Margret Rettich
El fantasma

El tío y la tía Bosse han sido labradores toda la vida. Pero ya no son tan jóvenes y es un trabajo muy duro. Poco a poco han ido alquilando sus tierras a otros labradores. Después liquidaron el ganado. Sólo les quedan un par de gallinas, a causa de los huevos.

Tía Bosse cuida su pequeño huerto. Tío Bosse mantiene la granja en orden. En realidad no necesitan gran cosa, pueden vivir bien del alquiler. Sin embargo, les resulta un poco aburrido desde que no tienen tanto que hacer.

—¿Qué te parece, si tomáramos huéspedes durante las vacaciones? —dijo tío Bosse cierto día. Tía Bosse, que sin decirlo, había pensado también en ello, contestó moviendo la cabeza:

—Sitio, tenemos más que suficiente. ¿Pero podemos ofrecer las comodidades necesarias?

—Los adultos quizás tengan muchas pretensiones —dijo tío Bosse—, pero seguro que los niños se encontrarían a gusto aquí.

Y pusieron un anuncio en el diario, justamente, el primer día de vacaciones llegaron cuatro niños de la ciudad. Ninguno de ellos había estado antes en un pueblo.

—¿Tenéis muchos campos? —pregunta Sam.

—Los tenemos todos arrendados —dice tío Bosse.

—Pero sí tenéis heno en el pajar —dice Jenni.

—Sólo un poco para las gallinas —contesta tía Bosse.

—¿Dónde están vuestros cerdos, novillos, patos y gansos? —pregunta Manuel.

—Todo lo hemos vendido —dice tío Bosse.

—Entonces, ¿qué tenéis? —pregunta Jonás.

Los cuatro parecen decepcionados. Tío y tía Bosse se miran. ¿Qué tienen en realidad? No tienen campos ni ganado. Se dan cuenta que si no se les ocurre algo, los niños se marcharán ahora mismo.

Tío Bosse contesta:

—Tenemos un duende.

—¿Y se aparece a menudo? —preguntan los cuatro a la vez.

—Todas las tardes —afirma tío Bosse. Esto es verdaderamente más interesante que todas las demás cosas que no hay allí. Por la tarde los niños instalan las cuatro camas en una habitación. Luego atrancan la puerta, ponen una cómoda detrás, sus maletas encima, se sientan y esperan a ver qué pasa. Tío Bosse dice a tía Bosse:

—No tenemos más remedio que hacer apariciones.

Tía Bosse se lamenta. Ella desea cocinar para los niños y poner todo de su parte para que lo pasen lo mejor posible, pero apariciones de duendes, no, eso no le gusta.

—No te pongas así —dice tío Bosse—. Tú solo tienes que subir al desván, abrir el registro de la chimenea y dar gritos dentro. De lo demás me encargo yo.

Va al pajar y se pone en la cabeza un viejo saco con muchos agujeros, por los que puede ver fácilmente. Toma un par de cadenas de hierro, que arrastra por el suelo, y cruza el patio.

Los cuatro niños están apiñados mirando por la ventana. Ven una sombra que cruza el patio y se dirige a la casa; al mismo tiempo oyen los lamentos y quejidos en la chimenea. Tienen la carne de gallina y no se atreven a moverse. De repente se oye toser. Parece como si el duende se hubiera atragantado. Suena una voz parecida a la de tía Bosse que dice:

—Ya tengo bastante.

Después hay un silencio. La sombra sigue caminando por el patio. A veces, agita los brazos y suenan las cadenas. De pronto tropieza con una madera, el sonido es más fuerte y pavoroso. Los niños oyen claramente como alguien grita:

—¡Maldita tontería!

Podrían jurar que es la voz de tío Bosse.

—¿Qué podemos pensar de todo esto? —preguntan en voz baja.

—Que son ellos, tío y tía Bosse, y lo han hecho porque nosotros parecíamos bastante decepcionados —dice Jenni.

—Ya, porque no tienen cerdos y demás —añade Manuel.

A la mañana siguiente explican a los tíos:

—Esta noche hemos tenido un miedo espantoso. Ojalá que el duende no aparezca todas las noches.

Tío Bosse está sentado a la mesa en la cocina y se frota la espinilla, sin decir nada. Jenni se sienta en sus rodillas y pregunta:

—¿Qué hacemos hoy?

Hacen una marcha a través de los prados y los campos, llevan un cesto lleno de cosas para comer, que tía Bosse ha preparado. Tío Bosse conoce todas las plantas y sabe los nombres de los escarabajos e insectos. Tía Bosse sabe imitar el canto de los pájaros y enseña a Sam, Jenni, Jonás y Manuel la forma de hacerlo.

Los dos ancianos tienen tiempo para atender a sus huéspedes durante todas las vacaciones.

—Sí hubierais tenido que atender al campo y al ganado no os quedaría tiempo para nosotros ¿verdad? —dice Manuel.