Ursel Scheffler
El cesto de Pascua de la abuela

—¿Qué haremos en Pascua? —pregunta Mónica.

—Vamos al pueblo a ver a la abuela —dice su papá.

—Oh, ¿no podemos quedarnos en casa? —pregunta Mónica.

—¡Por favor, sí! —dice Juan—. En casa es mucho más bonito.

—La abuela no tiene jardín —dice Mónica—. Su casa es más aburrida.

—Pero la abuela está sola en Pascua y se pone muy contenta cuando la visitamos —dice el padre.

—Hace mucho tiempo que no hemos ido a verla —dice mamá—. Si no vamos ahora, puede que piense que la hemos olvidado.

—No la olvidamos. Le mandaremos un paquete —contesta Mónica.

—La abuela lo olvida todo. Olvida dónde ha puesto las gafas, olvida la llave, olvida el día en que estamos. Hasta ha olvidado el día de mi cumpleaños —se lamenta Juan.

—¡El mío también! —exclama Mónica.

—La abuela tiene casi ochenta años —explica el padre.

—A esa edad sucede que uno se vuelve olvidadizo. Cuando la abuela era como vosotros, no se le olvidaba nada en absoluto.

—Yo pienso en todo —se enorgullece Juan—. Últimamente le recordé a papá que había olvidado apagar los faros del coche, con lo que al siguiente día la batería estaría descargada.

—Yo también me hago viejo —dice el padre riendo y dando un suave golpe con el puño en el costado de Juan.

—Vamos, ¡ayúdame a lavar el coche!

El jueves santo hacen el equipaje. En la mesa del corredor hay un cesto grande. Es para la abuela. Dentro hay huevos de Pascua, un libro, un jersey, un pastel de Pascua y algunas cosas más.

—¡Ten cuidado, que no se acerque el perro al pastel! —dice la madre desde la cocina. Juan pone el cesto en la esquina de la cómoda.

—¡No lo olvides luego! —advierte Mónica.

—¿Yo? ¡Seguro que no! —contesta Juan.

Antes de partir suceden siempre las mismas cosas.

¿Dónde está el secador de pelo?

¿Has puesto mi pelota?

¿Y mi osito?

¿Dónde están las cintas de música?

¿Y mi camiseta nueva?

Nada está donde uno lo busca.

Y para colmo el perro, que nadie sabe dónde está.

Al final también el padre y la madre preferirían quedarse en casa.

—¡Vamos! ¡Apresuraos! Ya debíamos estar allí —dice el padre.

Por fin están todos listos para la marcha. El padre va al teléfono y marca el número de la abuela.

—¡Vamos a salir! en tres horas estamos ahí —dice—. ¿Cómo? ¿Hoy? ¿Es ya jueves santo? —pregunta la abuela asombrada.

El padre mira a la madre de forma intencionada. Cada vez está peor la falta de memoria de la abuela.

Después parten. Papá, mamá, Mónica y Juan. El perro va delante tendido entre los pies de mamá. Hay un tráfico bastante denso. Necesitan más tiempo que otras veces hasta que al fin dejan la carretera principal. Ya no falta mucho para llegar a la casa de la abuela. Está esperando en la calle y está muy contenta de verles. Todos se apean. El padre saca las maletas.

¿Dónde está el cesto con los regalos? ¡No está en ninguna parte!

—¡Hemos olvidado el cesto! —dice el padre.

—¿Olvidado? —se extraña mamá.

—Sí, olvidado —dice Juan con expresión adusta.

—¡Yo creía que Juan se acordaba siempre de todo!

—No importa —dice la abuela—, yo también olvido alguna cosa de vez en cuando. Lo que importa es, que por fin estáis aquí.