CAPÍTULO LXXXVI

Y ahora debo poner final a mi historia.

El capítulo anterior fue escrito muy poco después de que hubieran sucedido los hechos que narraba, es decir, en la primavera de 1867. Por entonces, había escrito mi historia hasta aquella fecha, aunque la fui retocando después por aquí y por allá. Ahora transcurre el otoño de 1882, y si quiero contar algo más debería hacerlo pronto, porque tengo ochenta años y, aunque estoy bien de salud, no puedo engañarme más a mí mismo diciéndome que todavía soy joven. Ernest tiene cuarenta y siete años, aunque no los aparenta.

Es más rico que nunca, porque no se ha casado y sus acciones de Londres y de North Western prácticamente han duplicado su valor. Por ser incapaz de gastar sus ingresos, lo que hace es incrementarlos a modo de autodefensa. Todavía vive en el Temple, en el mismo apartamento que le alquilé cuando dejó la tienda, pues nadie lo ha podido convencer para que se compre una casa. El mismo dice que todo buen hotel es como su casa. Cuando está en Londres, le gusta trabajar y vivir tranquilo, y cuando está fuera, siente que pocas cosas lo atan a la ciudad y que nada lo vincula a un lugar concreto. Y repite: «No sé de ninguna excepción a la máxima de que es más barato comprar leche que mantener una vaca».

Cuando digo que no se ha casado, me refiero a que nunca ha puesto casa, porque siempre he creído que está casado privadamente con alguien y que mantiene otra casa, aunque nunca me lo haya contado. Lo creo porque, una vez, la señora Jupp rescató la carta que sigue de su papelera y me la entregó. La verdad es que no debería publicarla, pero sé que me lo va a perdonar. la carta dice así:

Querido papá: Espero que no te importe que no ponga la fecha, pero es que no la sé. No podemos jugar al fútbol en nuestro propio campo quiero decir no podremos los primeros quince días porque el críquet fue bastante mal el año pasado y lo están arreglando el que tenemos ahora es muy malo pero no importa porque para el fútbol vale aunque no esté muy plano.

Gracias por la carta que me enviaste y la cesta que llegó bien el pastel era muy bueno y la mermelada y las ciruelas. Me gustó todo ahora tengo poco dinero porque me lo he gastado dinero no sé si te importaría mandarme algo. Fanny dice que la señora Elton está peor este trimestre creo que es una vaca horrible. Este trimestre a mí no me va muy bien en mi clase y estoy muy abajo. Dawson es un imbécil y MacGregor tampoco es tan amigo mío. Te escribo antes de la cena porque van a poner de cenar pronto. Este trimestre no me han dado ninguna bofetada porque no me he metido en líos. Tenemos que levantarnos muy pronto, a las siete, la campana toca a las 6'30, abren la puerta de cada dormitorio y entran con la campana. Hacen un escándalo horrible. Adiós.

TED

Ya que he mencionado a la señora Jupp, es mejor que cuente ahora lo poco que tengo que decir. En la actualidad es una mujer mayor, pero, como ella no se cansa de repetir, nadie sabe cuántos años tiene, porque la mujer que vivía en Old Kent Road ha muerto y, presumiblemente, se ha llevado el secreto a la tumba. Y, a pesar de ser vieja, vive en la misma casa, y le resulta difícil llegar a fin de mes, aunque creo que esto no le importa demasiado porque le impide beber más de lo que debiera. No tiene sentido hacer otra cosa por ella que no sea pagarle su pequeña cantidad semanal y negarse a darle ningún anticipo. Todos los sábados, empeña su plancha de hierro por cuatro peniques y la recupera todos los lunes por la mañana por cuatro y medio cuando recibe su cantidad semanal. Lleva diez años haciendo esto, semana tras semana. Mientras no deje de sacar la plancha, sabremos que aún sigue pendiente de sus finanzas, aunque sea a su modo, y dejaremos que lo siga haciendo. Si algún lunes dejara de rescatarla, sabremos que habrá llegado el momento de intervenir. No sé por qué, pero ella tiene algo que me recuerda siempre a otra mujer que era todo lo distinta a ella que uno puede imaginarse. Me refiero a la madre de Ernest.

La última vez que conversé con ella fue hace dos años, cuando vino a verme a mí en vez de a Ernest. Me dijo que había visto pararse un coche justo cuando iba a subir las escaleras y había visto que el papá del señor Pontifex sacaba su cabeza de Belcebú por la ventana, así que decidió venir a verme a mí, porque ella no se había arreglado el pelo para hacerle ninguna reverencia a nadie, y mucho menos a gente como ésa. Me confesó que estaba pasando una racha de mala suerte. Sus inquilinos se portaban mal con ella, se iban sin pagar y no dejaban nada en la habitación, pero aquel día estaba feliz. Había cenado muy bien: guisantes con jamón. Pero había llorado mucho porque era tonta de remate.

