Edgar Wüpper
La basura especial
En el tablero de anuncios fijado en la fachada del ayuntamiento había una hoja grande donde estaba escrito:
Campaña de recogida de basura especial:
Se pueden entregar viejas baterías, medicinas, aceites, pinturas, lacas así como toda clase de productos químicos.
El vehículo de recogida pasará el viernes, 12 de julio, desde las 10.30 hasta las 11.00 por la Plaza de la Iglesia.
El viernes es el primer día de vacaciones. Mario, Jenny, Ángeles, Conchi y Manuel vienen del campo de deportes cuando ven el camión amarillo con el cartel «Basura Especial» en la plaza de la Iglesia. Se acercan a él con curiosidad. Un hombre y una mujer con uniformes amarillos van de aquí para allá con cara de aburrimiento. —¿No hay mucho que hacer? —pregunta Conchi.
—Nada —contesta el hombre—. En el pueblo vecino pasó exactamente lo mismo —dice la mujer—. La gente prefiere tirar todo ese veneno al cubo de la basura.
—O lo queman a la orilla del arroyo —dice Ángeles—, allí hay toda clase de cosas tiradas, latas de aceite, por ejemplo.
—Eh, no habléis tanto. Vamos a buscar nuestro carrito y a recoger cosas preguntando directamente a la gente. Hala, vamos —dice Jenny, que entusiasmada por su idea corre ya delante.
Los demás vacilan un instante, después corren tras ella. Cuando Jenny viene con el carro, Ángeles y Conchi han llamado ya en la casa más próxima.
—Señora Schneider, ¿tiene Vd. baterías viejas, botes de pintura o cosas por el estilo?
—Sí, en alguna parte, en el trastero. ¿Qué queréis hacer con ello?
—Vamos a hacer una colecta. Lo llevaremos al camión de recogida de basura especial, que está en la Plaza de la Iglesia.
—Ah, ya, hoy es el día señalado para la recogida. Lo había olvidado por completo, esperad un momento —dice la señora Schneider. La señora Schneider desaparece en el trastero, y vuelve unos minutos más tarde con unos botes de pintura vieja—. Aquí está esto. De momento no encuentro nada más.
En la siguiente casa no contesta nadie, pero dos más allá, en la de los Krug, sí hay alguien. Aún no ha terminado Mario con su pregunta, cuando ya le interrumpe la señora Krug:
—No, chicos, no tengo tiempo ahora para estas cosas. Tengo que hacer la comida.
—Pero… —Jenny quiere decir solamente que hoy es el día señalado para recoger la basura, cuando la puerta se cierra en sus narices.
En la siguiente casa, les abre el señor Vogt. Ángeles pregunta de nuevo por baterías viejas, pinturas, jarabes o pastillas.
—¿Cómo, pastillas? —desconfía el señor Vogt—. ¿Qué queréis hacer con ellas? —y diciendo esto desaparece en el interior de la casa.
—Vamos, continuemos —apremia Manuel. De los Meier recogen una lata de aceite abollada. El carro de mano esta ya medio lleno. Ahora suena la campana de la iglesia.
—Vaya, ¡tenemos que regresar!
A toda velocidad vuelven a la Plaza de la Iglesia. Llegan justamente a la plaza, cuando el conductor está poniendo en marcha el motor del camión.
—Un momento —grita Conchi desde lejos—. Todavía hay algo.
El conductor para el motor y desciende de la cabina. —Lo hemos conseguido —dice Ángeles jadeando—, pero bien justo.
—Bien, veamos vuestra cosecha —dice el hombre. Se ríe y tira las cosas al camión.
—Mejor poco que nada —rezonga Jenny un poco decepcionada.
—Tienes razón —asiente el hombre—. Lo habéis hecho verdaderamente bien.
—Adiós —gritaron los chicos, para hacerse oír por encima del ruido del camión que ya doblaba la próxima esquina.
—¡Uy, qué manera de sudar! —dijo Jenny, limpiándose el sudor de la frente—. Llevemos el carro a casa y luego nos vamos a la piscina. ¿Os parece bien?