La llamada «versión oficial»
Existe una expresión casi sagrada denominada «versión oficial de los hechos». Una autoridad dependiente de una organización pública o privada es la encargada de ofrecer o «facilitar» una historia de los acontecimientos. Esa versión es más realista cuanto más importante sea la organización que expone dicha versión. Pongamos un ejemplo: no es lo mismo que la Academia Rusa de Ciencias afirme que el petróleo no proviene de restos fósiles (contrariamente a lo que siempre hemos pensado) o que los representantes del Massachusetts Institute of Technology (MIT) afirmen que es de origen fósil. En Occidente siempre va a tener más verosimilitud esta última versión.
La versión oficial, recogida en los libros de ciencias, reúne las conclusiones finales efectuadas por científicos financiados por el magnate David Rockefeller, quien en 1892 introdujo en la comunidad científica internacional la teoría sobre el origen fósil del petróleo.
Ante la peculiaridad y disparidad de ambas versiones, debemos preguntarnos por qué quieren convencernos con tanto ahínco de que el petróleo es un subproducto resultante de la putrefacción fósil de vegetales y animales. La respuesta es sencilla: el objetivo es crear la sensación de escasez en la mente de los compradores para poder justificar los precios desorbitados que sufrimos los consumidores.
Todos y cada uno de los libros de ciencias que estudian nuestros hijos en sus años académicos enseñan que el petróleo es un derivado fósil, y han forjado en sus mentes una versión oficial con la que han vivido varias generaciones, incluida la nuestra. Nadie se plantea otra posibilidad más que la de que el petróleo es de origen fósil y se acaba. Recordemos que la escasez de oferta, unida a una fuerte demanda, proporciona beneficios incalculables, como lo fueron los obtenidos por la Standard Oil de Rockefeller a principios del siglo XX gracias a esta teoría. Nadie se molestó en estudiar los serios trabajos de Nikolai Kudryavtsev, científico de la extinta Unión Soviética, quien afirmaba con pruebas que el petróleo era de origen mineral. Solo químicos rusos como Marcellin Berthelot y Dimitri Mendeleiev confirmaron tal posibilidad.
La «versión oficial» se difunde a través de nuestros periódicos, anega los libros de texto y, ya sea por televisión o por radio, bombardea nuestro entendimiento de forma constante y machacona. Nadamos en un mar de mentiras, y de la misma forma que el pez no percibe el agua en la que se mueve, nosotros tampoco percibimos la mentira.
Pero la «versión oficial» no es nueva. Copérnico, Galileo, Giordano Bruno, Miguel Servet, etc., fueron mentes que trataron de romper el sistema rígido de pensamiento de su tiempo. Giulio Cesare Vanini, quien afirmaba que el hombre descendía del mono, fue quemado vivo por la Inquisición en 1619, y Pietro d’Abano murió en prisión en 1316 por aplicar prácticas médicas hoy comunes. No olvidemos a García de Orta, que también murió en la hoguera en 1568 no solo por intentar revolucionar la medicina realizando las primeras necropsias, sino por ser judío. La lista de todos aquellos que lucharon contra las asentadas e inamovibles versiones oficiales es tan larga que necesitaríamos un volumen enciclopédico para poder tratarlos debidamente a todos y cada uno de ellos.
Al igual que se afirma en uno de los documentos más sabios que se conservan, El Kybalion de Hermes Trimegisto, puedo asegurar que, como fue antes, es ahora; y las mismas fuerzas que quemaron, encarcelaron y torturaron a aquellos audaces defensores de la «conspiración» siguen operando hoy en día. Han cambiado sus caras, pero sus intereses y las instituciones que los auspician siguen siendo los mismos.