- Y ese Bell -siguió diciendo, aunque sin continuidad con lo que había dicho antes- te pone de mal humor, ahora que le ha dado por ir a la iglesia, y su madre está dispuesta a enseñarme cosas sobre Jesús y todo eso, porque ahora no va a morirse, y se bebe media botella de champán al día. Y luego Grigg, ese que predica, le preguntó a Bell si yo no era demasiado ligera de cascos. La verdad es que, cuando era joven, le ganaba a cualquier mujer de la vida de Holborn, y si me arreglara y recuperara mis dientes, volvería a ganarlos. Perdí a mi querido Watkins, pero eso no pudo evitarse, y también a mi querida Rose. Qué tonta fue, subirse a un carro y coger una bronquitis. Nunca pensé, cuando besé a mi querida Rose en Pullen's Passage y me echaron, que no volvería a verla nunca. Ella tenía un señor que era su amigo y que estaba casado. Seguro que ahora estará destrozado. Si ella pudiera levantarse y verme con mi dedo malo, se echaría a llorar y yo diría: «No te preocupes, tonta, estoy bien». Oh, se está poniendo a llover. Qué poco me gusta que llueva un sábado por la tarde. Esas pobres que se han puesto sus medias blancas y que han salido a ganarse la vida, etc.

Y, a pesar de todo, la edad no marchita a esta irredenta pecadora, tal como debería ocurrir, según dice la gente. Sea cual sea la vida que ha llevado, la verdad es que le ha sentado muy bien. Unas veces, nos ha dado a entender que había estado muy solicitada y otras, todo lo contrario. Todos estos años no le ha permitido ni siquiera a Joe King que le dé ni un beso. Lo que ahora le gusta es tomarse una chuleta de ternera todos los días.

- Pero tendría usted que haberme visto con diecisiete años -me dijo-. Yo era exactamente igual que mi madre, aunque ahora no lo parezca. Tenía unos dientes tan bonitos… La verdad es que no la deberían haber enterrado con sus dientes.

Sólo conozco una cosa que la tiene asustada, y es que su hijo Tom y su esposa Topsy están enseñando a su hijo a decir palabras obscenas.

- ¡Es horrible, horrible! -exclamó-. Yo no sé qué significan esas palabras, pero no me canso de decirle que es un borracho.

A mí me parece que a la anciana, en realidad, le gusta.

- Pero señora Jupp -dije yo-, la esposa de Tom no se llamaba Topsy. Usted siempre la llamaba Pheeb.

- Sí, es verdad -respondió-, pero Pheeb se portó mal, y ahora es Topsy.

La hija de Ernest, Alice, se casó hace más de un año con el muchacho que había sido su compañero de juegos. Ernest les regaló todo lo que le pidieron, y mucho más. Ya le han dado un nieto y no tengo la menor duda de que le darán más. Georgie, aunque sólo tiene veintiún años, es el propietario de un hermoso vapor que le ha comprado su padre. Cuando tenía trece años, empezó a acompañar al señor Rollings y a Jack en una barcaza que transportaba ladrillos desde Rochester al alto Támesis. Después, Ernest les compró a él y a Jack sus propias barcazas, luego pequeños barcos y, finalmente, vapores. Yo no sé exactamente cómo se gana la vida la gente que tiene un vapor, pero, al parecer, hace lo que todos los demás hacen y, además, extremadamente bien. Georgie se parece mucho a su padre en la cara, pero carece -al menos, por lo que he podido ver- de chispa literaria alguna. Tiene buen humor y mucho sentido común, pero su orientación es claramente práctica. A mí me recuerda más a Theobald, si éste hubiera podido ser marino, que a Ernest Por cierto, que mi ahijado acudió frecuentemente a Battersby a pasar unos días con su padre dos veces al año hasta el fallecimiento de éste. Los dos se llevaban muy bien, a pesar de que los demás sacerdotes de la comarca calificaron los libros de Ernest como «atroces». Quizá la armonía o, más bien, la ausencia de discordia en la pareja se debía al hecho de que Theobald nunca había examinado el contenido de las obras de su hijo y también a que Ernest nunca aludía a ellas en presencia de su padre. Los dos, como acabo de decir, se llevaban muy bien, aunque las visitas de Ernest fueron cada vez más espaciadas. Una vez, Theobald le pidió a Ernest que trajera a sus hijos, pero Ernest sabía que ellos no iban a pasarlo bien y no los llevó.

Theobald vino varias veces a Londres a resolver distintos asuntos, y siempre le hizo una visita a Ernest. Generalmente, traía un par de lechugas, o una col, o media docena de nabos envueltos en papel marrón, con el pretexto de que en Londres era difícil comprar verduras frescas. Ernest le explicó muchas veces que las verduras no le servían para nada y que prefería que no las trajera, pero Theobald siguió haciéndolo, supongo que porque le gustaba hacer algo que, en el fondo, era una tontería, pero que su hijo desaprobaba.

Vivió hasta hace un año, cuando lo encontraron muerto en su cama una mañana, tras haber escrito la siguiente carta a su hijo:

Querido Ernest:

No tengo nada especial que contarte, pero tu carta ha permanecido varios días en el limbo de las cartas sin contestar, y ya empezaba a pesarme en el bolsillo, así que he decidido contestarte.

