Mirjam Pressler
La abuela trotamundos

Nerea no tiene ningún abuelo, pero en cambio tiene dos abuelas. Una se llama abuela berlinesa, porque vive en Berlín. La otra se llama la abuela jardín, porque tiene una casa con un jardín grande. Su marido, el abuelo único de Nerea, murió el año pasado. La abuela jardín, al principio, estaba triste y se puso vestidos negros. Más tarde ha vuelto a ponerse vestidos normales y se ha hecho cortar muy corto el cabello.

Desde entonces la tía Helga se enfada por la abuela jardín. También ahora, mientras está sentada tomando café con la madre de Nerea en el salón. Nerea se ha sentado con una muñeca en el rincón del piano. Sabe que tiene que hacerse pasar inadvertida, porque si no la mandan fuera. Esconde la cara en el cuerpo de la muñeca y cierra los ojos.

—¡Figúrate! —dice tía Helga—. Esta mañana he ido a verla. Sólo quería saber como está y de paso coger más manzanas. Estaba sentada en la cocina y tenía la mesa llena de folletos de viajes. Quiere hacer un viaje alrededor del mundo. ¿Puedes imaginártelo?

—¿De veras? —pregunta la mamá de Nerea—. También a mí me gustaría. Una taza de café tintinea con fuerza. Nerea se aplasta en su rincón. Tía Helga tiene arrugas de enfado por encima de la nariz.

—¡Con lo que cuesta! —dice—, ¡y a su edad!

—Es cierto —dice mamá.

Nerea no quiere tampoco que la abuela jardín haga un viaje alrededor del mundo. Ella debe estar en la casa con el jardín y esperar que Nerea vaya a visitarla.

—Tenemos que quitarle esa idea disparatada de la cabeza —continúa Helga—. ¿Vamos las dos a verla el sábado?

Por la tarde cuenta la madre de Ne-rea a su padre lo del viaje de la abuela. —¡Tiene derecho a esa alegría! ¿Qué gana con estar sentada todo el día sola en una casa tan grande? —dice papá.

—Tienes razón —contesta mamá—, pero le podrían pasar tantas cosas. Helga está completamente en contra.

—Quizás es sólo porque así ella se tiene que hacer su mermelada, si la quiere tener —dice el padre de Nerea riendo.

Nerea está en la cama y piensa: «sola en la casa grande, y seguro que me escribe postales desde todas partes. Y cuando vuelva me contará las aventuras que ha tenido».

Nerea aprieta su muñeca hacia sí con el brazo. Una abuela con jardín es estupendo, pero si esta abuela quiere hacer un viaje alrededor del mundo, las tarjetas postales son también estupendas. Nerea acaricia la muñeca y le dice:

—Tal vez te envíe un auténtico vestido chino, o a mí, o quizás a las dos.

El sábado va Nerea con su papá al cine. Después van a ver a la abuela jardín. Tía Helga está allí todavía, sentada con la abuela. Ante sí tienen un montón de prospectos de viajes.

—Hola abuela jardín —dice Nerea pasando el brazo por el talle de la abuela. Ésta la toma de las manos y poniéndose en pie gira con ella tan deprisa, que Nerea se marea. La abuela no se marea nunca. Ríe y dice:

—Pronto tendrás que llamarme «abuela trotamundos», Nerea.

Con mis mejores deseos, abuela —dice el papá—. Nunca se es demasiado viejo para hacer un viaje alrededor del mundo.

La abuela ríe siempre.

—Sólo que Helga tiene miedo de todo. Lo que digo yo. Para un viaje alrededor del mundo nunca será uno bastante viejo.