Isolde Heyne
Carlitos se ha marchado
Cierta noche, el búho buscó al duende de los sueños, Guillermo, y llevándole a la calle de las Hayas dijo con reproche:
—Aquí hay un niño que todavía no duerme. Por favor, ve a mirar por qué. Tal vez has esparcido demasiada poca arena de sueño.
Moviendo la cabeza, se puso en camino una vez más el duende Guillermo. De ninguna manera puede explicarse tal descuido, ya que toma muy en serio su trabajo. Conoce la casa amarilla de la esquina y sabe quiénes son los niños que viven en ella.
—¿Cuál puede ser? —piensa—, ¡quizás alguno ha tenido un mal sueño!
Pero el búho tenía razón. La pequeña Maribel en la vivienda del segundo piso, no duerme. Da vueltas de un lado a otro en la cama y gime de tal forma, que el duende Guillermo tiene miedo y piensa con temor que puede estar enferma. En contra de su costumbre, el duende se aparece y dice:
—¡Hola, Maribel! Soy el duende del sueño, Guillermo. ¿Por qué no duermes? ¿Puedo ayudarte?
Maribel está bastante asombrada, al ver de repente junto a su cama el pequeño duende y solloza, con ojos brillantes por las lágrimas:
—¡Tú no puedes ayudarme!
El duende Guillermo saca del bolsillo un pañuelo de colores, seca con él las lágrimas del rostro de Maribel y pregunta de nuevo:
—¿Es tan grave?
—Muy grave —dice Maribel—, fui una cobarde, ahora el conejo se ha ido y las flores de la señora Garralón están pisoteadas y además Rosa está castigada en su casa.
El duende Guillermo guarda su pañuelo y dice con aire pensativo:
—Veo que tienes mala conciencia. No es extraño que no puedas dormir. Para que te pueda ayudar, tienes que contármelo todo, pero sin engañarme.
Maribel tira de la manta hasta que le cubre la barbilla. —En realidad estoy contenta de poder contárselo a alguien —gime Maribel—, mañana pondré las cosas en orden. Si sólo supiera donde se ha metido Garlitos…
Y luego cuenta Maribel en orden cronológico al duende lo que ha pasado.
—Rosa, mi mejor amiga, ha llevado hoy consigo al conejo Garlitos al jardín. A éste le gustan mucho las hojas frescas de diente de león y también le gustan las flores de todas clases.
Rosa tenía que ir a la compra y me rogó que tuviera un poco de cuidado de Garlitos y que de ninguna manera le dejara acercarse demasiado a las flores de la señora Garralón. Me senté debajo del castaño a vigilar a Garlitos. Éste saltaba de un diente de león a otro, mordisqueando siempre un poco. Rosa tardaba mucho y yo me aburría terriblemente. Por fortuna tenía un libro. Me puse a mirar las ilustraciones y no pensé más en Garlitos. De repente los gritos de la señora Garralón resonaron por todo el jardín.
—¡Esto es increíble! El conejo se come mis hermosas flores. ¡Ay, ay! La bestia ésta, ha destrozado y devorado las más hermosas de mis flores.
Toda asustada he ido mirar. Lo que vi, era de verdad lamentable. El arriate de flores de la señora Garralón presentaba un lamentable aspecto. Tronchadas y pisoteadas por la tierra estaban las hermosas flores, muchas comidas con los tallos sin flor por el suelo. La señora Garralón, con su mano derecha tenía cogido de la nuca a Garlitos y extendiendo el brazo lo apartaba de si todo lo que podía, y sin parar ponía el grito en el cielo. Garlitos ni siquiera se movía.
—¿Es tuyo este conejo? —quiso saber ella.
—No —dije yo—, es de Rosa.
—¿Y dónde está Rosa? —continuó la señora Garralón, amenazadoramente. Finalmente dejó caer a Garlitos, que escapó saltando con mucha prisa.
—Rosa tuvo que ir de compras —contesté yo a su pregunta.
—Y así, sencillamente ha dejado este monstruo pasearse por mis flores y destrozarlas todas. Esto tendrá consecuencias.
Naturalmente ha ido la señora Garralón a contarle todo a la mamá de Rosa.
—Pero ¿por qué no le has dicho que eras tú, quien debía cuidar de Garlitos?, quiso saber el duende Guillermo, cuando Maribel terminó de contar su historia.
—Porque no me he atrevido. Simplemente escapé de allí.
Tampoco he ayudado a Rosa y seguramente que Garlitos está helado y con miedo.
—¿Y ahora? —preguntó el duende en voz baja.
Maribel hizo la promesa de decir a la mamá de Rosa, que era ella quien debía cuidar de Garlitos.
—También ayudaré a Rosa a regar las flores de la señora Garralón, hasta que se levanten de nuevo. Y no sé si Rosa querrá volver a ser mi amiga.
—Está bien —dijo el duende Guillermo sonriendo—. Si mantienes tu promesa, yo iré esta noche a regalar un hermoso sueño a tu amiga, y así no estará tan enfadada contigo.
Sopló un poco de arena de sueño de la mejor calidad en los ojos de Maribel y después fue a ver a Rosa.
Y las dos niñas, aquella noche, tuvieron el mismo sueño, de que Garlitos estaba cobijado bajo el arbusto de las grosellas, donde había construido una mullida y caliente madriguera.