Me siento muy bien y sigo caminando cinco o seis millas con gran facilidad, pero a mi edad nunca se sabe cuánto va a durar esto, y el tiempo pasa rápidamente. He estado colocando plantas en macetas toda la mañana, pero esta tarde se ha puesto a llover.

¿Qué va a hacer con Irlanda este horrible gobierno que tenemos? la verdad es que no me gustaría que se cargaran al señor Gladstone, pero si un toro enloquecido lo enviara hasta allí y nunca volviera, no lo sentiría lo más mínimo. Lord Hartington no es exactamente su sustituto ideal, pero será mucho mejor que Gladstone.

Echo muchísimo de menos a tu hermana Charlotte. Me llevaba las cuentas de la casa y le podía contar todas mis pequeñas preocupaciones. Ahora que Joey también se ha casado, no sé lo que haría si uno u otro no vinieran de vez en cuando a cuidarme. Mi único consuelo es que Charlotte va a hacer muy feliz a su marido y que él está a la altura de ella, como debe estarlo un marido.

Hasta pronto, Afectuosamente,

THEOBALD PONTIFEX

Debo decir, por cierto, que aunque Theobald habla de Charlotte como si se hubiera casado recientemente, la verdad es que la boda tuvo lugar hace seis años, cuando ella tenía treinta y ocho años de edad y su marido siete años menos.

No había duda alguna de que Theobald había muerto tranquilamente mientras dormía. ¿Puede decirse que un hombre que muere de esa forma muere de verdad Aunque él había explicado el fenómeno de la muerte a muchas personas, él no había pasado personalmente por dicho trance, y ni siquiera había sentido que iba a morir. Esto no es sino morir a medias, aunque lo cierto es que su propia existencia fue poco más que medio vivir. Y les había explicado a tantos el fenómeno de la vida que supongo que, en conjunto, es preferible pensar que vivió, a pensar que nunca había nacido, pero esto sólo es posible porque las asociaciones entre ideas no se adhieren estrictamente a sus verdaderos significados.

De todos modos, éste no era el veredicto de la mayoría con respecto a su persona, y el veredicto de la mayoría es, a menudo, el más cierto.

Ernest recibió muchísimas muestras de condolencia y respeto a la memoria de su padre.

- Nunca habló mal de nadie -dijo el doctor Martin, el anciano médico que había traído a Ernest al mundo-. No sólo era apreciado por todo el mundo, sino que todo aquél que tuvo ocasión de tratarlo le guardaba un sincero afecto.

- Fue un hombre perfectamente justo y honrado -dijo el abogado de la familia-. Nunca tuve que discutir con él, ni ha existido nadie más cumplidor en sus asuntos económicos.

- Lo echaremos mucho de menos -le dijo el obispo a Joey en una carta.

Los pobres de la parroquia estaban consternados.

- Nunca se echa de menos el pozo hasta que se seca -dijo una anciana, expresando lo que todos sentían.

Ernest sabía que estas manifestaciones eran sinceras, en tanto que la desaparición de su padre iba a ser una pérdida difícilmente reparable, pero también sabía que había tres personas cuyo dolor no era sincero, que eran precisamente a las que menos debía notársele: Joey, Charlotte y él mismo. Se odió a sí mismo por estar de acuerdo con ellos, aunque fuera por una sola vez, y agradeció poder ocultar todo lo posible sus verdaderos sentimientos, que no se explicaban por nada concreto que su padre le hubiera hecho -aquel calvario había sucedido hacía muchos años-, sino porque Theobald nunca le había permitido quererlo como él habría deseado. Siempre que se refería a asuntos triviales la comunicación entre los dos iba bien; pero en cuanto abordaban cosas algo más importantes, Ernest siempre notaba cómo el instinto de su padre lo conducía de forma ineludible al enfrentamiento. Cuando era atacado, su padre daba la razón a sus enemigos. Cuando tenía problemas, se alegraba. Aquello que el médico había dicho, que Theobald no había hablado nunca mal de nadie, era perfectamente cierto en el caso de todo el mundo menos en el de Ernest, quien sabía muy bien que nada ni nadie habían dañado su reputación más que su padre, aunque siempre de manera discreta. Pero, en realidad, esta situación es muy corriente y natural. Muchas veces, cuando el hijo tiene razón, el padre no la tiene pero se niega a admitirlo.

Sería muy difícil, no obstante, averiguar cuáles eran las verdaderas raíces del problema en este caso concreto. Por ejemplo, no tenía nada que ver el hecho de que Ernest hubiera ido a la cárcel. Theobald había olvidado este incidente mucho antes de lo que lo habrían hecho nueve de cada diez padres. En parte, sin duda, se explica porque tenían caracteres incompatibles, pero sigo pensando que gran parte del malestar se debía al hecho de que Ernest fuera independiente y rico a una edad tan temprana, lo que le había restado capacidad a Theobald para molestar y arañar, cosas que, según él pensaba, tenía perfecto derecho a hacer. La afición a fastidiar a pequeña escala, cuando se sentía seguro para hacerlo, se manifestó ya en su niñez, desde aquella vez que le dijo a su aya que quería que se quedara para poder atormentarla. Supongo que es algo que nos a pasa todos y, en cualquier caso, estoy seguro de que la mayoría de los padres, especialmente cuando son sacerdotes, son iguales que Theobald.

