Monika Sperr
Las chicas del cuarteto

Se llamaban Federica, Petra, Sabine y Toñi y eran inseparables. Después de la escuela jugaban siempre juntas. Patinaban, en otoño hacían subir las cometas y en invierno se deslizaban por las pendientes del parque con los trineos de una forma que la mayor parte de los chicos no se atrevían a imitar.

Un día todo cambió. La madre de Petra enfermó gravemente de pulmonía y Petra no tuvo más tiempo para jugar. Tenía que ir a la compra, pelar patatas, limpiar las verduras y cuidar de sus hermanos pequeños. Esto era lo más difícil, porque Beate y Herbert nunca pensaban en hacer nada bueno. Apenas Petra les daba la espalda, ya habían roto alguna cosa.

—No cojáis eso —gritaba, por ejemplo.

Pero ya el vaso se estrellaba contra los baldosines del suelo de la cocina, mientras Herbert se reía e imitaba el ruido del golpe con la boca. De buena gana le habría dado una bofetada, pero no lo hacía por no entristecer a su madre. Así que sólo le regañaba un poco. Pero como a él le parecía divertido, inmediatamente dejaba caer otro vaso.

En la escuela, Petra estaba tan cansada, que casi se dormía.

—Esto no puede continuar así —le dijo Federica a Sabine y Toñi—. Tenemos que ayudarla.

Estaban sentadas bajo el gran castaño del parque, completamente deprimidas, porque los juegos sin Petra no eran tan divertidos.

—Buena idea —dijo Toñi con la cara iluminada por la alegría y se puso en pie de un salto, como si quisiera empezar a correr.

—¿Pero, cómo? —dijo—. Se comporta como si no tuviera necesidad de nadie. Casi no se puede hablar con ella, porque se enfada con facilidad.

Sabine opinaba lo mismo.

—Petra se ha vuelto insoportable, ayer me arrancó el cuaderno de escritura de la mano, sólo porque le había indicado una falta.

—Por eso tenemos que ayudarla —dijo Federica resueltamente—. Para que vuelva a ser la Petra de antes y que juegue de nuevo con nosotras.

—Bien —aplaudió Toñi.

—Lo mejor es que vayamos ahora mismo a buscarla. Seguro que está en casa.

Petra abrió la puerta de su vivienda y puso los ojos como platos, cuando sin esperarlo, vio delante de sí a sus tres amigas.

—Vosotras —murmuró—. No tengo tiempo para jugar.

Al mismo tiempo se puso roja, como si se avergonzara de ello. Ya quería cerrar la puerta, cuando Federica dijo sonriendo:

—Hemos venido porque queremos ayudarte. Dinos lo que podemos hacer. Yo soy muy buena con el aspirador y Toñi sabe limpiar los vasos de modo que brillan.

Y, mientras guiñaba divertida un ojo a Toñi prosiguió:

—¿No es verdad?

—Es cierto —contestó Toñi con alegría—. Mi madre dice que tengo unas manos maravillosas porque nunca rompo nada.

Titubeando, Petra dejó la entrada libre. En el mismo instante su madre llamó desde dentro:

—¿Quién ha venido, hija?

Las tres, Federica, Toñi y Sabine entraron sin hacer ruido en la habitación de la enferma. Dieron los buenos días y dijeron para que habían venido, para ayudar sencillamente.

La madre de Petra dijo:

—Esto sí que es una estupenda sorpresa. ¡Qué hermoso, que Petra tenga tan buenas amigas!

Desde entonces fueron todos los días. Iban a la compra, barrían el suelo de la cocina, jugaban con Beate y Herbert llevándolos a cuestas, al escondite, a perseguirse y Petra participaba siempre. Ahora, ella tenía tiempo para jugar y podía divertirse como antes.