Doris Jannausch
El fantasma sin cabeza
Cuando Claudia regresaba a casa de la lección de gimnasia, en las tardes de invierno, estaba ya oscuro. La urbanización estaba en las afueras de la ciudad. Claudia nunca tuvo miedo, hasta el momento en que Joaquín, su vecino le dijo un día:
—¡Ten cuidado! En nuestra urbanización hay fantasmas.
Naturalmente que ella no lo creyó. Además, no podía soportar al bocazas de Joaquín. Pero cuando volvía aquella tarde a casa, en la oscuridad, y pensaba en la advertencia de Joaquín… sintió unos pasos tras ella. Sí se detenía, cesaban, cuando continuaba los pasos seguían, si corría, los pasos también. Para espantar el miedo, Claudia se puso a silbar. El desconocido perseguidor silbaba igual.
El valor de Claudia desapareció por encanto. Corrió hasta doblar la esquina, después se aplastó miedosamente contra un muro y esperó. Los pasos se acercaron y apareció una cosa blanca que gritó:
—Uhhhh —pavorosamente. Se oían ruidos de cadenas arrastradas y una mano húmeda rozó el rostro de Claudia.
¡Un fantasma! ¡Un fantasma que tenía la cabeza bajo el brazo!
Ella no había visto nunca nada tan espantoso. Gritando mientras corría, escapó de allí. La gente salía con prisas de las casas a ver qué sucedía.
—¡Un fantasma sin cabeza me persigue! —chillaba Claudia, cuyo cuerpo temblaba de pies a cabeza—. ¡Socorro! ¡Socorro!
Pero allí no se veía ningún fantasma. Sólo Joaquín dijo:
—Yo también vi ayer al horroroso fantasma. ¡De verdad! Y luego se disolvió en el aire.
La gente se retiró a sus casas pensando «estos chicos de hoy».
Joaquín acompañó a Claudia hasta su casa, lo que por una vez no le desagradó. Señalando la gran cartera que llevaba le preguntó qué tenía allí dentro, a lo que Joaquín contestó poniendo cara de inocente: cosas de la escuela.
No podía decir de ninguna manera lo que había en la cartera: una sábana blanca, una cadena y un balón de fútbol. Era lo que llevaba Joaquín bajo el brazo, pues nadie más que él era el fantasma.
¡Había engañado a Claudia!
—Es curioso —dijo ésta un rato después—, tienes los mismos zapatos que el fantasma.
Joaquín se puso rojo como una amapola. Y ambos se rieron.