Tampoco estoy convencido de que sus hijos preferidos fueran Joey o Charlotte. No quería a nada ni a nadie, y si le tenía cierto aprecio a alguien era a su mayordomo, que lo cuidó cuando estaba enfermo, lo mimó y creía que era la mejor persona del mundo. Lo que no sé es si este fiel y abnegado sirviente siguió pensando lo mismo una vez que se hizo público el testamento de Theobald y supo lo que le había dejado. De todos sus hijos, aquél que había muerto un día después de nacer hubiera sido el único al que habría tratado con afecto. En cuanto a Christina, jamás fingió echarla de menos y nunca volvió a mencionar su nombre, pero todo el mundo atribuyó este silencio al hecho de que lamentaba tanto su pérdida que ni siquiera podía hablar de ella. Puede que fuera así, pero yo no lo creo.

Los efectos personales de Theobald fueron subastados, entre ellos la Armonía del Antiguo y el Nuevo Testamento, que había estado compilando durante años con exquisito cuidado, y una enorme colección de sermones originales que eran, en realidad, todo lo que había escrito. Estos y la Armonía llenaron varias carretillas y fueron vendidos a nueve peniques cada una. Me sorprendió saber que Joey no había pagado siquiera los tres o cuatro chelines que habría costado el lote completo, pero Ernest me dijo que Joey odiaba más a su padre que él mismo y que estaba deseando librarse de todo aquello que se lo recordara.

Ya he dicho que tanto Joey como Charlotte están casados. Joey tiene hijos, pero Ernest y él se ven raras veces. Naturalmente, Ernest no heredó nada de su padre: esta cuestión había sido decidida mucho antes de su muerte, con objeto de que sus otros dos hijos quedaran bien provistos.

Charlotte, tan inteligente como siempre, invita a veces a Ernest a pasar unos días con ella y su marido cerca de Dover, supongo que porque sabe que la invitación le molesta profundamente. Hay un tono de haut en bas en todas sus cartas que es difícil captar, aunque siempre que recibe una carta de su hermana, a Ernest le parece que ha sido escrita por alguien que tiene comunicación directa con un ángel.

- ¡Qué criatura tan horrorosa -me dijo una vez- debe de haber sido ese ángel, si es que contribuyó a hacer a Charlotte así!

«Quizá te gustaría -le escribió en una carta, no hace mucho- cambiar de aires y venir por aquí. En lo alto de las rocas empezará pronto a verdear el brezo; las aulagas deben de haber salido ya, y el brezo debe de estar casi a punto, al juzgar por el aspecto de la montaña de Ewell. Pero haya brezo o no, las rocas son siempre hermosas y, si vienes, te prepararemos una habitación muy acogedora para que tengas tu propio sitio. El billete de ida y vuelta desde Londres cuesta veinticinco peniques, y dura un mes. Decide lo que te apetezca: si vienes, haremos lo posible porque lo pases bien, pero si no tienes ganas de venir por aquí, no te preocupes en absoluto.»

- Cuando tengo una mala pesadilla -me dijo una vez Ernest, riéndose y mostrándome esta carta-, sueño que tengo que ir a pasar unos días con Charlotte.

Todo el mundo piensa que las cartas de Charlotte están muy bien escritas, y tengo entendido que en la familia siempre se ha dicho que tiene más arte para la literatura que el propio Ernest. A veces nos parece que le escribe como para decirle: «Ahí va eso. No te creas que eres el único que sabe escribir. ¡Lee! Y si necesitas un buen pasaje descriptivo para tu próximo libro, utiliza cuanto quieras». La verdad es que no escribe mal, aunque repite demasiado las palabras espero, pienso, siento, intento, brillante y pequeño, y es incapaz de escribir una página sin usarlas, a veces más de una vez, lo que hace que su estilo sea monótono.

Ernest le sigue teniendo gran afición a la música, quizá más que nunca, y en los últimos años le ha dado por componer piezas musicales, aunque lo encuentra muy difícil y le causa muchos problemas pasar del do sostenido cuando empieza en do porque no sabe cómo volver atrás.

- Meterse en do sostenido -dijo- es igual que una mujer sola que viaja en el metro y se encuentra en Shepherd's Bush sin saber adónde quiere dirigirse. ¿Cómo va a regresar segura a Clapham Junction? Y Clapham Junction tampoco sirve, porque es como una séptima disminuida, que admite tales cambios armónicos que puede terminar siendo cualquier estación término, en lo musical.

Hablando de música, recuerdo un encuentro de Ernest con la señorita Skinner, la hija mayor del doctor Skinner, que había dejado Roughborough hacía mucho tiempo para convertirse en deán de una catedral en una ciudad de los Midlands, cargo que desempeñaba perfectamente. Ernest lo visitó una vez que se encontraba cerca de su casa y fue muy bien acogido e invitado a almorzar.

