Isolde Heyne
La doble arena del sueño

A veces suceden las cosas más extrañas. Y a menudo, aquel a quien suceden preferiría que nadie se enterase. Lo que voy a contaros le sucedió al duende Pirlimplín.

Se sabe que desde hace un tiempo está un poco distraído y que muchas cosas no se le quedan en la cabeza tan bien como antes. Encima, se deja distraer fácilmente. Así sucedió la tarde de la que hablamos ahora.

El duende Pirlimplín tenía mucha prisa para hacer dormir a los niños. En la televisión daban el partido de fútbol entre el club Deportivo de Wichtelhausen y la Asociación Deportiva de Sandmannsdorf. Pirlimplín lo había calculado todo bien. Durante el descanso del partido tenía pensado hacer dormir los niños de una parte de la ciudad. Así lo hizo. Sin aliento llega de nuevo a casa y se deja caer agotado en el cómodo sillón ante la pantalla.

—Estoy seguro de que los niños de la otra parte de la ciudad no tienen nada en contra si excepcionalmente, por una vez, se duermen cuarenta y cinco minutos más tarde —pensó.

Pero precisamente en ese juego hubo prórroga. El duende Pirlimplín empezó a ponerse nervioso. Los cuarenta y cinco minutos se hicieron una hora, y otro cuarto encima.

Finalmente había vencedor. La Asociación Deportiva de Sandmannsdorf ganó por 3 a 2. El duende Pirlimplín estaba contento. Si la victoria hubiera sido para Wichtelhausen, habría tenido un disgusto. Se cargó al hombro el saquito de la arena y se puso en camino. Pero, a todas las casas donde iba, estaban ya durmiendo los niños.

—A pesar de todo, es más seguro —pensó sacudiendo sobre las camas de los niños su pañuelo en cuyos pliegues estaba la arena con los hermosos sueños.

Cuando el duende Pirlimplín creyó que había terminado su trabajo, vio que en la otra parte de la ciudad había aún luz en las habitaciones de algunos niños. Fue a mirar de cerca y lo que vio le asustó. Katrin estaba jugando todavía con las muñecas. Mirco estaba mirando la televisión. Susana leía un libro de cuentos y Moritz daba vueltas de un lado a otro de la cama sin poderse dormir.

—¿Qué te pasa Moritz? —preguntó el duende—, ¿por qué no te duermes?

—Hoy has venido muy tarde, mañana tenemos día de excursión y yo no me puedo dormir —contestó Moritz con la voz cargada de reproche.

Entonces se dio cuenta el duende Pirlimplín de lo que pasaba. Había confundido las partes de la ciudad.

Katrin, Mirco, Susana y todos los demás niños que estaban aún despiertos recibieron rápidamente su porción de arena del sueño. Y como aquella tarde otros niños habían tenido doble porción, a la siguiente mañana se frotaban los ojos medio dormidos y no querían salir de las sábanas.

En realidad, el duende Pirlimplín es muy distraído. No os asombréis, cuando alguna mañana no queráis abandonar la cama. Seguro, que de nuevo ha confundido las dos partes de la ciudad y ha esparcido en vuestros ojos doble porción de arena del sueño.