Ursel Scheffler
Quico, nuestro asado de Navidad

En nuestra casa no tuvimos nunca por Navidad pavo al homo. A mi padre no le gustaban las aves. Por eso tomábamos un asado de conejo, que mandaba el tío Leo. Él tenía una granja en Ríoconejo.

Hasta que tuve seis años a mí me daba igual lo que había para comer en Navidad. Había muchas otras cosas más excitantes. Pero desde entonces ya no me da igual.

Llevaba nevando cuatro días seguidos.

—¿No quieres probar los nuevos esquís? —propuso mi padre. Decidimos ir en tren una parte del camino hasta la granja del tío Leo y tía Lina, y el resto por la nieve con los esquís. Era maravilloso cómo brillaba la nieve al sol. Como la mayor parte del camino era cuesta abajo, los esquís se deslizaban con facilidad. El lago Erlen estaba helado y pudimos cruzarlo andando.

—¡Qué buen aspecto tenéis! —dijo tía Lina, cuando llegamos con las mejillas encendidas. Luego nos sirvió una taza de chocolate y pastel de manzana hecho por ella misma.

—¿Queréis llevároslo? —preguntó el tío Leo cuando nos despedimos.

—¿En la mochila? —dijo mi padre.

—¡Claro! —contestó tío Leo—. En un momento os llevo a la estación, pronto se hará de noche.

Yo no comprendía todavía de qué se trataba.

Pero cuando el tío Leo sacó de la jaula un conejo y lo metió en la mochila de mi padre, se me cortó el aliento. Rápidamente comprendí la relación que había entre el pequeño conejo, que yo acariciaba en primavera y el trozo de carne que junto con las patatas habría en mi plato en Navidad.

En todo el viaje de vuelta no dije una sola palabra. Cuando llegamos a casa, mi padre trajo de la cueva la vieja jaula del conejo de indias y metió en ella a nuestro compañero de viaje. Le llamé Quico y todos los días le daba de comer lechuga y zanahorias. Esta vez no me alegraba nada de que llegara la Navidad.

Cuando nos sentamos a cenar a la mesa decorada para la fiesta, yo cerré los ojos para no ver.

—¿Qué hay dentro? —preguntó mi padre, cuando mi madre depositó en la mesa la fuente humeante.

—¡Tallarines al vapor! Tu comida favorita. ¿No es verdad? —dijo ella sonriente.

Nos supieron a gloria.

¿Y Quico? Estaba vivito y coleando debajo del árbol de Navidad en una jaula nueva.

Fue la mejor fiesta de Navidad, que puedo recordar.