Doris Jannausch
Santa Claus en el dentista

Fue un mal asunto que Santa Claus tuviera dolor de muelas. Era invierno y los copos de nieve caían suavemente del cielo. Santa Claus paseaba por el bosque.

—Éste es al auténtico tiempo para Santa Claus —pensó—. Esta vez he traído muchas cosas hermosas.

De repente se detuvo, «¡ay! ¿qué es esto?».

Algo le dolía en la boca, un dolor penetrante.

Santa Claus tanteó con la lengua y: —¡rayos y truenos! —una muela era la que producía tanto dolor.

—¿Qué hago ahora? —se preguntó. Hasta entonces nunca había tenido dolor de muelas.

—¡Ay, qué dolor! —Cada vez se extendería más por el rostro. ¿Qué es lo que debía hacer?

Poco después llegó a una pequeña ciudad.

¡Ay, ay! El saco era tan pesado. La muela dolía tanto.

Un hombre que venía en dirección contraria se detuvo.

—¿No eres tú Santa Claus? —preguntó. Éste asintió.

—¡Qué suerte haberte encontrado! —se alegró el hombre.

—Pero ¿estás llorando? ¿Por qué?

—Porque tengo un dolor de muelas espantoso —gimió Santa Claus.

—No sabía que Santa Claus pudiera tener dolor de muelas —se asombró el otro.

—¿Y por qué no? Santa Claus sacó un gran pañuelo de su túnica roja, se limpió las lágrimas y se sonó la nariz tan fuerte, que los copos de nieve de alrededor comenzaron a bailar asustados.

—Santa Claus tiene también dientes y muelas —dijo—, y a quien tiene dientes y muelas pueden dolerle. ¡Ay, qué dolor! ¿Qué debo hacer?

El hombre pensaba muy concentrado. Luego levantó el dedo y dijo:

—Muy sencillo, cuando uno tiene dolor de muelas, va al dentista tanto si se llama Mauricio como si se llama Santa Claus.

—¡Al dentista! —exclamó asustado Santa Claus—, ¡ay, ay, qué dolor!

El hombre señaló una casa diciendo:

—En la esquina vive el doctor Méndez. Él te arreglara la muela. Ven, te acompañaré hasta allí.

No mucho más tarde estaba ya sentado Santa Claus en la silla del dentista. El doctor Méndez era un buen hombre y no quería hacer ningún daño a Santa Claus.

—Abre la boca —rogó.

Santa Claus abrió la boca todo lo que pudo.

—¡Ay, qué pena! —suspiró el doctor—, tienes un agujero en la muela. Tengo que rellenarlo.

Santa Claus se asombró:

—¿Y con qué quieres rellenarlo? ¿Con pasas y nueces?

—Oh, no —respondió riendo el dentista—, con una pasta blanca. Así estará la muela sana otra vez.

—¡Ay, ay, que dolor! —gemía Santa Claus.

El dentista taladraba con la máquina, Rrrrrr…

Santa Claus repetía:

—¡Ay, ay, qué dolor!

Pero como tenía la boca abierta, no se le entendía.

Luego el dentista hizo una pasta con un polvo blanco y la metió bien apretada en el agujero para completar el empaste.

—¡Mantén la boca abierta! —ordenó el doctor—, hasta que el relleno se endurezca.

Pronto pudo cerrar Santa Claus la boca. ¡Hurra! Ya no le dolía la muela.

—Ahora puedo continuar mi camino, ya era hora.

En agradecimiento regaló al doctor un gran pan de especias con almendras y mucha azúcar. Luego se marchó.

El dentista sacudía la cabeza asombrado.

—¡Un Santa Claus con dolor de muelas! No lo había imaginado nunca. Dio un mordisco al pan de especias, pero: ¿qué me pasa?

Le dolía, porque el dentista también tenía una muela agujereada.

—¡Ahora tengo que ir yo al dentista! —suspiró el doctor, precisamente el día de Santa Claus.

—¡Ay qué dolor, ay qué pena!