Historias y nombres

Kaveh salió andando a través de la oscuridad cuando Nill y los gemelos ya hacía tiempo que habían acabado de cenar. La luna llena brillaba amarilla en el firmamento negro y las estrellas observaban al grupo como si fueran los ojos de los dioses. Kaveh murmuró un «Hola, ¿os estáis divirtiendo?» y se sentó con ellos. En torno a las hogueras habían comenzado a bailar. Hombres, mujeres y niños daban vueltas en grandes círculos alrededor de los fuegos, cantaban canciones al compás de los tambores y daban palmas. Otros danzaban de dos en dos cogiéndose por los hombros. Por encima de la música sonaban carcajadas que parecían llegar de todas direcciones en medio de la oscuridad.

Durante un rato, Kaveh permaneció sentado junto a ellos, en silencio, mirando el fuego. Sus ojos seguían rojos, pero se mantenía sereno.

—Todavía es muy pronto —susurró por fin—. ¿Ya han empezado los juegos?

Los gemelos negaron con la cabeza.

Entonces la seriedad abandonó su rostro y una sutil sonrisa se dibujó en su boca.

—¿Qué pasa con Carja, Mareju? ¿La has visto de nuevo?

Mareju bajó la vista.

—No… Ha cambiado mucho.

—¿Cómo lo sabes, si no la has visto aún? —dijo Arjas como de pasada mientras se miraba las uñas y Mareju se ponía rojo como un tomate. Cuando Arjas se percató de la mirada huraña de su hermano, se levantó deprisa y añadió con una mueca—. Voy a buscar algo de comer. ¡Hace un momento que Mareju estaba con ella casi llorando de alegría! —y desapareció tras la hoguera central.

Durante unos segundos, Mareju pareció pensar seriamente si seguirle, luego tensó los puños y miró a Kaveh rojo como la grana. Éste arrugó la frente, divertido.

—Así que ha cambiado, ¿eh?

—Bueno, sí, yo… Ahora vengo —murmuró Mareju; luego añadió algo más pero ya se había levantado y caminaba con pasos envarados hacia un grupo de muchachas que estaban algo más alejadas del fuego.

La mirada de Kaveh le siguió con una sonrisa. Dejó de sonar la música de los tambores y se escucharon varias voces. Varios elfos fueron a buscar a una mujer mayor de pelo cano que se encontraba sentada entre la multitud.

—¡Kersha! —reclamaron, sobre todo los más jóvenes, mientras aplaudían—. ¡Kersha, cántanos una canción!

La anciana sonrió indecisa, pero luego levantó las manos y aceptó la propuesta. Se hizo el silencio.

—¿Quién es? —susurró Nill.

—La mejor cantante que conozco. ¡Atiende!

La mujer comenzó a cantar. El timbre de su voz era envolvente, aterciopelado, y llenó la noche entera con una melodía nostálgica:

Ekh nesha meor soy…

Hydhén maer sarát…

Nill contuvo la respiración, pero no fue necesario que dijera nada; Kaveh comprendió lo que le ocurría. Se dobló ligeramente hacia ella y le tradujo la canción frase a frase, entre susurros. Era una hermosa balada sobre el amor, y cuando la mujer hubo cantado una vez el estribillo, levantó las manos y comenzó a dar palmadas siguiendo el ritmo, a lo que pronto correspondieron los demás. El sonido de una flauta acompañó la melodía, y enseguida se unió un segundo instrumento. Las palmadas venían de todas direcciones y se transformaron en los latidos de la noche. Pronto entró una segunda voz de mujer; a continuación, una tercera. Varias parejas de bailarines se pusieron en pie y llenaron la plaza en torno al fuego.

—¿Quieres bailar? —preguntó Kaveh.

Nill asintió sonriente. Se levantaron, ella le dio las manos con timidez y los dedos de ambos se entrecruzaron. Así fueron girando paso a paso entre los otros bailarines sin mirarse a los ojos.

