Irina Korschunow
El huésped de Dortmund

Me llamo Toni. Mi madre tiene una pensión en Baviera. En las vacaciones tenemos mucho jaleo. Entonces es cuando vienen la mayoría de los huéspedes, y nosotros tenemos que procurar que se encuentren a gusto. Muchos de nuestros huéspedes son amables. Pero hay otros que creen que yo estoy allí sólo para ellos.

—Toni, ve a buscarme cigarrillos. Toni, ve a buscarme esto de la farmacia. Toni, me gustaría que me traigas un trozo de tarta de la pastelería.

Me ponen furioso con su eterno «Toni, Toni». Pero naturalmente, no puedo demostrarlo. —Nosotros vivimos de los huéspedes, Toni —dice mi madre—. Por eso, tenemos que esforzarnos.

Sin embargo, el verano pasado, mi madre se puso también furiosa a causa de la señora Schilker de Dortmund. Ninguno de nosotros podíamos soportar a la señora Schilker. Estaba todo el día protestando, por la habitación, por el café, por el agua del baño y por los otros huéspedes. Además había traído su perro, Blecki, tan gordo, que casi no podía andar. No parecía un perro de verdad, y con tal perro tenía yo que ir a pasear todos los días. Me estropeó todas las vacaciones.

Pero para la señora Schilker esto no era suficiente. Constantemente tenía algo que pedir. No tenía más que verme y ya se le ocurría alguna cosa. Cierta vez que después de mediodía quería ir con mi amigo Andi a la piscina, ella estaba sentada en el balcón y me llamó.

—Toni, tienes que ir a buscarme un periódico y llévate a Blecki.

Con Blecki hasta el quiosco tardaría por lo menos media hora. Por la mañana ya había ido con él de paseo. Después fui a recoger el vestido de la señora Schilker a la tintorería, a continuación a la farmacia. Ya tenía bastante y le dije:

—Vaya Vd. misma a pasearle.

La señora Schilker empezó a gritar tan enfadada que se oía en toda la calle:

—¡Esto es indignante! Pago un montón de dinero por la habitación para que me traten así. ¿Es que tu madre no te ha enseñado cómo hay que comportarse con los huéspedes?

Y entonces mi madre también se puso furiosa. Venía a toda prisa con la cara roja por el enfado.

—Señora Schilker —dijo—, Vd. ha pagado su dinero por el alquiler de la habitación. Pero mi hijo no está alquilado, y si no está de acuerdo, puede marcharse. ¡Ve a bañarte Toni, que te diviertas!

¡La cara que puso la señora Schilker! Y con qué gusto habría saltado yo al cuello de mi madre para abrazarla. Después, durante la cena, me dijo:

—No se puede tolerar que los demás hagan de uno lo que quieran, ni aun pagando.

La señora Schilker no se ha marchado, pero a mí me ha dejado en paz.