Doris Jannausch
El violinista jorobado

Había una vez un violinista con una joroba tan grande, que parecía que llevaba siempre un saco a la espalda. Los niños se reían de él cuando se lo encontraban. Los adultos cambiaban de acera para no toparse con él. Sin embargo, cuando tocaba el violín, sonaba tan maravillosamente bien que todos contenían el aliento, todos, hasta las moscas de la pared.

Cierto día estaba tocando en una boda. Cuando hubo terminado allá por la medianoche, se acerco a él una vieja horrorosamente fea y le dijo:

—Ven.

—¿A dónde? preguntó el violinista.

—Al hogar de los ancianos. Tienes que tocar para ellos.

—Bueno —pensó para sí el violinista—. Así me podré ganar algunas monedas.

La mujer le condujo al bosque. En un claro cubierto de hierba se detuvo. El violinista preguntó asombrado:

—¿Qué es esto? ¿Dónde está el hogar de los ancianos?

—¡Era mentira! ¡No íbamos allí! —dijo la vieja mostrando su boca sin dientes al sonreír—. He dicho eso para que vinieras conmigo. En realidad tienes que tocar para nosotras.

Dio tres palmadas y de todos lados empezaron a salir viejecitas, a cuál más fea.

—¡Toca! —ordenó la desdentada.

El jorobado colocó el arco sobre las cuerdas y comenzó a tocar. ¿Pero qué era aquello? Las viejecitas empezaron a saltar y según saltaban se iban volviendo cada vez más guapas. La vieja que le había traído resultó ser la más hermosa de todas. Asombrado, el violinista interrumpió por un momento la música.

—Sigue tocando —dijo la más hermosa de las muchachas.

—¿Sabes? Nosotras somos hadas buenas, viejas y arrugadas durante el día, pero por la noche podemos bailar así hasta que sale el sol.

Y el violinista tocó mejor que nunca.

El día empezó a clarear, salió el sol y todas las hadas desaparecieron como si se las hubiera tragado la tierra.

—¿Qué hay de mi dinero? —gritó el violinista—. ¿He estado tocando gratis toda la noche?

No hubo ninguna respuesta. El claro del bosque estaba ante él, solitario y silencioso. Desengañado, regresó a la ciudad, pero pronto descubrió que ya no tenía joroba. Las hadas, con su magia, la habían hecho desaparecer como agradecimiento a la hermosa música que había tocado para ellas durante toda la noche.