Cordula Tollmien
La morsa

Nadie puede soportar a Isabel. Es gorda y siempre está de mal humor. Nunca se ríe, y a pesar de que tiene los bolsillos llenos de golosinas, nunca da nada. En cambio, es fácil reírse de ella. No puede correr de prisa ni regañar porque siempre tiene la boca llena.

—Ven aquí, gorda, morsa, —la llaman los otros niños.

Isabel viene.

—Apostamos algo, a que no te atreves a saltar sobre esta zanja.

La zanja la han abierto unos obreros por la mañana para poner unos tubos que van debajo de la calle. Un tubo ya está puesto. Isabel se encuentra ante la zanja.

—Cobarde, cobarde —gritan los demás—, la gorda morsa no se atreve.

Isabel se atreve y salta, cayendo a la zanja. Ahora está sentada dentro, se ha herido las rodillas y llora a gritos, sin poder salir. Los demás niños se ríen de ella. Isabel se limpia las lágrimas con la mano y termina con la cara llena de barro.

—Una morsa con rayas como una cebra —gritan los niños. Isabel les saca la lengua, pero eso no le ayuda mucho. Los demás niños se marchan gritando:

—La morsa está en el agujero, la morsa está en el agujero.

Isabel se apoya en los lados y se endereza, se sienta en el tubo y saca del bolsillo un caramelo, que se mete en la boca y empieza a chupar.

—Eh, tú —dice de repente una voz amistosa desde arriba—, ¿estás a gusto ahí abajo?

Isabel se asusta, mira hacia arriba y ve una cara igual de redonda que la suya. La cara pertenece a Julio, el polaco que durante el verano trabaja en el pueblo. Ayuda a los campesinos a recoger las cerezas. Ya ha venido al pueblo tres veces.

—¿Vives ahí? —pregunta él. Isabel niega con la cabeza. Julio se ríe—. Era una broma —dice. Después salta dentro de la zanja y se sienta junto a ella.

—¿Tienes otro? —dice señalando el caramelo. Isabel asiente, saca uno del bolsillo y se lo da.

—¿Te has caído aquí dentro? —Isabel asiente de nuevo.

—¿Y por qué no sales de aquí? —insiste Julio.

—Porque no puedo —dice ella.

—Bueno, pues entonces tienes que quedarte aquí.

Están sentados chupando los caramelos. De repente alguien se ríe por encima de ellos.

—¡Mira! —dice uno—, no es posible, ¡ahora hay dos morsas en el agujero!

Los demás niños están allí de nuevo y se ríen hasta que no pueden más.

—¿Morsa? —pregunta Julio mirando a Isabel.

—Es un animal del mar —explica Anette— y bastante gordo.

—Ah, por eso —replica Julio que también se ríe. Se señala primero a sí mismo y después a Anette.

—Dos morsas —dice de manera tan cómica que Isabel también tiene que reírse. Luego ríen los dos juntos y no pueden parar durante un buen rato.

—¡Dos morsas! —vuelve a reír Isabel pinchando a Julio en el vientre con su dedo índice—, ¡dos morsas!

Cuando finalmente se tranquilizan, Julio dice, cogiendo de la mano a Isabel:

—¡Ven!

Juntos trepan para salir de la zanja. En realidad no era difícil. Arriba se sacude Julio los pantalones. Después da la mano a Isabel de forma ceremoniosa, se inclina y dice:

—Hasta la vista. Ha sido un placer conocerte. Eres una chica agradable.

Isabel se pone colorada. Julio se aleja. Los demás niños rodean a Isabel.

Uno grita:

—Isabel quiere a Julio.

Isabel cierra los puños y quiere lanzarse sobre el que ha gritado. Al mismo tiempo Julio, que ha llegado a la esquina, se vuelve y saluda con la mano para despedirse. Isabel saluda también con la mano y contesta:

—Adiós.

Luego quiere irse, pero no ha dado más de tres pasos, cuando uno de los niños pregunta:

—Contesta, morsa, ¿quieres jugar conmigo a la pelota?

Isabel se detiene, da la vuelta y dice:

—Claro que juego, Tontico.

Tontico se ríe y saca una pelota de plástico. Juegan juntos mientras los demás niños observan.

Isabel no es tan mala jugando. Acierta a dar a la pelota y de forma elegante. Una vez que la pelota cae en la zanja, Isabel desciende a buscarla y sale con ella de nuevo sin apuros.