Sigrid Heuck
I-ah, I-ah

Un día nació un pequeño burrito. Tenía una hermosa piel velluda de color pardo oscuro, y sus orejas eran casi tan grandes como las piernas. Así tiene que ser, y es una importante característica de los burritos pequeños. Asombrado observaba su entorno. Todo era nuevo para él. Los verdes objetos sobre lo que estaba en pie le hacían cosquillas en la panza. ¿Cómo podía saber que aquello era un prado?

Un pájaro cantaba en los arbustos. En la orilla del arroyo cantaban las ranas, y muchas mariposas de colores volaban de flor en flor. Todo interesaba al pequeño burrito. De vez en cuando escondía el hocico bajo el vientre de la madre. Tomaba una teta de la ubre entre los labios y chupaba. La leche dulce y caliente sabía muy bien.

Una vez pasaron dos chicos por el prado.

—¡Mira, dos burros! —señaló Esteban a su amigo Pedro.

—¡Todos los burros son tontos! —aseguró Pedro. ¿No había llamado Pedro, uno de su clase, hacía poco, a otro «burro tonto»?

El pequeño burrito observaba cómo hablaban los dos muchachos. Lástima que no podía entender de qué se trataba. Empujó un poco a su madre, lo que significaba:

—¿Qué dicen?

A la madre, que era vieja y con experiencia, le pareció que el burrito era demasiado pequeño para conocer la verdad, así que contestó:

—Han dicho que son adorables los burritos pequeños.

—Muy amable de su parte —pensó el burrito.

Mientras, los dos chicos se habían encaramado a la cerca.

—No sólo son tontos, sino también testarudos —se burló Esteban riendo.

—Y ahora ¿qué ha dicho? —quiso saber el burrito.

—Que tú no sólo eres adorable, sino también bonito —respondió la madre.

—¿De veras? —dijo el burrito con júbilo, moviendo las orejas hacia los lados. Su madre le contemplaba con orgullo. Para ella era el burrito más hermoso del mundo.

—¡Ay! —suspiró el burrito—, si pudiera comprender el idioma de los hombres. Entonces me pondría a conversar con los chicos y no necesitaría preguntarte siempre.

—Eso lo puedes aprender —dijo la madre.

—Empecemos ahora mismo con dos letras sencillas. Son la I y la A. Si las pones juntas significa que tú piensas también lo que el otro acaba de decir.

El burrito movía la cola de un lado a otro para demostrar que había comprendido lo que la madre decía.

—¡Y también son vagos y tragones! —gritó Pedro sujetándose la tripa de tanto reír. En el mismo momento perdió el equilibrio y se cayó de la cerca. Se torció un pie y se hizo un gran agujero en los pantalones.

—¡Cielos! ¡Qué idiota soy! —chilló furioso y como el pequeño burrito suponía que seguía admirándole, y poco a poco se iba encontrando digno de admiración, respiró hondo y rebuznó fuerte y alegremente I-ah, I-ah.