Las pobladas cejas del doctor habían encanecido después de treinta años, pero su pelo, como sabemos, seguía siendo el mismo. Creo que de no ser por aquella peluca, habría llegado a obispo.

Su voz y sus gestos eran los mismos de siempre, y cuando Ernest se fijó en un plano de Roma que colgaba en el vestíbulo v mencionó de pasada el Quirinal, el doctor dijo con su pompa habitual:

- Sí, el Quirinal o, como yo prefiero llamarlo, el Quirnal

[142].

Tras este triunfo, inspiró profundamente por ambos lados de su boca y exhaló el aire directamente a la Gloria, en su mejor estilo de director de colegio. Durante el almuerzo, dijo una vez «es casi imposible pensar otra cosa», pero enseguida se corrigió y cambió la frase a «es casi imposible albergar ideas irrelevantes», tras la cual pareció sentirse mucho más aliviado. Ernest reconoció los lomos de los libros del doctor Skinner en los estantes del cuarto de estar de la casa, pero no vio ningún ejemplar de Roma o la Biblia: ¿cuál de las dos?

- ¿Y le sigue gustando la música como siempre, señor Pontifex? -le preguntó la señorita Skinner a Ernest mientras almorzaban.

- Algunos tipos de música, sí, pero como usted sabe, señorita Skinner, nunca me ha gustado la música moderna.

- ¡Pero eso es terrible! ¿No cree usted que…? -y en ese momento estuvo a punto de añadir debería, pero dejó la frase sin acabar, creyendo que, a pesar de todo, quedaba bastante clara.

- Me encantaría disfrutar de la música moderna, pero no puedo, aunque lo llevo intentando toda mi vida. Y cuanto más viejo soy menos me gusta.

- Y… ¿dónde comienza para usted la música moderna?

- En Juan Sebastián Bach.

- ¿No le gusta Beethoven?

- No. Pensaba que sí, cuando era más joven, pero ahora sé que nunca me ha gustado.

- ¿Cómo puede decir eso? Es porque no lo entiende, porque si lo entendiera, no diría algo así. A mí me basta con un simple acorde de Beethoven. Es pura felicidad.

A Ernest le divirtió comprobar el extraordinario parecido de la hija con su padre, parecido que se había acentuado a medida que ella había envejecido y que se había extendido incluso a su voz y a sus gestos. Se acordó de haberme oído contar la partida de ajedrez que jugué una vez con el doctor hace mucho tiempo y, mentalmente, se imaginó a la señorita Skinner diciendo, como en un epitafio:

Quizá toque

Un simple acorde de Beethoven,

O una semicorchea

De una de las canciones sin palabras de Mendelssohn.»

Tras almorzar, Ernest se quedó una media hora con el deán y lo halagó tanto que el anciano señor quedó complacido mucho más de lo normal.

- Estas palabras -dijo, voce sua

[143], poniéndose de pie e inclinándose- las aprecio muchísimo.

- Señor -respondió Ernest-, sólo constituyen una mínima parte de lo que cualquiera de sus antiguos discípulos sentía por usted.

Y la pareja bailó un minueto, por expresarlo de alguna forma, en un extremo de la mesa del comedor, frente a la enorme ventana desde la que se veía una gran extensión de césped recién cortado. Tras esto, Ernest se despidió. Unos días después, el doctor le escribió una carta y le dijo que sus críticos eran «Duros, inflexibles y a la vez irrefutables»

* Ernest se acordaba de, y sabía que las otras palabras tenían un significado parecido, así que lo entendió todo. Un mes o dos después, el doctor Skinner fue a reunirse con sus antepasados.

- Siempre fue un estúpido, Ernest -le dije yo-, y no deberías haberlo halagado tanto.

- No pude evitarlo -contestó-. Era tan viejo que fue casi como jugar con un niño.

A veces, como les suele ocurrir a todos aquellos cuya mente es activa, Ernest trabaja demasiado, y entonces sostiene en sueños encuentros violentos y llenos de reproches con el doctor Skinner o con Theobald pero, aparte de esto, ninguna de estas dos notables personas lo puede ya perturbar.

Para mí ha sido como un hijo, e incluso más que eso. A veces -por ejemplo, cuando hablamos de sus libros-, temo que he sido más padre para él de lo que debería haber sido. Si es así, confío en que me perdone. Sus libros son el único objeto de disputa entre nosotros. Me gustaría que escribiera como los demás, y que no provocara la indignación de tantos de sus lectores. El sostiene que es incapaz de cambiar su forma de escribir, como tampoco puede cambiar el color de sus cabellos, y que o escribe así o no escribe.

En general, no es uno de los escritores predilectos del público. Todo el mundo conviene en que tiene talento, pero se piensa que es un talento extraño y poco práctico, y aunque vaya en serio, siempre se le acusa de estar bromeando. Su primer libro fue un éxito por las razones que tuve ocasión de explicar, pero los demás han sido poco más que encomiables fracasos. Es uno de aquellos desafortunados escritores cuyo libro es denostado por la crítica nada mas publicarse, pero que se convierte en una «lectura excelente» en cuanto sale el siguiente que, a su vez, también es denostado.

