Irina Korschunow
La estúpida velocidad

Me llamo Julia, estoy en el cuarto curso y tengo mucho que hacer. Nuestra profesora nos da muchos deberes para hacer en casa. Cuando los termino, tengo que practicar al piano y después asistir a gimnasia. Y también tengo clases de ballet. Nunca puedo hacer lo que me gusta, ni siquiera los domingos.

Mis padres siempre quieren salir los domingos de excursión con el coche.

—Hay que emprender algo —dice mi padre—, si no uno se atonta.

A mí no me gusta, no me gusta viajar en coche. Prefiero quedarme en casa haciendo trabajos manuales o leyendo. Pero esto es posible sólo cuando hace mal tiempo, así que yo deseo que llueva todos los domingos.

El pasado domingo por la mañana el cielo estaba gris. Me alegré pensando que sería un día agradable para mí. Pero de pronto salió el sol y mi padre dijo:

—Hoy podemos ir a Hannstadt a la fiesta de trajes regionales.

—Qué bien —dijo mi madre—, así no tengo que guisar.

Hacia Hannstadt se va por una carretera de montaña con muchas curvas y durante el viaje me sentí mal.

—¡No tan rápido! —grité—, voy a devolver.

—No hagas teatro —dijo mi padre—, además estamos llegando. Mi madre me miró y dijo bajando la ventanilla: —Está muy pálida. ¿No puedes ir un poco más despacio?

Y a mí:

—Respira profundo, Julia, muy profundo.

Yo aspiraba y expulsaba el aire profundamente, pero cada vez me sentía peor, hasta que comencé a devolver. Salió todo el desayuno sobre la tapicería del coche. Entonces, mi padre tuvo que detenerse.

—¡Qué porquería! —gritó—. ¿Por qué no has dicho algo antes?

—Claro que lo ha dicho —contestó mi madre—, ¡tú, y tu estúpida velocidad!

Mi padre dejó de regañarme. Fue a buscar agua e intentó limpiar los sillones. Apestaba allí dentro, y mi madre también estuvo a punto de marearse.

Pero creo que el próximo domingo volveremos a salir. Las cosas en nuestra casa son así.