Isolde Heyne
El elefante en la habitación de Tim

—Hola, aquí estoy—, dijo jumbo haciendo cosquillas a Tim con su larga trompa. Era muy fácil, ya que la cama de Tim está justamente bajo la ventana. Tim tiene que estornudar.

—¿De dónde sales tú? —pregunta al elefante.

—La función de noche ha terminado, ya están desmontando la carpa y dentro de un par de horas es la partida. Pero estoy hasta las narices. Cada tres días mudanza. Conmigo que no cuenten —dice el elefante y resopla tan fuerte que los juguetes de Tim que están sobre el estante caen unos encima de otros. Tim se pone de pie y se apoya en el ancho alféizar de la ventana.

—¿Y qué va a pasar ahora? Seguro que te buscan —dice Tim.

Jumbo sacude nervioso sus grandes orejas, deposita una flor amarilla en la ventana junto a Tim y dice:

—Tú has dicho esta tarde que eres mi amigo. ¿Lo eres todavía?

—Naturalmente que sí —asegura Tim.

—Desde que has venido a nuestra ciudad con el circo, he ido a verte todos los días que me ha sido posible. Yo soy tu mejor amigo, estoy seguro.

—Bien —continúa Jumbo—, entonces ¡ayúdame! Por favor, escóndeme un par de días.

Tim está desconsolado.

—¿Cómo puedo esconderte? Si fueras un perro o un gato, no habría nada más sencillo, pero…

Jumbo toma cuidadosamente con la trompa la flor amarilla mientras dice:

—Ésta es la flor del mago del circo. Cuando yo me la haya comido, me volveré pequeño como un perro o un gato.

Jumbo hace desaparecer la flor amarilla en su boca y poco a poco se va haciendo cada vez más pequeño, como un caballo, como un ternero, un perro de San Bernardo.

—Fantástico —grita Tim—, ya vale. ¡Entra!

Rápido pasa Jumbo por la ventana y aún se achica un poco más.

—¿Va bien así? —pregunta cortés-mente.

—¡Vale! —dice Tim—, por un par de días te puedo esconder bien.

—Tengo hambre y sed —dice Jumbo—. ¿Tienes algo de comer?

Tim acaricia la trompa del diminuto elefante.

—Conmigo estarás siempre harto, Jumbo —asegura Tim.

Va a la cocina, amontona pan y fruta en un plato y llena un vaso de leche. Con todo ello retorna silenciosamente a su habitación. Es de noche, muy tarde, y sus padres duermen profundamente. Cuando abre la puerta, del susto que recibe, casi se le caen de las manos el plato y el vaso de leche. El elefante llena ya la habitación y sigue creciendo y creciendo.

—¡Detente! —grita Tim—. ¡No te hagas más grande! Si no, tendremos que derribar la casa para sacarte de nuevo de la habitación.

Para Jumbo, lo que Tim ha traído en el plato es un pequeño aperitivo. También la leche desaparece en un instante.

—¿Tienes algo más? —pregunta de nuevo. Tim trae todo lo que encuentra en la cocina, pan, patatas, fruta, verdura y un cubo lleno de agua.

—¿Vale con esto?

—No, no basta —se queja Jumbo—. Necesito por lo menos cuatro veces lo mismo para estar satisfecho.

Tim está desesperado. Aunque sea su amigo, no puede esconder en su habitación a un elefante tan grande.

Jumbo está pensativo y triste al mismo tiempo.

—No lo he pensado bien antes —explica—. Si me quedo aquí, en la habitación siempre, no me podrán ver en el circo los demás niños. Ninguno verá nunca mi actuación en el circo.

Por lo menos durante una hora discuten ambos el asunto, pero no se les ocurre ninguna solución. Y entonces asoma en la ventana la cabeza del mago Chupedium.

—Me lo he figurado enseguida. ¡Ven de una vez! Las cosas ya están cargadas.

En vez de contestar, el mago, visto y no visto, saca una flor azul encantada, grande como un plato de cocina, y ordena perentoriamente a Jumbo.

—¡Cómetela, date prisa!

Ante los ojos de Tim, Jumbo se hace más y más pequeño. Pronto es tan pequeño que cabe en la mano del mago.

—Ven a visitarme, cuando volvamos a esta ciudad —ruega Jumbo con voz triste—. Eres un buen amigo, te echaré mucho de menos.

Luego, el gran mago Chupedium desaparece en la oscuridad con el diminuto elefante. A la mañana siguiente la madre de Tim abre el frigorífico, lo encuentra vacío del todo y se enfada.

—Tim, ayer olvidaste de nuevo de comprar pan y bollos. Ni siquiera tenemos leche y queso.

—Enseguida iré a buscar algo —dice Tim.

Cuando va a la panadería, se detiene un momento ante la valla publicitaria. En el anuncio del circo hay un elefante pintado, muy grande.