Isolde Heyne
Viaje a la estrella donde todo está permitido
—Y esto es una nave espacial.
Melania gira alrededor del cartón moviendo la cabeza con pesar. Está decepcionado de Ati, la pequeña niña de la estrella donde todo está permitido. Ha pasado muchas tardes planeando el viaje ¡y ahora esto!
Un enorme aparato de cartón cubierto de pegatinas por todos lados, adornado en la parte delantera con dos linternas de mano a través del cartón y con el faro trasero de una bicicleta en la parte posterior. Ati, un poco azorada, dice suavemente:
—Pero vuela. Si nos sentamos dentro y cerramos los ojos, entonces vuela. Sólo hay que pensar intensamente en la estrella donde todo está permitido. Melania no está convencida, como antes. Y además, ella se había figurado esta excursión de otra manera. Allí está ella con los mejores vaqueros que tiene y con las playeras limpias. Ati, sin embargo no se ha molestado en ponerse algo mejor. Ni siquiera ha remendado la amplia falda de colores. A través de los agujeros se le pueden ver las piernas.
Hoy no le parece a Melania tan divertida como en el primer encuentro, cuando apareció sentada en el alféizar de la ventana y preguntó:
¿Eres tú la niña que con la mano me saluda por las tardes?
Desde entonces ha venido Ati a verla todas las tardes y le ha contado tantas historias maravillosas de la estrella donde todo está permitido, hasta que Melania no tenía más que un deseo: volar hacia la estrella donde todo está permitido.
Ahora, no le queda otro remedio que entrar detrás de Ati en el aparato de cartón. Pero no se siente muy segura. Ati cierra la escotilla y quita la tapa que cubre la ventanilla delantera, sobre las dos linternas que sirven de faros. Ata a Melania y después a sí misma, con una cinta de papel dorado y dice:
—Es una medida obligatoria de seguridad.
Melania piensa que le engaña y que el papel que las ata no es más que el que sirve para adornar los paquetes de navidad. Pero no tiene tiempo de pensar más en ello, ya que Ati quiere partir.
—Faro izquierdo encendido. Faro derecho encendido. Cerrar los ojos. Adelante.
Melania no tiene más remedio que cerrar los ojos, pero después le parece que va mejor así, que con ellos abiertos.
El cartón tiembla un poco en el suelo y luego se eleva derecho al cielo hasta el rayo de luz de una estrella.
—Como el funicular —piensa Melania. Todo va muy rápido, y ahora le parece bien estar fuertemente asegurada con la banda de papel dorado. Cuando alcanzan la Vía Láctea, Ati dice:
—Ahora, ten cuidado, puede ser la estrella 666 ó 999.
—¿Cómo? ¿Cuál? ¿666 ó 999? —pregunta Melania.
—Depende de si nos acercamos a ella por arriba o por debajo —contesta Ati con aire aburrido. Después bosteza—. Utilizar naves espaciales está ya pasado de moda, yo puedo montar en un rayo de luz, llegar rápidamente hasta tu casa. Ah, se me ha olvidado, tú tienes que volver a casa con el rayo de luz.
—¿Sola? —dice asustada Melania.
Ati no le parece tan simpática como cuando estaba en el alféizar de la ventana.
La estrella 666 ó 999 estaba a la vista, era imposible equivocarse. Un gran ruido llegaba hasta ellas desde la estrella. Hicieron un giro en el espacio y fueron a posarse en mitad de la plaza del mercado. Ati baja.
—Vamos, baja de una vez —le dice a Melania.
—¿Y qué vamos a hacer con el cartón? —pregunta ésta.
Ati se encoge de hombros.
—Dejarlo aquí, sencillamente.
Después comienzan a caminar por las calles de la ciudad.
—¡Esto no es posible! —repite Melania una y otra vez.
Allí cruzan los autos con los semáforos en rojo, las carnicerías venden regaderas y paraguas, los perros llevan pantalones de encajes y el ayuntamiento está abierto sólo los días de fiesta. En mitad de la noche, una orquesta está tocando, pero parece que a nadie le moleste.
Hay tal estruendo en esta estrella que a Melania le gustaría tener los oídos siempre tapados.
—¿Nos bañamos? —pregunta Ati, y ya está saltando a la pileta de un surtidor. ¡Ni siquiera se ha quitado la falda!
—¡Deja de hacer tonterías! —grita Melania, cuando Ati le salpica. El agua está sucia.
—No sé qué es lo que tienes. ¡Eres tan aburrida! Aquí está todo permitido. —Ríe y continúa salpicando.
Más tarde, Ati entra en una relojería y detiene todos los relojes, después extiende una alfombra a través de la calle y da volteretas encima. Ningún coche se para, sino que sencillamente la rodean. A Melania, no le parece bien tanto desorden. Toma de la mano a Ati y la separa del centro de la calle.
—Esto es un caos —gime—. ¿Las demás ciudades de esta estrella son iguales?
—Claro que sucede lo mismo en todas partes. Por otro lado, ésta es la única ciudad. Aquí todo está permitido. ¡Ven que te enseñe!
—¡No! —dice Melania deteniéndose. Ya ha visto bastante. Ya no quiere más. Y no le gusta todo lo que aquí está permitido y le parece que no a todos les resulta divertido.
—Aquí tenemos el paraíso —insiste Ati—. Los niños pueden faltar siempre a la escuela, no tienen que hacer deberes, pueden ver la televisión tanto como quieran, comer helados hasta ponerse enfermos, hacer todo el ruido que quieran y puedan, llamar a la puerta de otras gentes, sencillamente todo lo que es divertido.
¿Qué quieres ver ahora?
—Tengo bastante —dice Melania—. Quiero volver a casa —piensa—, seguro que resulta aburrido cuando se puede hacer siempre todo.
Tornan a la plaza del mercado. Ati está de mal humor. Alcanza un rayo de luz separándolo del resto y lo pone en la mano de Melania.
—No tienes más que sentarte encima y dejarte deslizar como sobre una cuerda. ¿No tienes miedo, verdad?
Melania prefería subir a la nave de cartón, solo que Ati no tiene intención de acompañarla.
—Ya te visitaré alguna vez… quizás —dice.
Da una palmadita a Melania y al momento comienza el viaje de vuelta. Es como en un ascensor que baja, piensa Melania, sintiendo un vacío en el estómago. Va cayendo siempre más en la oscuridad, hasta que aterriza en su mullida cama.
—Lástima —piensa—, a pesar de todo quería dar las gracias a Ati. Quizás algún día nos veamos otra vez de nuevo.