La magia del ahora
En el año 2014 se organizó una importante reunión de los principales chamanes de todo el mundo. Esa reunión se celebró en Alaska y fue promovida por la tribu de los aleut. Esta tribu tiene más de 4.000 años de antigüedad y está asentada entre la parte más oriental de Rusia, las islas Aleutianas y la parte más occidental de Alaska. Sus miembros mantienen unas antiguas tradiciones, a pesar de haber sufrido la apisonadora del cristianismo, que los obligó a convertirse a esta religión. Buena parte de la tribu todavía cuenta entre sus miembros con importantes chamanes espirituales que velan por mantener las antiguas tradiciones de los aleut, cuyo significado es «comunidad».
A aquella reunión también acudieron los líderes espirituales de los indios hopi, los del pueblo maorí neozelandés, los ancianos stony de Canadá, la Sociedad del Bisonte Blanco de la Gran Nación Sioux, líderes del pueblo navajo e incluso monjes tibetanos. Todos ellos se reunieron para enviar un mensaje conjunto al «poderoso hombre blanco», con el fin de que recapacitase sobre su depredador modo de vida. Estos grandes sabios resumieron su mensaje con las siguientes palabras: «Los guardianes de la sabiduría dicen que el único lugar para encontrar el poder de la creación es estar presente en el momento del ahora. Si tenemos miedos, estamos proyectándonos hacia el futuro, en un punto que ni siquiera existe. Si sentimos culpa, es que estamos viviendo en el pasado, en las cosas que hicimos. Pero no estamos viviendo en el ahora. Todos los guardianes espirituales del mundo, desde los budistas hasta los islamistas, coinciden en que el poder auténtico reside en estar “aquí y ahora”».
Si nos damos cuenta, el hombre y la mujer occidentales están desubicados temporalmente. Nuestro modo de vida nos lleva constantemente a pensar en proyectos futuros y, cuando este futuro llega, como un pozo sin fondo, seguimos pensando en nuevos proyectos futuros. Asimismo, recorremos nuestra vida con una mochila de piedras que representa nuestro pasado, al que siempre recurrimos de forma constante y nuestros recuerdos nos proporcionan momentos de amargura y, como decían los grandes sabios, de culpa, pues son muy pocos y breves los momentos de felicidad que llevamos en esa mochila.
Esta magia ancestral de las grandes religiones casi olvidada, que apenas se conserva en los pequeños focos espirituales aún existentes en comunidades aisladas, nos conduce a un estado de superconsciencia donde la percepción de nuestro entorno y las sensaciones del momento son muy peculiares. Incluso el propio Buda afirmó que había alcanzado la iluminación en el estado presente.
La pregunta es: ¿a quién le interesa que nosotros, bajo ningún concepto, vivamos el momento presente y llenemos nuestra errática mente de pensamientos futuros y recuerdos pasados?
Como decían las antiguas enseñanzas budistas recogidas en el Dhammapada, la mente voluble e inestable es difícil de gobernar y el sabio la endereza como el arquero lo hace con la flecha. Nuestra mente, que siempre está vagando, ha llegado a un punto en el que, prácticamente, las decenas de miles de pensamientos diarios que tenemos vagan incorpóreamente en un mundo que no existe y que la someten a la inseguridad del miedo.
Obsérvese a sí mismo, intente revisar los pensamientos que ha tenido durante la última media hora antes de comenzar la lectura de este libro. Verá que en ningún caso se centraban en el ahora. Y es que las doctrinas más espirituales llegan a la conclusión inicial de que todo cuanto existe es creado por nuestra mente en el ahora y, si salimos de ese estado, nos volvemos marionetas en manos de fuerzas que no podemos controlar, debido a la inseguridad existente en nuestras vidas.
Pese a que las sociedades han avanzado notablemente en aspectos tales como la higiene, la tecnología y el conocimiento, nos damos cuenta de que estas cosas han venido de la mano de un aumento constante de problemas y responsabilidades que no son más que una forma de esclavitud. Y es que, en definitiva, aquellos seres que están por encima de nosotros y nos observan desde la cima de la montaña saben perfectamente que, inundando nuestra mente de todos esos artificios irreales, destruyen la poderosa magia que alberga el espíritu humano y nos someten a su esclavitud sin que nos percatemos de ello. Por consiguiente, al no tener percepción de esa esclavitud, en ningún momento reaccionaremos para eludirla.
