CAPÍTULO VIII

Uno de los deseos más fervientes del señor Pontifex era que su hijo se hiciera fellow

[13] antes de hacerse sacerdote. Así tendría un sueldo y un modo seguro de ganarse la vida si los amigos eclesiásticos de su padre no le proporcionaban uno. Sus resultados en el colegio habían sido buenos de modo que fue enviado sin problemas a uno de los colleges de Cambridge, donde lo pusieron a estudiar con los mejores tutores que pudieron encontrar. Un año antes de que Theobald finalizara sus estudios, se estableció un sistema de exámenes nuevo que aumentó sus posibilidades de lograr la beca, pues se le daban mejor las lenguas clásicas que las matemáticas, y en el nuevo sistema tenían más peso los estudios clásicos que en el anterior.

Theobald gozaba de la suficiente sensatez para saber que, si se esforzaba, podría aspirar a ser independiente, y le encantaba la idea de convertirse en fellow. De modo que se aplicó, y al final obtuvo unas calificaciones que le iban a permitir serlo en un corto intervalo de tiempo. En aquel momento, el señor Pontifex se mostró muy complacido, y le dijo a su hijo que estaba dispuesto a regalarle las obras completas de cualquier autor conocido que seleccionara. El joven eligió las obras de Bacon, que llegaron en diez volúmenes bellamente encuadernados. Una breve inspección, sin embargo, reveló que los ejemplares eran de segunda mano.

Una vez terminados sus estudios, el paso siguiente era la ordenación, algo a lo que Theobald no le dedicó demasiada atención hasta entonces, más allá de admitir que se trataba de un acontecimiento que algún día habría de producirse. Pues bien, ya había llegado, e iba a tardar sólo unos cuantos meses en materializarse. Esto más bien lo asustó, porque sabía perfectamente que, una vez efectuada la ceremonia, no habría vuelta atrás. Le disgustaba la idea de ordenarse, más tarde o más temprano, e incluso hizo algunos débiles esfuerzos por evitarla, como puede comprobarse en la siguientes cartas que su hijo Ernest encontró entre los papeles de su padre, escritas en papel de canto dorado, con la tinta desvaída, y atadas cuidadosamente con una cinta, sin nota o comentario alguno. No he añadido ni quitado nada. Dicen así:

Querido padre: No quisiera retomar una cuestión que ya había quedado zanjada, pero como el momento se acerca, empiezo a tener muchas dudas sobre si estoy preparado de verdad para convertirme en sacerdote. Por fortuna, no albergo la menor duda sobre la Iglesia de Inglaterra, y podría suscribir cordialmente cada uno de los treinta y nueve artículos

[14] que, de verdad, me parecen el ne plus ultra de la sabiduría humana y, además, Paley
[15] no deja resquicio a ningún oponente, pero estoy seguro de que estaría actuando en contra de tus deseos si te ocultara el hecho de que no siento la llamada interior para convertirme en ministro del Evangelio, que es lo que tendré que decir que he sentido cuando el obispo me ordene. Intento alcanzar este sentimiento, rezo fervientemente por conseguirlo y, a veces, creo que casi lo logro, pero esta seguridad se desvanece enseguida y, aunque no le tengo una absoluta repugnancia a convertirme en sacerdote, y sé muy bien que, si lo soy, me esforzaré por vivir para glorificar a Dios y por defender sus intereses en la tierra, siento que, sin embargo, hace falta algo más para poder justificar plenamente mi entrada en la Iglesia. Soy consciente de que he sido una enorme carga para ti, a pesar de las becas, pero tú siempre me has enseñado que debo obedecer a mi conciencia, y ella me dice que podría equivocarme si me hago sacerdote. Puede que Dios me dote del espíritu por el que estoy rezando continuamente, y puede que no. En ese caso, ¿no sería mejor que intentara buscarme otra cosa? Sé que ni tú ni John queréis que entre en el negocio, y yo no entiendo nada de asuntos monetarios, pero ¿no hay otra cosa que pueda hacer? Me desagrada pedirte que me sigas manteniendo hasta que pueda estudiar Medicina o Derecho, pero cuando sea fellow, que será pronto, me esforzaré por no ocasionarte más gastos, pues también podría hacer algo de dinero si escribo o doy clases particulares. Confío en que esta carta no te parezca impertinente, pues nada me desagradaría más que incomodarte. Espero que comprendas mis actuales sentimientos que, en realidad, no surgen de otra cosa que del respeto por mi conciencia, que nadie me ha imbuido tanto como tú. Te ruego que me escribas pronto unas líneas. Espero que estés mejor de ni resfriado. Saluda con afecto a Eliza y Maria. Afectuosamente,