Los tambores irrumpieron en la música. El ritmo se hizo más veloz. Los danzarines empezaron a moverse más deprisa, sus manos se separaron y se colocaron sobre hombros o talles. Unos se aproximaron a otros. Las cantantes comenzaron a pasearse entre los bailarines, de tal modo que los cánticos los envolvían cada vez más.

—¿Qué tal estás? —le preguntó Nill mientras el reflejo del fuego iluminaba medio rostro de Kaveh—. Me refiero a… por lo de Erijel —el calor de las llamas ondeaba sobre ella. El retumbar de los tambores hacía virar su cuerpo. Las voces quedaban reducidas a un murmullo dulce.

—Creo que mejor —murmuró Kaveh. Sus ojos relucían. Apretó los dientes—. ¿Sabes? Para mí era como un hermano. No, todavía más. Con Kejael no me he entendido nunca tan bien como con Erijel. Erijel era tan serio y juicioso como Kejael, eso es cierto, pero su corazón… Era tan valiente. Era más valiente de lo que yo lo seré jamás.

Nill quería decir algo, pero no supo qué. Se aproximó un poquito a él, con prudencia; abrió la boca esperando encontrar las palabras para darle ánimos… pero éstas no llegaron. Se quedó callada y su mente volvió a todo lo pasado: Erijel, las Tierras de Aluvión, el hambre…

La canción se acercaba a ellos.

La vida no es un regalo.

Es fácil entregar tu corazón

a un amante equivocado.

Pero ¿cómo conservar la razón?

… El hambre, las Tierras de Aluvión… Scapa. Sí, ¡Scapa!

Nill cerró los ojos. ¡Scapa, mil veces! En ese momento ya no fue capaz de sujetar sus pensamientos. Como en un torbellino, en su mente se agolparon la desesperación, el amor y la sensación indescriptible de no significar nada para el humano que lo es todo para una. Ya no quería ser ella…

No es una victoria el amor,

a veces te hiere, otras te ciega.

Pasas de la alegría al dolor,

de la bendición a la condena.

Kaveh apretó suavemente su mano. Nill miró al suelo, para que él no viera las lágrimas que asomaron a sus ojos.

—¿Qué significa esta estrofa? —preguntó en voz baja. La tercera todavía no se la sabía. Kaveh la tradujo. Ella sintió su aliento en la frente, aunque quizá era tan sólo el calor de la hoguera.

Lo que reside en el corazón,

eso que toda alma conoce,

eso que mi madre llama amor,

tú lo sentirás esta noche…

—Qué bonito —murmuró Nill—. Una canción muy bonita, de verdad —ni siquiera se dio cuenta de lo que estaba diciendo, tampoco fue capaz de escuchar las palabras de Kaveh con precisión.

Scapa… Estaba en algún lugar de las Tierras de Aluvión, al otro lado del mundo con aquella chica. Había traicionado a Nill. Se había convertido en su peor enemigo. Y, sin embargo, Nill no podía odiarle. A la única que era capaz de odiar era a sí misma.

—Nill.

Una mano se posó sobre su hombro. Se dio la vuelta y se limpió los ojos con manos temblorosas. Kejael estaba ante ellos.

—¿Va todo bien?

—Oh… Sí, es sólo el humo del fuego —murmuró Nill parpadeando.

Kejael se volvió a Kaveh con una mueca.

—Ya había oído ciertas cosas de ti, hermanito, pero que fueras tan pésimo bailarín…

A Kaveh se le subió el rubor a las orejas.

Arah vieti ¡Cierra la boca!

—Si lo traduces, que sea cierto —y, sonriendo, le aclaró a Nill—: Ya me gustaría que me dijera lo que te traduce a ti. La realidad es que me suelta unos insultos tremendos.

—Kejael, ¡ estás molestando! —indicó Kaveh—. Por favor, discúlpate.