Guardo un interesante episodio de mi vida que sucedió, concretamente, en el año 1983, cuando tenía 14 años. Recuerdo que aquel verano se impartían clases también por la tarde y en el aula en la que me encontraba, junto a otros 41 alumnos, el calor, sumado al tedioso discurso de aquel espeso profesor de Lengua, hizo que por unos instantes me quedara mirando su rostro mientras hablaba. Extrañamente, noté cómo sus palabras se volvían ruidos y entré en un estado muy difícil de explicar, pero lo intentaré resumir en las siguientes líneas.
Sentí cómo el tiempo comenzó a ralentizarse y, sin embargo, aunque parezca contradictorio, todo sucedía muy rápido. Empecé a notar una especie de conexión con el entorno de aquella clase, como si estuviese unido a todo: las sillas, las mesas, la pizarra, el lápiz… Me sentía muy bien, era agradable y aquella sensación parecía llevarme a algún sitio, como arrastrándome magnéticamente. Mientras tanto, mantenía mi mirada atenta a los movimientos de aquel profesor.
Recuerdo a la perfección que las cosas comenzaron a tener un sentido profundo y, dentro de aquella sensación de claridad absoluta, la propia clase dejó de tener importancia. Desconecté de la realidad ordinaria y entré en una realidad aumentada, intensa, dulce, diferente a todo lo que había sentido hasta entonces. En todo momento mantuve el control sobre mí mismo y, en un momento concreto, «regresé» a la realidad, dulcemente afectado por aquel sutil cambio en mi percepción del mundo.
Siempre me quedé con la duda de qué habría ocurrido si aquella experiencia se hubiese prolongado hasta el final. Asimismo, recuerdo que, en otras ocasiones posteriores que se produjeron durante aquellos años, pude volver a acceder a ese plano místico existencial, pero siempre lo hacía tan brevemente que jamás descubrí lo que había al otro lado de ese umbral que había abierto. Quizás había abierto la puerta mística del ahora, una puerta que atravesaban asiduamente los grandes maestros espirituales.
Con el paso de los años dejé de llevarme por aquel esporádico trance e incluso perdí la capacidad de recordar aquellas experiencias para poder volver a reproducirlas, y de todo aquello solo queda en mi memoria un agradable recuerdo que quedó grabado para siempre.
Quizá todo fue impulsado por la práctica de la meditación y la relajación profundas que solía hacer entre los 14 y los 16 años, durante las cuales intensas sensaciones que jamás había experimentado se apoderaban de mi conciencia, pero siempre consciente de ello.
Desgraciadamente, es una edad muy difícil para pensar en algo más que no sean los estudios, los amigos y las chicas. Quizá lo haya dicho en orden inverso, pero hoy me gustaría volver a revivir aquellos agradables momentos que la actividad frenética del día a día me impide recuperar. Si bien es cierto que, por aquel entonces, solía ser un ávido lector de libros que hablaban sobre meditación y poder mental. Estas lecturas me llevaron a profundizar en el conocimiento del budismo, filosofía que considero fundamental para quienes quieran iniciarse en este tipo de experiencias trascendentales.
Para aquellos que no lo sepan, Buda fue un sabio oriental en cuyas enseñanzas se fundó el budismo. Obtuvo la iluminación o trascendencia a los 35 años, cuando una noche decidió sentarse bajo una higuera jurando que solo se levantaría de allí cuando descubriese la «verdad». Pasó varias semanas debajo de aquel árbol y, tras 49 días de continuada meditación trascendental, obtuvo el llamado «bodi» o «despertar», tomando conciencia de una definitiva liberación. De hecho, su nombre original era Sidharta Gautama, Buda es un alias que quiere decir «el despierto» o «el iluminado».
Usted tiene unas capacidades que podríamos llamar «mágicas». Unas capacidades que en su niñez fueron adormecidas y que, posiblemente, si usted no lo remedia, jamás despierten. Como hemos visto, ese modelo educativo y social impuesto en nuestra niñez cimenta un edificio en el que obtener ese don mágico es, sencillamente, imposible. La magia creadora que el ser humano posee permanece a lo largo de nuestras vidas en estado letárgico. Es como si usted poseyese una gran fortuna, pero nunca disfrutase de ella y pasara toda su vida arañando miserablemente las pocas monedas que su esfuerzo psíquico y físico le otorgan en el trabajo diario. Al poner este ejemplo, créame si le digo que esto es así en el sentido más literal.
Ese poder secreto ha sido robado por los dioses reptiles de los que hablaremos más adelante y que están detrás de todas las líneas de este libro.