Nunca ha invitado a un crítico a cenar en toda su vida. Le he repetido una y mil veces que es una postura absurda, y es lo único que le digo que lo pone furioso.

- ¿Ya mí qué me importa -me dice- si la gente lee mis libros o no? Debe importarle a ellos, pero yo ya tengo demasiado dinero como para ansiar todavía más y, si mis libros tienen alguna sustancia, ya lo irán apreciando poco a poco. Ni sé ni me importa demasiado si son buenos o no. ¿Qué opinión puede dar una persona de su propia obra? A algunos les toca escribir libros estúpidos, igual que a otros les toca suspender y otros obtienen un simple aprobado. ¿Por qué voy a quejarme por estar entre los mediocres? Si una persona no es absolutamente mediocre, ya tiene motivos para estar contenta. Además, los libros tendrán que defenderse por sí mismos algún día, así que cuanto antes empiecen, mejor.

Hace poco hablé con el director de la editorial que publica sus libros.

- El señor Pontifex -me dijo- es un homo unius libri

[144], pero no sirve de nada decírselo.

Noté que esta persona, que estaba muy informada, había perdido toda esperanza en el porvenir literario de Ernest, y lo consideraba un escritor cuyo fracaso era todavía más estrepitoso al haber logrado alguna vez un gran éxito.

- Está muy solo, señor Overton -continuó diciéndome-. No forma parte de ninguna alianza, y se ha creado enemigos, no sólo en el mundo religioso, sino también en el literario y en el científico. Esto no funciona así hoy en día. Si un hombre quiere prosperar, tiene que pertenecer a un grupo, y el señor Pontifex no pertenece a ninguno, ni siquiera a un club.

- El señor Pontifex es una copia exacta de Otelo -le contesté yo-, pero con una gran diferencia: él no odia con sabiduría, sino demasiado bien

[145].

En mi opinión, Ernest aborrecería el mundo científico y el literario en cuanto los conociera, y ellos a él. No hay ninguna simpatía natural entre ambas partes, así que, si llegara a conocerlos, la cosa podría terminar muy mal. Su instinto se lo avisa, así que se mantiene alejado de ellos y los ataca cuando cree que se lo merecen, con la esperanza, quizá, de que una próxima generación esté más dispuesta a escucharlo que la actual.

- ¿Se le ocurre algo -dijo el director de la editorial- menos práctico y más imprudente?

A todas estas cosas, Ernest siempre responde con una sola palabra:

«Espere.»

Es lo último que se le ha ocurrido. La verdad es que, en los tiempos que corren, no tendría mucho sentido tratar de fundar un Instituto de Patología Espiritual, pero el lector puede decidir si no hay un extraordinario parecido familiar entre el Ernest de dicho Instituto y el Ernest que insiste en dirigirse a la próxima generación en vez de a la suya. El responde que espera que no exista dicha diferencia, y acude religiosamente a recibir el Sacramento una vez al año a modo de concesión hacia Némesis, para no entusiasmarse nunca más con ningún tema. Aunque a veces se canse, insiste en que «a ningún hombre le merece la pena mantener ninguna opinión, si no puede refutarla airosa y fácilmente en un momento dado en pro de la caridad». En política, es un conservador en lo que se refiere a su voto y a su influencia política. En otros aspectos, es un radical avanzado. A su padre y a su abuelo su forma de pensar les sonaría posiblemente a chino, pero aquellos que lo conocen íntimamente dicen que no les gustaría que fuera demasiado diferente de como es.

[1] Sansón es un oratorio, y Escipión una ópera, ambos de Haendel. (Esta nota, romo las siguientes, es del traductor.)

[2] Job, 3:14. [Todas las citas bíblicas proceden de: Sagrada Biblia. Traducción de E. Nácar y A. Colunga, 31." edición. Madrid: B.A.C., 1972].

[3] Apocalipsis, 21:1.

[4] «Somos nosotros, sí, nosotros, los que te hacemos diosa.» En: Juvenal. Sátiras, X, 363. Traducción de Manuel Balaseh. Madrid: Gredos, 1991.

[5] En realidad, el sabbath es el domingo en la iglesia anglicana más radical y, como en la festividad judía del sábado, no puede realizarse ningún esfuerzo físico ni mental.

[6] San Lucas, 16:13.

[7] «El padre de familia es capaz de todo»

[8] Cita de la primera parte de Enrique IV de Shakespeare (acto I, ii, 174). Traducción de Luis Astrana Marín.

[9] Thomas Arnold, director del famoso colegio privado Rugby y reformador educativo.

[10] Ezequiel, 18:2.

[11] Bernard le Bouvier de Fontenelle, escritor francés del siglo XVII que murió a los cien años.

[12] Génesis, 49:14-15.

[13] Miembro del cuerpo docente y de la junta rectora de una universidad, con derecho a recibir un sueldo de ésta.

[14] Principios fundamentales de la Iglesia de Inglaterra.

[15] William Paley (1743-1505), teólogo de la Iglesia de Inglaterra.