—Tenéis que venir —dijo Kejael sin inmutarse lo más mínimo—. Marhiit el branco der mor nâddes, por lo visto tiene algo importante que decirnos.

El coraje tensó las facciones de Kaveh. Luego se resignó y asintió.

—Bien, iremos enseguida.

—¿Qué sucede? ¿Quién quiere hablar con nosotros? —preguntó Nill.

—Mi padre. Tenemos que ir —Kaveh la miró un momento, luego se giró y siguió a su hermano. Abandonaron la hoguera y caminaron hacia la casa-árbol del rey. Por delante de ellos pasaron varios elfos riendo, apenas visibles en la oscuridad de la noche. Cuanto más se alejaban de los fuegos, más se sentía el canto de las cigarras. Venía de todas partes, como una respiración acelerada. Un viento cálido proveniente de los bosques hizo acto de presencia en el valle.


* * *


Allí donde el tronco robusto se retorcía hacia la residencia del rey, había faroles colgados de las ramas que dibujaban círculos amarillos en la noche. Sobre ellos zumbaban los insectos y las mariposas, y podía escucharse sus alas batiendo contra los cristales.

Antes de que llegaran a la gran estancia del árbol, vislumbraron la luz del hogar. Había sumergido el interior del cuarto en un rojo centelleante.

El rey de los elfos libres estaba sentado delante del fuego con las piernas cruzadas. Levantó la vista cuando entraron Nill, Kaveh y Kejael.

—Ya estáis aquí por fin. Venid, sentaos junto a mí.

Los tres tomaron asiento frente al rey, al otro lado del fuego. Ensimismado, Lorgios tiró a las llamas unas flores secas de color azul. Se produjo un chisporroteo y las llamas se hicieron más altas. Un olor dulzón y adormecedor se expandió por la habitación. Los ojos del rey se posaron en Nill.

—Mientras dormías, Kaveh me explicó vuestro viaje y todas las experiencias que tuvisteis. Y creo que ha llegado el momento de que descubras la verdad de todo lo que hasta ahora te parecía críptico y misterioso. Ya hace demasiado tiempo que eres el centro de unos acontecimientos de los que no has podido comprender ni la mitad… y seguramente tampoco debías hacerlo. Pero ahora debes ver las cosas con claridad. ¿Lo deseas tú también, Nill?

Nill asintió de inmediato.

—Bueno —el rey Lorgios sonrió levemente y arrojó más pétalos a las llamas. Un rayo azulado chisporroteó hacia él—. Creo que debería remontarme al principio de todo lo que nos ha abocado a esta historia. Ese principio reside en ese día tenebroso en el que la corona de los elfos se partió en dos.

Un escalofrío recorrió la voz del rey y también Nill sintió de pronto que se le ponía la piel de gallina. Era como si la temperatura en la estancia hubiera bajado unos grados. Las llamas danzaron intranquilas y las sombras se adueñaron de los rincones.

—Desde tiempos remotos, para designar al sucesor del rey, aquel que gobernaría sobre el pueblo élfico y aseguraría su futuro, se empleaban el poder de los oráculos y la magia. Era preciso que el portador de la corona poseyera una fortaleza en lo más recóndito de su corazón que nadie podía desvelar por más reconocimientos que se le hicieran. Sólo las profecías podían descubrirla. Es una fortaleza que no tiene nada que ver con la fuerza de los músculos, el entendimiento o el valor. Consiste en la actitud para portar poder. Ese poder, tan pesado como la propia corona, que puede cegar a cualquier otro hasta hacerle perder la cordura. Por eso es tan espantoso que un humano se ciña la corona: la mayor parte de ellos no están hechos para soportar un poder como ése. A menudo quieren demostrarlo… y si ese poder reside en cien mil soldados, es que la guerra no está muy lejos.

»Durante generaciones la corona se heredó de manera pacífica. En muchas ocasiones pasó a un hijo del rey anterior, pero a veces fue a parar a una familia élfica distinta.

