Capítulo 2
LA FALSA PERCEPCIÓN
DE LA REALIDAD
Las puertas que tenemos a este mundo son nuestros sentidos. Con ellos percibimos lo que nosotros llamamos «la realidad», pero lo cierto es que son tan limitados que nuestra vista, por ejemplo, solo captura el 0,17 % del espectro de frecuencias. Existe un ingente universo de datos que escapan a nuestra visión. El camarón mantis, al poseer un singular órgano visual, percibe más información de colores y tiene mejor capacidad óptica que el ser humano, ya que puede mover independientemente cada uno de sus ojos y captar una gama del espectro muy alta, desde el infrarrojo hasta el ultravioleta.
Entonces…, ¿podemos afirmar que un camarón percibe la realidad mejor que un ser humano? En cierta manera, así es, pero hemos de tener en cuenta que los sentidos son solo receptores de datos y que lo importante es el «laboratorio» donde se procesan y analizan dichos datos. Hablamos de la mente humana. La batalla por su control se ha librado desde los más remotos tiempos. Es sabido que el arma más poderosa no la tiene el país que dispone de más megatones en sus silos, sino aquel que tiene el control sobre la mente de sus ciudadanos.
Si esto no fuera así, ¿cómo podría entenderse el poder de líderes como Hitler, Napoleón, Asurbanipal, Darío el Grande o Stalin, que arrastraron a sus pueblos, igual que el Amazonas arrastra sus aguas hasta el mar, llevándolos al más absoluto de los desastres? La respuesta es más sencilla de lo que usted cree, pero al mismo tiempo más compleja de lo que parece: modificando su percepción de la realidad.
Hace tiempo, efectué unas curiosas investigaciones sobre dos elementos químicos y sus devastadores efectos sobre el cerebro humano: el flúor y el litio. El flúor ha sido considerado por ciertos sectores médicos, absolutamente críticos con el sistema sanitario mundial, como una violación de la ética médica, así como de los derechos humanos. En 199910, este elemento químico comienza a añadirse en ciertos alimentos y bebidas. Por ejemplo, añadir flúor al agua es una práctica habitual en las potabilizadoras de agua de los Estados Unidos. Desgraciadamente, en España, algunas comunidades autónomas también lo están haciendo; concretamente, en Euskadi esa práctica no solo se realiza, sino que va en aumento11. Ustedes se estarán preguntando por qué no podemos ingerir aditivos con flúor; la respuesta es simple: el flúor destruye la parte de nuestro cerebro que la ciencia ha identificado como «la zona donde se aloja la capacidad de resistencia a la dominación». Por esta razón, el bioquímico norteamericano Dean Burk llegó a decir que el uso del flúor como aditivo es una forma de genocidio de masas. Asimismo, el premio nobel de Medicina Arvid Carson se opuso tan duramente a la fluoración que logró que el Parlamento sueco modificase la ley para impedir dichas prácticas.
El químico Charles Perkins, en su libro The Truth About Water Fluoridation, afirmó que en la Alemania nazi desarrollaron un plan de fluoración del agua en las potabilizadoras que fue aprobado por el Estado Mayor alemán para conseguir un mejor control sobre las masas en determinadas zonas, donde la resistencia política al nazismo era importante. El ejemplo fue también adoptado en la Unión Soviética y en el Reino Unido.
Las dosis infinitesimales de flúor administradas a la población en el agua de consumo de forma prolongada reducen en el individuo su «resistencia a la dominación», de ahí que una de las primeras medidas que tomó Alemania tras ocupar Polonia fue la fluoración de los depósitos de agua.
Paradójicamente, y frente a lo que nos cuentan sobre la salud dental y el flúor, un exceso de este destruye la porosidad de nuestros dientes, amarilleándolos y debilitando el esmalte, según reflejó el doctor y químico E. H. Bronner, sobrino de Albert Einstein, en una carta publicada en The Catholic Mirror de Springfield, Estados Unidos.
