Mirjam Pressler
El ganso

En realidad los gansos no son grandes. Pero cuando un ganso macho corre aleteando hacia uno, se hace bastante grande. Cuando se pone delante de uno, estirando el cuello y graznando, es muy grande. Y si al mismo tiempo golpea con las alas, causa miedo.

José tiene miedo de cualquier manera. Se le doblan las rodillas y comienza a sudar.

El ganso bufa y resopla como un dragón. José cruza corriendo el patio y el ganso corre tras él, hasta que le alcanza junto al muro del granero. José se aprieta contra la pared, el yeso le araña los brazos. El ganso se hace cada vez más grande y José cada vez más pequeño. Al final no puede hacer otra cosa que gritar.

Peter sale hasta la puerta de entrada y ve a José aplastado contra la pared.

—¡Miedoso! ¡Cobarde! —dice, pero coge la escoba que está apoyada junto a la puerta. Sujeta la escoba como un jabalina y se lanza sobre el ganso. Éste, espantado, corre aleteando a juntarse con los otros gansos.

José puede respirar de nuevo y no le importa nada que Peter le mire despectivamente. Luego, por la noche, ya en la cama, llora un poco. Llora porque es un conejo miedoso. Pero no llora mucho tiempo.

—Llorar no sirve de nada —dice Peter siempre.

José llora a veces un poquito con gusto. Sobre todo de noche, en la cama. De alguna manera lo encuentra agradable. Ahora hay silencio. Sólo de vez en cuando se oye el murmullo de la televisión. José no puede entender lo que dice, pues la televisión está debajo de él, en el salón. Peter tiene doce años y puede sentarse a mirarla con sus padres por las tardes.

A José le gustaría también tener doce años. No por la televisión, sino porque así no tendría miedo.

José piensa en el ganso. En realidad los gansos no son especialmente grandes. Son más pequeños que los cerdos y mucho más pequeños que las vacas. Pensándolo bien, son más pequeños que él mismo.

—Tengo que hacerme duro —se dice—, como con la ducha fría por las mañanas. Al principio tenía que chillar siempre de frío, y ahora lo aguanta muy bien.

Desde mañana me acercaré cada día un paso más hacia el ganso. No debe ser difícil. Cuando empieza a bufar, no escaparé antes de haber contado hasta cinco, pasado mañana hasta diez, el otro hasta quince.

—Veremos la cara que pone, cuando vea que estoy allí delante, sin moverme. —José se ríe, imaginándose lo valiente que parecerá.