Doris Jannausch
El barco pirata

Esta historia sucedió hace mucho, mucho tiempo.

Perikles, el joven griego, se había enrolado de marinero en el carguero «Acrópolis» y, por primera vez, salía a navegar por alta mar. Perikles era pobre. Lo único que poseía era una flauta de madera tallada, que en cierta ocasión le había regalado su abuelo. Cuando tenía tiempo tocaba dicha flauta. También aquella noche. Estaba sentado en la cubierta del barco, en la oscuridad y tocaba.

El contramaestre, que pasó delante de él dijo:

—Sería mejor que te fueras a tu camarote. Hoy hay luna llena y el barco pirata anda apareciéndose de nuevo por ahí.

—¿El barco pirata? —preguntó curioso Perikles.

—Hace muchos años que un barco pirata encalló en unas rocas y se fue a pique con todo lo que había a bordo. Desde entonces no tienen reposo los piratas. Quien se encuentra con ellos pierde aquello que más quiere —relató el contramaestre.

—¡Qué historia más extraña! —dijo Perikles sonriendo. Se recostó y siguió soplando en la flauta con aire pensativo.

La luna estaba clara y redonda en el cielo.

—En realidad, soy un joven feliz —pensó Perikles, mientras tocaba una canción de luna, la última por aquel día. Después pensaba irse a dormir. Pero… ¿Qué era aquello? ¡El barco pirata!

Por el horizonte apareció un barco con las velas desplegadas que se iba acercando a increíble velocidad. Un hombre con un ojo tapado por una venda negra, estaba sobre cubierta, sonreía sarcásticamente y gritaba:

—¡Vamos muchachos! ¡Traedme acá esa joya!

Los piratas, balanceándose con una cuerda, saltaron a la cubierta del Acrópolis, se abalanzaron sobre Perikles, le ataron y amordazaron, le quitaron la flauta y después desaparecieron.

A la mañana siguiente, los marineros encontraron así a Perikles.

—¡He visto el barco pirata! —gritó temblando—. ¡Me han quitado la flauta!

Aquello era lo más querido que tenía. Cuando el Acrópolis atracó en África, compraron los marinos una flauta nueva de madera de ébano. Con ella tocaba Perikles otra vez todas las canciones y los marineros le escuchaban. Pero por las tardes, al oscurecer prefería retirarse a su camarote. No quería encontrarse por segunda vez al barco pirata.