El Pentágono
Si la casualidad y los prodigios fueron grandes en el ataque al World Trade Center, el atentado al Pentágono resultó tan milagroso que el único acontecimiento comparable en la historia es el de Moisés separando las aguas del mar Rojo.
Los daños estructurales que sufrió el Pentágono no coinciden con el tamaño del Boeing 757 que impactó contra el edificio. El agujero producido por dicho impacto fue fotografiado y medido antes de que la fachada occidental se desplomase. Su diámetro circular era de 4,9 metros. Si tenemos en cuenta que un Boeing 757 tiene una altura de 13 metros, incluyendo las alas, así como una anchura de 38 metros entre el extremo de un ala y la otra, podemos suponer que el avión replegó sus alas, los reactores y el alerón para entrar limpiamente en el edificio. Lamentablemente, para los que piensan que así sucedió, no se recuperaron ni los motores, ni la cabina, ni los asientos (ni uno solo), ni las alas. Tan solo pequeños fragmentos que fueron celosamente guardados por miembros del FBI, tapándolos con mantas en un intento de correr un velo sobre los acontecimientos reales.
La maniobra de aproximación de ese avión, que pesaba 60 toneladas, efectuada en rumbo de colisión hacia el Pentágono, hubiese sido una proeza incluso para el mejor piloto del mundo. Sin embargo, fue algo que, presuntamente, efectuaron unos terroristas, cuya mejor marca había sido suspender el examen de vuelo con un aeroplano Cessna que pesaba poco más de 400 kilos.
Evidentemente, en la investigación se omitieron las declaraciones de varios testigos que afirmaban haber visto un objeto, notablemente más pequeño que un Boeing 757, aproximarse a gran velocidad a la fachada del pentágono; además, dicho objeto emitía un sonido silbante y mucho más agudo que el estruendo producido por un avión de pasajeros aproximándose para el aterrizaje. Claro está que ese objeto pudo haber sido filmado por las diversas cámaras de circuito cerrado que había en lugares próximos al edificio del Pentágono, tales como una gasolinera cercana o diversos edificios vigilados de los alrededores. Lamentablemente, las filmaciones fueron inmediatamente confiscadas por el FBI para perderse definitivamente y no figurar en la documentación ofrecida por la llamada Comisión del 11-S. Y es que hasta el propio Donald Rumsfeld en un despiste se refirió al acontecimiento diciendo que había sido utilizado un misil para impactar contra el Pentágono. Quizá el subconsciente, acto reflejo de la verdad, fue verbalizado accidentalmente por el secretario de Defensa.
Otro sospechoso suceso fue la misteriosa reunión que mantuvo el general Mahmud Ahmad, encargado de la Inteligencia pakistaní (ISI), con George Tenet, el por entonces director de la CIA. Curiosamente, dicha reunión se produjo en Washington unas semanas antes de los atentados y en ella participaron importantes miembros del alto mando norteamericano.
Es posible que alguno de ustedes piense que fue circunstancial, pero la Comisión del 11-S que investigó los atentados omitió información sobre la transferencia de 100.000 dólares que efectuó Ahmad a Mohamed Atta semanas antes de los atentados. ¿Por qué ese tripartito contacto entre la ISI pakistaní, la CIA y los presuntos terroristas? El suceso fue tan grave que el propio Mahmud Ahmad fue inmediatamente destituido cuando se dieron a conocer públicamente los datos mencionados, y es que algo sabía Pakistán cuando uno de los más relevantes agentes de inteligencia, Rajaa Gulum Abbas, afirmó que las Torres Gemelas «se derrumbarían».
La necesidad de construir un oleoducto que pasase por Afganistán, así como el rechazo a este proyecto por parte de los talibanes en julio de 2001 no podemos considerarlo un mero aderezo en toda esta historia; el juego de intereses estaba servido.
La descoordinación de la defensa norteamericana fue tal que se dio la «oportuna» circunstancia de que las bases aéreas del Sector Nordeste de McGuire y de Andrews no dispusieran de cazas interceptores en el preciso instante de los atentados, según señaló el informe de la Comisión del 11-S, algo que resultó no ser cierto, ya que la base de Andrews mantenía varios cazas en constante alerta.
Pero centrémonos nuevamente en el Pentágono y el milagro del avión que, limpiamente, y casi sin hacer brecha en la fachada, se incrustó en el edificio más protegido del planeta, sin derribar ni una sola de las múltiples farolas anexas al complejo, rompiendo de este modo todas las leyes de la física y la lógica. A todo este cúmulo de prodigios habría que sumarle la increíble maniobra en espiral efectuada por el vuelo de American Airlines 77, necesaria para impactar en el lado opuesto del Pentágono en el que, casualmente, se encontraba el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.
Tantos despropósitos y milagros se acumularon en un día que, si los secuestradores hubiesen ido a un casino a jugar a la ruleta, habrían tenido más posibilidades de acertar treinta veces seguidas el número premiado.
Algo que desconcertó al FBI fue la carencia de pruebas para poder culpabilizar a Osama Bin Laden. Incluso en su ficha de búsqueda y captura nunca figuró su presunto papel en los atentados. La culpabilidad fue siempre mediática, política y económica, pues jamás la justicia pudo probar que Osama Bin Laden hubiese estado detrás de la operación con su teléfono satelital, dando órdenes desde una cueva en Afganistán; algo que resulta más que gracioso, por no decir ridículo, ya que en julio de 2001 se encontraba en Dubai para someterse a un tratamiento de diálisis, situación que aprovecharon los agentes de la CIA locales para mantener una reunión con él, y de la que nada trascendió.