Capítulo 8

EL PODER SECRETO

Como decía Rhonda Byrne en su magistral obra El Secreto, somos poseedores de una magia capaz de obrar milagros. Una magia con la que podemos obtener todo aquello que hemos deseado a lo largo de nuestra vida: dinero, salud, felicidad, amor, etc. Básicamente, esa capacidad consiste en sentir aquello que deseamos como si ya estuviese en nuestra mano. Pero, claro, es muy difícil sentir salud cuando estás enfermo o sentir riqueza cuando vives en la miseria; algo que el propio Wallace Wattles reflejó en su obra La ciencia de hacerse rico. En ella explica exactamente el proceso que hay que seguir para alcanzar aquello que deseamos, utilizando esa capacidad divina que los humanos no conocemos por las razones antes expuestas.

Wallace Wattles, escritor estadounidense nacido en el siglo XIX, fue uno de los exponentes del movimiento Nuevo Pensamiento. Fue heredero de ese conocimiento transmitido parcialmente por Descartes, Spinoza, Leibniz, Schopenhauer, Hegel y Emerson, así como de toda la milenaria filosofía oriental que ya era conocedora de esta capacidad de obrar milagros que el ser humano posee. Pensamos que Wattles obtuvo, a su vez, parte de su conocimiento de los libros escritos por un abogado contemporáneo suyo llamado William Walker Atkinson, quien escribió obras tan sugerentes como El Kybalión, Conócete, El poder regenerador o El poder personal. La reputación del señor William Walker Atkinson quedó a salvo al firmar gran parte de sus obras con pseudónimos, en un intento de salvaguardarla de la forma de pensar burguesa de la Norteamérica del siglo XIX. Una de las grandes aficiones del señor W. Walker era el ocultismo, que le llevó incluso a ser coescritor de El Kybalión junto a dos miembros de la Golden Dawn, sociedad a la que nunca llegó a pertenecer. Pero, remontándonos en el tiempo, podemos ver que Walker, inspirador de Wallace Wattles, quien a su vez inspiró a Rhonda Byrne, tuvo un maestro espiritual norteamericano, cuyo nombre era Phineas Quimby, líder del llamado Nuevo Pensamiento, fundado en la primera mitad del siglo XIX.

Quimby, uno de los siete hijos de un herrero, recibió poca educación, y en su juventud fue diagnosticado de calomelanos por su médico, enfermedad que le produjo podredumbre en los dientes. Pero Quimby era una persona muy curiosa, empezó a experimentar con sus propios mecanismos de autocuración y descubrió que las emociones intensas eran capaces de modificar el estado de su enfermedad.

Un momento crucial en la vida de Quimby fue cuando conoció a su maestro, Charles Poyen Saint Sauveur, nacido en el siglo XVIII y fundador del mesmerismo. Poyen hacía demostraciones del llamado «magnetismo animal» e impartía conferencias en las que exhibía las increíbles capacidades magnéticas que producía induciendo al trance a algunos de los voluntarios. El llamado «mesmerismo» se convirtió en un amplio movimiento cultural fuera de la religión establecida. Hablaba de una espiritualidad en la que se hacía hincapié en el logro de la armonía interior a través del autodesarrollo y de la exploración de los escondidos poderes de la mente humana, así como la trascendencia a los más altos poderes y planos espirituales. Por facilitar un dato al lector, le diremos que en la década de 1870, el mesmerismo llegó a alcanzar un total de 11 millones de seguidores. Como vemos, el «secreto» del que nos hablaba Rhonda Byrne, y que tantos millones de seguidores tiene alrededor del mundo, es algo que viene de muy lejos y que fue más popular, proporcionalmente hablando, en otras épocas para, poco a poco, ir cayendo en el olvido para volver a renacer cada cierto número de años. De hecho, el mesmerismo era profesado por las capas sociales más cultas y adineradas de la época.

Cada maestro, a su vez, ha tenido su maestro, el de Poyen fue Armand Marie Jacques de Chastenet, aristócrata francés que nació en 1751, fundador del mesmerismo y de la actual técnica de la hipnosis. Pero el propio Chastenet afirmaba que se ceñía a los métodos tradicionales de su maestro, Franz Anton Mesmer, un médico alemán que descubrió lo que hoy en día denominamos «la ley de atracción» o «el secreto», y que denominó «magnetismo animal».

Mesmer, como buen practicante de su propia filosofía, disfrutó en vida de una espléndida situación económica y llegó a ejercer como mecenas, ofreciendo al propio Mozart sus jardines para la producción de su primera ópera cuando el compositor tenía 12 años. Tiempo después, Mozart incluyó, a modo de agradecimiento, una curiosa referencia a Mesmer en su ópera Così fan tutte.

Los milagros de Mesmer fueron abundantes y muy populares en la Viena de mediados del siglo XVIII, lo que le llevó a realizar curaciones cada vez más sorprendentes, hasta que un desafortunado día se propuso una meta demasiado difícil: intentar curar la ceguera a María Theresa Paradis. Tras su fracaso, muy posiblemente motivado por su falta de fe ante tan magna obra, se vio obligado a abandonar Viena en medio del escándalo y se trasladó a París. Según cuenta Charles D’Eslon, médico de gran reputación profesional y social en el París de la época, Mesmer llegó a tener en Francia más pacientes de los que podía atender, pese a que la Real Academia de Ciencias de la Medicina no aprobó sus doctrinas. Incluso se cuenta que Mesmer llegó a magnetizar un árbol de su casa que curaba milagrosamente a aquellos pacientes que no podía atender o que tenían pocos recursos económicos. Mesmer afirmaba que la salud era un flujo eléctrico que recorría el cuerpo humano y que la enfermedad era un obstáculo que impedía el natural flujo de esta energía. Para curar, Mesmer utilizaba lo que él denominaba «actos de la naturaleza».

En 1784, Mesmer fue investigado por orden del rey Luis XVI, quien ordenó a 9 miembros de la Facultad de Medicina que estudiaran las prácticas que efectuaba su discípulo D´Eslon. Entre esos miembros, se encontraba el famoso químico Laboisier, el médico Joseph Ignace-Guillotine, famoso por la invención de la guillotina, y el embajador estadounidense Benjamin Franklin, quien fue uno de los fundadores de la Declaración de Independencia de Estados Unidos en 1776, y cuyo rostro podemos ver hoy en día en los billetes de 100 dólares. La comisión, finalmente, no pudo determinar si la práctica de Mesmer funcionaba ni comprobar su teoría sobre el magnetismo animal. Así pues, concluyeron que no había evidencias de su ciencia, pese a haber curado a miles de personas. En 1785, tras abandonar París, el rastro de Mesmer desaparece y el resto de su vida es un misterio.

Como vemos, hace más de 200 años la ciencia ortodoxa ya se dedicaba a destruir cualquier nueva teoría beneficiosa para los seres humanos que fuera incapaz de comprender.

La conspiración reptiliana
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