Sigrid Heuck
El rey y el molinero

Un día el rey iba de caza cabalgando por el bosque. Mientras perseguía a un ciervo se alejó de su castillo mucho más de lo que en realidad se había propuesto. Cuando el sol se ocultó, comenzó a buscar un refugio. Después de cierto tiempo, vio a lo lejos una luz. Cabalgó hacía allí y llegó a un molino.

—¡Eh! —llamó el rey—, ¡abrid!

—¿Quién es? —preguntó el molinero, que era un hombre cauteloso.

—El rey —respondió éste—. Se me ha hecho tarde y tengo que pasar la noche con vosotros.

—Está bien —respondió el molinero abriendo la puerta, aunque no estaba muy contento de la visita.

—Lleva mi caballo al establo y dale de comer y beber —ordenó el rey.

—No puede ser —contestó el molinero—. En el establo está mi asno. No hay suficiente sitio para tu caballo.

—Entonces, echa tu asno fuera —gritó furioso el rey—. Mi valioso caballo necesita un establo.

—Con todos los respetos debo deciros que mi asno es para mí por lo menos tan valioso como un caballo para un rey —replicó el molinero.

—¡No me hagas reír! —dijo el rey—, ¿quieres comparar un maloliente asno de molinero con el caballo de un rey? El caballo es un noble animal.

—Tan noble es mi asno como tu caballo. Teníais que ver lo alto que lanza sus patas en el prado, cuando me ve venir con el cacharro del pienso.

—Pero mi caballo es hermoso —dijo el rey con acento triunfal.

—¡Mi asno también! y si alguien no lo cree, no tiene más que preguntar a la burra de Jockel, el labrador.

—Tan inteligente como mi caballo no puede ser tu asno —aseguró el rey.

—¿Sabe tu caballo correr la tranca de la puerta de su establo? ¿Sabe quitar la tapa del pesebre? ¿Sabe hacer sonar el cubo del agua, cuando tiene sed? ¿Puede él solo encontrar el camino de vuelta a casa, cuando su dueño ha bebido demasiado? ¿Es el…?

—Ya basta, —interrumpió el rey—. Creo todo lo que dices, pero ten la amabilidad de sacar tu asno del establo para que tenga sitio mi caballo.

El molinero sacó el asno, atravesó el patio y lo condujo al camino.

—¡Eh! —gritó el rey tras él—, ¿dónde vas?

—De la misma forma que tu caballo, necesita mi asno un establo —explicó el molinero—, por eso tengo que bajarlo a la casa de mi vecino Jockel el labrador.

—Pero ¿dónde vive el tal Jockel? —quiso saber el rey—. En muchas millas a la redonda no hay ninguna casa.

Recordaba que tuvo de cabalgar mucho por el bosque hasta encontrar el molino.

—Mi vecino vive a media jornada cabalgando desde aquí. ¡Espera mi vuelta, señor rey! Mañana temprano estaré de regreso. Entonces pondré tu caballo en el establo y lo aprovisionaré como tú ordenas. Y a ti tampoco te faltara nada.

El rey reconoció la rectitud y franqueza del molinero y le dijo:

—Quédate aquí. Quizás haya un sitio bajo el porche de tu casa para mi caballo. Yo no quería menospreciar a tu asno. Todo depende del punto de vista de cada uno.

Y como premio a su firmeza regaló el rey al molinero una bolsa llena de monedas de oro.