta pregunta: ¿Qué es más rentable para algunas corporaciones: mantener al enfermo vivo y medicado o sanarlo por completo? Desde luego, el sistema ha sabido atar las manos a los médicos, que prescriben tratamientos «estándar» afines a los intereses de esas poderosas corporaciones farmacéuticas. Al médico que decide transgredir la medicina oficial le es retirada su licencia médica, tal como le ocurrió a la doctora Ghislaine Lanctôt6, quien, después de ejercer la medicina durante 27 años, se vio apartada de la profesión por afirmar en su libro La Mafia Médica que las farmacéuticas apuestan por el mantenimiento de las enfermedades en vez de por la curación definitiva, algo que, evidentemente, destruiría su propio negocio. Al parecer, la valiente Ghislaine Lanctôt indicaba que el problema era especialmente doloroso en los casos de pacientes que utilizaban fármacos psiquiátricos, pues los propios medicamentos inducían a los enfermos a mantener su constante administración y por ende, perpetuar el negocio. Los «clientes» que necesitan fármacos psiquiátricos son muchos en el mundo. Solo en España, según el llamado Libro blanco de la depresión7, editado por el Ministerio de Sanidad y Consumo en 2006, habría seis millones de personas con enfermedades depresivas. Teniendo en cuenta que durante el año 2006 en España había 40,51 millones de habitantes, según el INE8, vemos que el 14,4 % de la población está deprimida y, por tanto, es susceptible de consumir antidepresivos. Con estos datos, nos hacemos idea del monumental negocio que supone nuestra salud mental. Si usted vive en otro país, le aseguro que las cifras son similares o incluso podrían ser peores.

Parafraseando a los viejos dibujos de Súper Ratón: «¡No se vayan todavía, aún hay más!». Y mucho más si consideramos que la ambición y el crecimiento de esta industria están presionando directa o indirectamente para que se consideren como enfermedades mentales patologías que antes no existían. Por ejemplo, la aparición de Internet y los teléfonos móviles ha generado nuevos clientes con nuevas enfermedades tales como la nomofobia (miedo irracional a salir de casa sin el teléfono móvil), el cibermareo (posibilidad de sufrir mareos o desorientación tras interactuar con algún entorno digital), la depresión de Facebook (personas en riesgo de aislamiento social con una baja autoestima que, al pasar demasiado tiempo en la red social, sufren un comportamiento depresivo), la cibercondria (síndrome de buscar compulsivamente los síntomas padecidos en un buscador de Internet) o el llamado «efecto Google», tendencia a olvidar la información debido a que Internet estaría actuando como una memoria externa que nos hace retener cada vez menos información, según el doctor Larry Rosen, quien lo describe claramente en su libro iDisorder9.

Algo que nos demuestra claramente que «salud» es sinónimo de «negocio» saltó a la luz recientemente cuando Cuba anunció en 2014 su segunda vacuna contra el cáncer de pulmón. ¡Prácticamente ningún medio de comunicación importante se hizo eco! Estamos seguros de que, si el descubrimiento hubiese venido de algún importante grupo farmacéutico, la noticia sería portada nacional.

Está claro que, detrás de la percepción del funcionamiento de cada institución, siempre existe «algo» que se nos omite; algo que, como si fuésemos niños, no nos cuentan porque el mero hecho de saberlo implicaría que colocaríamos un «cortafuegos» en nuestra mente que inhibiría el poder ser engañados nuevamente. La falsa percepción de la realidad se implanta en nuestra mente como los cimientos de una casa, algo que no podemos destruir, a no ser que destruyamos previamente la casa.

La conspiración reptiliana
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