Irina Korschunow
Me encuentro a gusto en la nueva escuela

Me llamo Gonzalo. Desde hace dos semanas vivo en Hamburgo. Antes vivía en Hannover. Allí comencé a ir a la escuela. En clase tenía muchos amigos, con los que jugaba al fútbol por las tardes. Nuestro maestro era amable. Tenía una guitarra y todos los días tocaba y cantaba con nosotros.

Entonces vino la mudanza. Para mi madre y para mí fue muy desagradable. Pero mi padre había encontrado un nuevo trabajo en Hamburgo, y por ello tuvimos que marcharnos de Hannover. Hace un par de días he asistido por primera vez a la escuela en Hamburgo. Me sentía mal de puro miedo. Yo sabía cómo es cuando llega un novato… Todos en la clase se conocen, solo el nuevo no conoce a nadie. Todos le observan. Uno cualquiera empieza a reír y los demás le siguen. A Gerardo Altman le pasó lo mismo cuando fue por primera vez a nuestra clase en Hannover. Aún le veo, todo colorado y sin saber qué hacer. Y luego nadie se ocupaba de él.

Pensaba en todo esto, cuando mi madre me llevó a la nueva escuela. De buena gana me habría escapado. Pero mi madre me arrastró al despacho del director.

—Bien, bien, Gonzalo —dijo el director—, espero que te encuentres a gusto entre nosotros. Éste es el Sr. Hamm, tu profesor. Él te llevará a clase.

Y así me encontré en la nueva clase.

—Éste es Gonzalo Lutting —dijo el señor Hamm.

—Lutting, Pudding —dijo una niña, reprimiendo la risa.

—Procede de Hannover —continuó el señor Hamm.

—Yo también he vivido en Hannover —saltó un muchacho, con la cara llena de pecas, como el portero de nuestro equipo de Hannover.

—Bueno, siéntate por ahí, donde puedas —dijo el Sr. Hamm.

Yo no sabía dónde hacerlo. Me sentía paralizado.

—Aquí hay un sitio libre, siéntate con nosotros —dijo el chico de las pecas.

—Bien —dijo el señor Hamm—, siéntate con Tomás.

Puse mi cartera debajo de la mesa y me senté en la silla libre.

—Tomás —pensé—. Uno de mis amigos de Hannover también se llama Tomás.

De repente, me pareció que no era tan mala la nueva clase.

Después, Tomás me llevó al patio de la escuela y me enseñó todo lo demás. Tomás me cae bien. Él me llama Pudding. Los otros también. Es un apodo gracioso. Me parece que lo pasaré bien en Hamburgo.