Pero lo más preocupante es la gran dificultad que el cuerpo tiene para expulsar el flúor de su sistema, algo que ocurre también con ciertos metales pesados tales como el plomo y el mercurio, que se van acumulando en nuestro organismo y, al ser muy tóxicos, causan un daño prácticamente irreversible. Curiosamente, la mayoría de los llamados «antidepresivos» tienen como principio activo un derivado del flúor denominado «fluoxetina», que contiene ácido maleico fluvoxamina, compuesto en parte por un fluoruro. Como vemos, la medicina psiquiátrica ha sabido sacar partido de los estudios que el equipo alemán de la desaparecida IG Farben (industria química alemana) realizó en 1930, bajo el auspicio de Hitler.
Stanley Kubrick, visionario cineasta, hace referencia explícita a la fluoración del agua potable en su película Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (titulada en español ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú), en la escena en la que el general (interpretado por Sterling Hayden) le habla a su ayudante Mandrake (Peter Sellers) del plan global de fluoración de los comunistas: «¿Se da cuenta de que además de fluorar el agua se están haciendo estudios para fluorar la sal, la harina, los zumos de fruta, la sopa, el azúcar, la leche, los helados…? ¡Los helados, Mandrake, los helados de los niños!». Kubrick acertó de lleno en esta película de 1964, rodada hace más de 50 años. Personalmente, he tenido la oportunidad de ver cómo la sal se ha comercializado con flúor e, incluso, cómo una conocida marca apostó por leche fluorada, que afortunadamente mantuvo en el mercado poco tiempo, alegando su especial eficiencia contra la caries infantil.
Otros elementos, como el litio, actúan de manera similar al flúor, modificando nuestro comportamiento y haciéndonos más vulnerables a la dominación.
El actual sistema de poder tiene como objetivo su mente. Un concepto define perfectamente lo que su mente debe pensar, lo que su espíritu debe sentir y su cuerpo por extensión tiene que ejecutar: es el llamado «pensamiento único». ¿Qué es el pensamiento único? Una serie de reglas impuestas por grandes corporaciones internacionales que son adoptadas mediáticamente como «reglas morales inmutables» o axiomas que, debido a su constante repetición en los medios de comunicación, consiguen dirigir o «convertir» las ideas de los sujetos en favor de intereses desconocidos. Esa conversión es un mero eufemismo del llamado «lavado de cerebro», por el cual el sujeto doblega su voluntad con el denominado «autoconvencimiento».
Con un ejemplo práctico, usted lo entenderá perfectamente. Estoy seguro de que ha entablado en mil ocasiones acalorados debates con otra persona sobre política, fútbol, religión, coches, etc., y se habrá dado cuenta de que en esas discusiones, por mucho que usted se esfuerce, nunca consigue convencer a la parte contraria, del mismo modo que tampoco consiguen convencerle a usted, que sigue manteniéndose firme en sus tesis. En resumidas cuentas, convencer a alguien en una discusión es prácticamente imposible, a no ser que se juegue con el chantaje, ya que aquello contra lo que te resistes persiste.
La única forma de convencer a alguien es mediante el «autoconvencimiento». Una persona, rodeada del clima apropiado, se acabará convenciendo a sí misma. Ese clima apropiado es, sencillamente, el entorno mediático. Si usted enciende el televisor, lee un periódico o escucha la radio, verá que todos los medios dicen exactamente lo mismo, aunque con matices, para hacerle creer que hay diversidad de opinión. Si sale a la calle, se encuentra con un amigo y charlan sobre una noticia de actualidad, observará que también él tiene el mismo punto de vista que la tendencia dominante. Esto ocurre incluso en el seno de organizaciones vecinales, en el ámbito familiar… ¡Todos coinciden en su punto de vista! Se ha realizado un lavado de cerebro al que el sujeto, inconsciente, termina por doblegarse. Existen curiosos estudios sobre cómo la población es sometida en un 85 % a las ideas difundidas por los medios de comunicación, siendo solo un 15 % los ciudadanos que mostraron una resistencia a la llamada «conversión» o «lavado de cerebro».