Doris Jannausch
La mujer del duende de los sueños
—Lo nunca visto —dijo la mujer del duende con una voz cargada de reproches—. Pronto se hará de noche, los niños se tienen que acostar y tú estás todavía aquí sentado. ¿No quieres marcharte de una vez a contar tus cuentos?
El duende del sueño contestó:
—No sé por qué, pero no me encuentro bien hoy. Me duele la garganta, me zumban los oídos y siento un calor como si me hubiera bebido un cubo de agua hirviendo.
La mujer se sintió muy preocupada. Buscó un termómetro, no mayor que el dedo índice de un niño, ya que los duendes son gente bastante pequeña. Le puso en la boca el termómetro, y ¿qué vio la mujer del duende? Su marido tenía una fiebre muy alta, ¡ciento veintitrés grados! No había nada que hacer, sino abrigarle bien en cama y hacerle sudar a chorros.
—¿Y qué pasa ahora? —gimió el duende—. Los niños me esperan. ¿Cómo se van a dormir si yo no voy a visitarlos? ¿Quién va a subir las escaleras, abrir despacio las puertas y echarles fina arena en los ojos, tan fina que se sientan cansados y no vean nada? ¿Quién se va a sentar al borde de sus camas a esparcir sueños sobre ellos?
—Yo —respondió la mujer del duende.
—¡Cómo! ¡Tú! —dijo él, tan asustado que casi se cayó de la cama.
—Sí, yo —dijo ella. Luego le cubrió bien con la manta, le dio un té de flor de saúco para que se lo bebiera y se puso en camino para visitar a los niños.
Ahora tengo que deciros que la mujer del duende de los sueños es muy hermosa, con largos y sedosos cabellos y manos tan suaves como el viento de primavera. Y despide un aroma como de rosas. Cuando se acercaba a las camas de los niños despacito, inclinándose sobre ellos y acariciando sus párpados con los suaves dedos, ellos se dormían enseguida. Se acurrucaban entre las sábanas y pensaban: «El duende de los sueños ha sido hoy muy amable con nosotros».
Se dormían pronto y soñaban las cosas más hermosas.
Pronto estuvo sano el duende y pudo hacer su labor con normalidad. Pero como ella lo había hecho tan bien, se repartieron el trabajo y tarde tras tarde fueron ambos a visitar a los niños.
Así sucede, que si notáis un aliento suave sobre las mejillas y un dulce aroma de rosas, podéis estar seguros ¡es la mujer del duende de los sueños!
Quizás tiene para vosotros un sueño especialmente hermoso.