[16] Movimiento en el seno de la Iglesia Anglicana que buscaba una mayor espiritualidad y compromiso religioso por parte de los fieles. Fundado a finales del siglo XVIII por William Wilberforce, su mayor auge se sitúa en los primeros cuarenta años del siglo XIX.

[17] San Juan. 5:5-7.

[18] Isaías, 55:8.

[19] Ópera de Haendel.

[20] Ciudad de Grecia donde falleció lord Byron.

[21] Fundador de la iglesia Metodista.

[22] «Paternas faltas pagarás, Romano, / si no restauras los sagrados templos, / sus alturas en ruinas y las imágenes / ennegrecidas por el humo denso.» HORACIO. Odas y Épodos, Libro 3, Vi, 1-4. Trad. de Bonifacio Chamorro. Madrid: Espasa-Calpe, 1946.

[23] Reyes, 5:18.

[24] Verso del acompañamiento musical que Haendel compuso para la pieza de Milton L’allegro.

[25] Ezequiel, 1:24.

[26] Salmos, 22:12-13.

[27] Sección del Book of Comnon Prayer, libro de oraciones de la Iglesia de Inglaterra.

[28] Isaías, 1:18.

[29] San Lucas, 16:26.

[30] Joseph Mede (1586-1635), teólogo famoso por sus comentarios sobre el Apocalipsis de San Juan.

[31] Simon Patrick (1626-1707), exegeta también del Antiguo Testamento.

[32] «Hombre íntegro y libre de crímenes» HORACIO, Odas y Epodos. (Véase referencia bibliográfica en nota 22.)

[33] Romanos, 16:20.

[34] Earnest se pronuncia igual que Ernest y significa «sincero» o «serio».

[35] San Mateo, 22:30.

[36] Salmos, 34:11.

[37] Ilíada, libro VI, línea 208

[38] Salmos, 130:3.

[39] San Juan, 18:36.

[40] San Mateo, 7:14.

[41] II Reyes, 5:10.14.

[42] Se refiere a un instrumento para morder y fortalecer los dientes de un niño pequeño.

[43] Remedio para bajar la fiebre inventado por el doctor Robert James (1703-1776), muy popular en Inglaterra a finales del siglo XVIII y principios del XIX.

[44] Números, 15:30-41.

[45] En antiguas clasificaciones zoológicas, el animal compuesto o zoófito, como el coral, era aquél en el que se identificaban tanto rasgos de la vida animal como de la vegetal.

[46] Romanos, 3:4.

[47] I Reyes, 18:21.

[48] San Lucas, 10:41.

[49] San Mateo, 6:33.

[50] Filipenses, 3:13-14.

[51] Martillo de los monjes.

[52] Una de las más famosas narraciones teológicas de la literatura inglesa, escrita por John Bunyan.

[53] Galión, procónsul romano de Acaya, famoso por su indiferencia ante una disputa entre los judíos de su jurisdicción, descrita en Hechos de los Apóstoles, 18:12-27.

[54] Se refiere a una disputa teológica provocada por el reverendo Dickson Hampden a mediados del siglo XIX.

[55] Ley del siglo XIV por la que se impedía litigar en tribunales extranjeros asuntos que podían juzgarse en tribunales ingleses, y que fue de gran utilidad pata limitar la autoridad del Papa en suelo inglés.

[56] Famoso niño francés de diez años que pereció en la cubierta de la fragata de guerra, al intentar salvar a su padre en la batalla del Nilo. Su heroísmo Fue descrito en un famoso poema escrito por Felicia Hermans en 1829.

[57] «Sabio es el hombre que conoce su propia sabiduría.»

[58] San Lucas. 16:29.

[59] San Lucas, 24:25.

[60] Salmos. 49:5-9.

[61] Catedrático de música en Cambridge y famoso organista en la primera mitad del siglo XIX.

[62] «Concurrirán para el bien»: frase relacionada con la cita de Romanos 8:28 que se encuentra bajo el titulo de la novela.

[63] Alusión a la costumbre inglesa de comer tortitas el martes de Carnaval.

[64] Hebreos, 12:17.

[65] Aunque siempre vague en total oscuridad / Serán mis ojos, mientras puedan, su claridad.

[66] Epístola I de San Juan, 4:18.

[67] I Reyes, 17:1 6.

[68] William Charles Macready, (1793-1873), famoso actor y empresario británico.

* Alcaico: verso de la poesía griega y latina, que se compone de un espondeo, o a veces de un yambo, de otro yambo, de una cesura y de los dáctilos. Otro verso del mismo nombre consta de dos dáctilos y dos troqueos. (Nota a la digitalización. Origen wikipedia)

[69] Del oratorio de Haendel Israel en Egipto

[70] Personajes de Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, que son inmortales, aunque viven en un estado de permanente decrepitud.

[71] Véase nota 16, Capítulo IX

[72] Movimiento que buscaba acercar la Iglesia anglicana al catolicismo.

[73] Liturgia de la denominada Iglesia Alta anglicana, muy cercana en las formas a la de la Iglesia católica. Las dos principales tendencias de la iglesia anglicana son la Alta (High Church o institucional), que concede gran importancia a la curia, la liturgia v los sacramentos, y la Baja (Low Church), que otorga más preponderancia la interpretación literal de la Biblia y a la conciencia personal.

