Los temibles cinturones de Van Allen

James Van Allen fue un físico estadounidense, director del Instituto de Física de la Universidad de Iowa. Su especialidad era la física nuclear y los rayos cósmicos sobre la atmósfera. Descubrió en 1958 que alrededor de la Tierra existían dos temibles cinturones de radiación electromagnética capaces de, literalmente, freír a cualquier ser vivo que intentase atravesarlos.

Estos cinturones son producidos por las radiaciones generadas por el viento solar y los rayos cósmicos al incidir sobre la Tierra, que se mueve a 107.000 kilómetros por hora. Esta radiación es tan poderosa que es capaz de atravesar corazas de plomo de hasta un metro de espesor. Su potencia libera una energía media en el cinturón exterior cercana a los 10 megaelectronvoltios y en su cinturón interior de 100 megaelectronvoltios, pudiendo llegar en el ecuador del cinturón interior hasta la impresionante cifra de 400 megaelectronvoltios.

Les pondré un ejemplo con el que entenderán perfectamente cuán peligrosa es esta radiación. 200 MeV (megaelectronvoltios) son el equivalente a la energía media liberada en la fisión nuclear del uranio 235, muy similar a la energía media liberada por la fisión del plutonio 239. Tan grande es esta energía que algunos trabajadores de los centros de investigación nuclear que se vieron expuestos durante breves segundos a estas radiaciones llegaron a morir. Como el accidente producido el 15 de octubre de 1958 en el Laboratorio Nacional de Los Álamos, Nuevo México, cuando un reactor nuclear liberó una radiación similar. Una persona murió y otras cinco resultaron heridas. Casi de manera instantánea, se les desarrolló un cáncer de médula ósea. También en Los Álamos, el 30 de diciembre de 1958, el técnico Cecil Kelley sufrió quemaduras importantes al aproximarse a un vórtice de plutonio durante 200 microsegundos.

Y ahora nosotros nos hacemos la siguiente pregunta: ¿cómo pudieron atravesar las misiones Apollo con sus astronautas estos terribles cinturones y exponerse a ellos una hora y veinte minutos dentro del cinturón interior y doce horas treinta minutos en su cinturón exterior? Y eso solo en el viaje de ida… Teniendo en cuenta que se expusieron también a la vuelta, la radiación les afectó el doble de tiempo. A todo eso hay que sumarle la fina capa de aluminio con la que estaba construido el módulo lunar que, en sus partes más gruesas, solo tenía cinco milímetros de grosor, algo que ni remotamente frenaba el acceso de la temible radiación a los cuerpos de los astronautas.

Ninguna de las misiones espaciales posteriores a las misiones Apollo han llevado a ningún ser humano a atravesar nuevamente estos peligrosos cinturones. En una ocasión, el transbordador espacial se situó a 300 kilómetros del comienzo del cinturón interior y los astronautas sufrieron alucinaciones visuales, debido a que su globo ocular, pese a estar tan lejos del comienzo de dichas bandas, ya empezaba a verse afectado.

Y ahora, la gran pregunta que yo les hago a ustedes: ¿cómo pudieron las misiones Apollo, con tanta alegría, atravesar dichas bandas sin que su tripulación sufriese el más mínimo daño?

La conspiración reptiliana
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