Irina Korschunow
Coches en la nieve
Me llamo Dori y estoy sentada junto a la ventana haciendo mis deberes para la escuela. Afuera nieva. Toda la semana nieva, y cuando miro los coches cubiertos de nieve aparcados en los lados de la calle, no puedo evitar reírme. De tanto reírme casi no puedo seguir escribiendo.
Ahora contaré lo que pasó ayer. Era el cumpleaños de mi abuela, hacía setenta, y queríamos visitarla para festejarlo.
—Con este tiempo es mejor ir en el tranvía —dijo papá.
—¡Con el tranvía! —saltamos mamá, Melanie y yo—. Se tarda mucho y además hay que trasbordar dos veces. Y con los regalos y las flores. Con el coche es más cómodo.
—Está bien —dijo mi papá—, ceder es de sabios.
Metimos todo en el maletero y partimos. Las calles estaban llenas de hielo, pero no tuvimos ningún percance. Llegamos bien a casa de la abuela y pasamos una bonita fiesta de cumpleaños. Hubo pastelitos de queso, tarta de chocolate y pastel de cerezas. Después de tanto comer, casi no nos podíamos mover.
A las nueve, nos preparamos para volver a casa. Nos pusimos los abrigos, salimos a la calle y… Todos los autos habían desaparecido bajo la nieve. Solo se veían montones de nieve, uno detrás de otro. De nuestro BMW se veía solo un poquito de chapa roja.
—Ya lo presentía —dijo mi padre suspirando—. Y ahora ¿qué?
—A quitar la nieve —contestó mamá—. Eso es muy saludable después de tanto comer.
Buscamos palas y comenzamos. Nevaba, hacía frío y el viento nos silbaba en la cara.
—No me parece que sea tan saludable —dijo papá—. Tened cuidado que no nos tape también la nieve. ¡Si hubiéramos venido con el tranvía!
Entonces un hombre se nos acercó.
—¿Qué están haciendo Vds.? —preguntó.
—Estamos sacando nuestro coche de la nieve —contestó mi padre.
—Se equivocan, están sacando el mío —dijo el hombre.
—¿Cómo? ¿No ve Vd. que es un BMW rojo? —replica mi padre—. Sí, el mío —aseguró el otro.
—¡Santo cielo! —se lamentó mamá, tirando la pala.
El hombre limpió la matrícula de nieve y vimos que realmente tenía razón. Al principio nos pusimos todos furiosos, pero pronto nos tranquilizamos de nuevo. El hombre llamó a su hijo para ayudarnos empujando hacia delante y atrás hasta que conseguimos liberar también nuestro coche de la nieve.
—¡Caramba! ¡Vaya si es saludable! —dijo mi padre agotado cuando finalmente pudimos partir.
—¡Deporte de invierno! Y además gratis —replicó mamá riendo.
Ella comenzó a reírse y después seguimos todos. Toda la tarde estuvimos riéndonos y aún ahora, cuando veo por la ventana los coches cubiertos, se me salta la risa.