Tu hijo

THEOBALD PONTIEEX

Querido Theobald: Entiendo tus sentimientos, y no tengo deseo alguno de oponerme a los que me has expresado. Es muy lógico y natural que te sientas como te sientes, excepto en lo que se refiere a una frase, cuya impertinencia percibirás sin duda al dedicarle una reflexión, y a la que no aludiré más que para decir que me ha herido. No deberías haber dicho "a pesar de las becas". Era de lo más justo que, si podías hacer algo para aliviarme de la pesada carga de tu educación, me entregaras ese dinero, como hiciste. Cada renglón de tu carta me convence más de que estás sometido a la influencia de una sensibilidad enfermiza que es uno de los instrumentos favoritos del diablo para destruir a las personas. Como tú mismo dices, tu educación me ha costado mucho dinero. No he escatimado nada para darte las ventajas que, como caballero inglés, estaba dispuesto a costearle a mi hijo, pero no voy a consentir que ese dinero se desperdicie ni a comenzar de nuevo por el principio sólo porque se te han metido unos absurdos escrúpulos en la cabeza, a los que deberías enfrentarte, pues son injustos tanto para ti como pata mí.

»No cedas a ese inquieto deseo por cambiar que es la perdición de tantas personas de ambos sexos en esta época.

»Naturalmente, no tienes por qué ordenarte. Nadie va a obligarte, eres totalmente libre, tienes veintitrés años de edad y ya sabes lo que haces pero, ¿por qué no me lo has hecho saber antes, en vez de callarte y no decir ni una sola palabra en contra hasta que te he costeado tus estudios en la universidad? ¿Crees que te los habría pagado si no hubiese estado convencido de que estabas totalmente decidido a ser sacerdote? Tengo cartas tuyas en las que me expresas tu rotunda disposición a ordenarte, y tanto tu hermano como tus hermanas son testigos de que no se ha ejercido presión alguna sobre ti. Tu mente está confundida, y sufres una indecisión nerviosa que tal vez sea muy natural, pero que puede acarrearte serias consecuencias. No he mejorado en absoluto, y la ansiedad que me ha ocasionado tu carta me está devorando poco a poco. Ojalá Dios te ayude a decidir mejor. Afectuosamente,

Tu padre,

GEORGE PONTIFEX

Al recibir esta carta, el ánimo de Theobald se levantó. «Mi padre», se dijo, «me dice que no tengo por qué ordenarme si no quiero. Y como no quiero, no me voy a ordenar» ¿Pero qué significado guardaban las palabras «puede acarrearte serias consecuencias»? ¿Se escondía una amenaza tras ellas, aunque fuera imposible saber de qué se trataba? ¿Habían sido escritas con el propósito de producir un efecto amenazante, aunque no fueran realmente amenazadoras?

Theobald conocía a su padre lo bastante bien para que no se le escapara en lo mas mínimo su significado real pero, puesto que se había atrevido a expresar cierta oposición, decidió aventurarse un poco más. De modo que le escribió lo siguiente:

Mi querido padre: Me dices, y te lo agradezco de corazón, que nadie va a obligarme a que me ordene. Sé que tú no vas a presionarme si mi conciencia me dice con toda claridad que no debo hacerlo. De modo que he resuelto abandonar la idea y creo que, si continúas manteniéndome como lo has hecho hasta ahora, hasta que sea fellow, cosa que no se demorará mucho, dejaré de ser una carga para ti. Decidiré lo antes posible qué profesión voy a escoger, y te lo comunicaré enseguida.

Afectuosamente,

THEOBALD PONTIFEX

Transcribo ahora la última carta, escrita a vuelta de correo. Tiene el gran mérito de ser breve.

Querido Theobald: He recibido tu carta. No acierto a distinguir qué motivos te han impulsado a escribirla, pero tengo muy claros cuáles van a ser sus efectos. No vas a recibir un solo penique mío hasta que vuelvas a estar en tus cabales. Si no abandonas esa actitud frívola y malévola, tengo el placer de recordarte que tengo otros hijos cuyo comportamiento, estoy seguro, me va a inspirar-siempre confianza y felicidad. Afectuosamente,

Tu afligido padre,

GEORGE PONTIFEX

No sé qué hechos sucedieron tras este intercambio de cartas, pero todo se solucionó al final. Puede que el corazón de Theobald le traicionara, o que interpretara este último empujón de su padre como la llamada interior por la que, sin duda, rezaba fervientemente, pues creía con firmeza en la eficacia de la oración. Y yo también, si se dan ciertas circunstancias. Tennyson ha dicho que la oración ha logrado más cosas de las que el mundo imagina, pero ha evitado cuidadosamente decir si eran buenas o malas. Quizás estas cosas sucederían igual, tanto si el mundo se las imagina como si las contempla perfectamente despierto. Pero la pregunta es, decididamente, compleja. Al final, Theobald logró ser fellow en 1825, mediante un golpe de suerte, y fue ordenado en otoño de ese mismo año.