[74] Famoso debate entre el obispo Philipotts y el sacerdote calvinista Gorham, comparable al caso Hampden (véase nota en el capítulo XXVIII).

[75] Charles Simeon (1759-1836), cofundador con Wilberforce, del Movimiento Evangélico.

[76] I Timoteo 4:2.

[77] I Corintios 1:26-9.

[78] Todas estas obras se enmarcan en la tradición antipuritana de la teología anglicana, y son contrarias en su naturaleza al movimiento simeonita.

[79] Hechos de los apóstoles, 9:1-9.

[80] Hechos de los apóstoles, 1:9

[81] I Epístola a los Corintios, 15:52-54.

[82] Epístola de Santiago, 1:17.

[83] San Mateo, 7:14.

[84] Epístola de Santiago, 4:4.

[85] Epístola a los Hebreos, 3:13.

[86] I Tesalonicenses, 5:2.

[87] San Mateo, 26:22.

[88] Movimiento que buscaba unir la Iglesia anglicana a la católica.

[89] San Lucas, 22:42.

[90] Significa «hasta cierto punto».

[91] Seguidores de John Wesley, fundador de la Iglesia Metodista.

[92] Significa «a su manera habitual».

[93] Famoso filósofo norteamericano de origen inglés cuyas ideas inspiraron las revoluciones norteamericana y francesa.

[94] San Lucas, 14:23.

[95] Dives es el rico que está en el infierno que pide que Lázaro, el pobre que está en la Gloria, visite a sus hermanos, aún vivos, y les advierta de lo que les espera en la vida eterna (San Lucas, 26:27-31).

[96] San Lucas, 16:26.

[97] Salmos, 119:105.

[98] Corintios, 15:32.

[99] San Lucas, 17:2.

[100] 2 Timoteo, 4:2.

[101] Se trata de una parodia de los principios lógicos de Hume.

[102] San Mateo, 9:12.

[103] Del poema de Shakespeare La violación de Lucrecia, 876-882. En Shakespeare, W, Obras completas, página 1780. Traducción de Luis Astrana Marín. Octava edición. Madrid: Aguilar, 1947.

[104] I Reyes, 17:10.

[105] San Lucas, 13:6-9.

[106] Salmos, 84:10.

[107]San Lucas, 73:4.

[108] San Marcos, 9:24.

[109] Habacuc, 2:4.

[110] Argumento definitivo.

[111] Ataque por sorpresa.

[112] El gigante Anteo se volvía más fuerte cada vez que pisaba la tierra. Hércules lo venció lanzándolo al aire y aplastándolo.

[113] Hebreos, 7:3.

[114] San Marcos, 10:29.

[115] Del oratorio La cena de Baltasar.

[116] II Corintios, 12:9 y ss.

[117] «El hombre que no tiene nada cantará.»

[118] Cercano.

[119] El filosofo y economista John Stuart Mill (1806-1873) era famoso por ser extremadamente frío y cauteloso al expresar sus emociones.

[120] Famoso teólogo del siglo V.

[121] Josué, 9:21.

[122] San Juan, 12:40 y Hebreos, 12:16-17.

[123] Deuteronomio, 25:65.

[124] En realidad, el verso de Tennyson (In Memoriam, xxvii, 15-16) dice: «Es mejor haber amado, y perdido, que nunca haber amado».

[125] Famosos teatros de Londres.

[126] Personaje principal de la novela de Benjamín Disraeli Coningsby (1844).

[127] Alusión a la fábula La zorra y las uvas.

[128] «Audaz e intachable» (como los caballeros del Medievo).

[129] Apocalipsis, 13:17.

[130] Véase nota 70 (capítulo XLVI).

[131] Intervalo que consta de cuatro tonos y dos semitonos.

[132] De modo condescendiente.

[133] Salmos, 84:6.

[134] I Reyes, 2:5-9.

[135] Dos pequeñas toras blancas que salen del cuello y que solían llevar los calvinistas suizos.

[136] Halleluia es más hebreo que Aleluya, y por tanto se utilizaba más en la liturgia de la Iglesia Baja.

[137] San Mateo, 5:8.

[138] Personaje bíblico que primero fue condenado y apartado, y luego se convirtió en un gran patriarca. Génesis: 14-21.

[139] A primera vista.

[140] Iglesia condenada por su tibieza. Apocalipsis, 3:14-16.

[141] «Lo desconocido es siempre lo mejor»

[142] El doctor Skinner utiliza la pronunciación latina, que no italiana, de Quirnal

[143] En su estilo característico.

* En la edición original el texto figura en caracteres griegos, traducidos en la nota al pie. En esta edición digital se incluye directamente la traducción en castellano.

[144] «Hombre de un solo libro».

[145] Se trata de lo contrario de lo que se dice de Otelo: «No amó con sabiduría sino demasiado bien» (acto V ii, 347).

This file was created
with BookDesigner program
bookdesigner@the-ebook.org
11/08/2009