»Hubo un rey que, a pesar de todos los oráculos, la magia y las profecías, no pudo decidir quién de sus dos hijos gemelos debía ser el heredero: su hija Lezire o su hijo Navael. Unos adivinos decían que Navael se convertiría en rey; otros profetas estaban convencidos de que Lezire sería la futura reina, y reinaba así un gran desconcierto. Cuando murió el rey, Lezire era la única que se hallaba junto a su lecho de muerte. Al salir del cuarto, la princesa aseguró que la última voluntad de su padre había sido que fuera ella la portadora de la corona.

»Navael no quería aceptarlo. Entre los hermanos estalló una espantosa pelea que rompió sus lazos de sangre para siempre. Los elfos se dividieron: unos siguieron a Lezire; otros, a Navael. Se declaró la guerra. Murieron miles de elfos, asesinados a manos de sus propios hermanos y hermanas. También Lezire y Navael lucharon cuerpo a cuerpo y se hirieron entre ellos. Cuando su sangre se derramó sobre la corona, cuando por primera vez desde el inicio de nuestros tiempos se vertió sangre por lograr el poder de la corona, y más aún siendo la sangre de unos hermanos, la piedra se rompió en dos: Elyor, la luz, y Elrysjar, la fuerza.

»A pesar de que la guerra terminó con la división de la corona, a partir de aquel momento ya no pudo reinar la unidad. Los seguidores de Navael decidieron abandonar el bosque y emigraron a las Tierras de Aluvión, donde Navael pretendía expiar su culpa por haber sido el causante de la división. Lo ocurrido no pudo arreglarse jamás: la raza de los elfos se había dividido para siempre y nunca volvería a existir un rey que la reunificara. A partir de aquel instante, y sintiéndose libre de culpa, Lezire llamó a su estirpe pueblo de los elfos libres. Hasta su muerte, Lezire aseveró haber sido designada heredera por su padre. Sin embargo, las sagas y leyendas afirman que Lezire, nuestra primera reina, confesó en su lecho de muerte ser la culpable del derramamiento de sangre.

»Ese odio que transformó a dos hermanos en enemigos, impulsó a luchar a elfos contra elfos y acabó para siempre con la unidad de nuestra raza sigue hoy todavía latente en las dos medias coronas. Si se aproxima la una a la otra, se renuevan los odios del pasado y nos recuerdan la vileza de nuestros antepasados. Ése —finalizó Lorgios— es el motivo de que, en las proximidades de la portadora de la corona de Korr, el cuchillo mágico ardiera como hierro candente.

La mano de Nill se había cerrado inadvertidamente alrededor del punzón de piedra que reposaba en su bolsillo. Lo sintió plano y fresco, pero sus dedos estaban sudorosos.

—¿Tienes más preguntas que nazcan de tu corazón? —preguntó el rey con suavidad.

—Sí —contestó ella segundos después—. Yo… sigo sin saber por qué fui yo precisamente la que encontró el cuchillo.

—¡Eso tampoco yo lo sé! —Lorgios se rió, sus ojos brillaron alegres y, de pronto, se parecía a Kaveh más que nunca—. Hay un proverbio en nuestra lengua: Myrrd-hát soyjen myrrdhát kor el nej myrrdhe. Kaveh, ¿quieres traducírselo?

—«El destino se llama destino porque no tiene nada que explicar». Porque «destino» en élfico —añadió Kaveh deprisa— traducido literalmente es «sin explicación».

—Vaya lío —murmuró Nill y los elfos se rieron.

Luego, el rey dijo:

—Kejael, por favor, déjanos solos. Te llamaré más tarde.

Kejael se quedó un momento sentado, luego se levantó sin decir una palabra y se marchó. Un largo silencio recorrió la estancia. Desde afuera el ruido de la fiesta llegaba con más ímpetu. Los tambores retumbaban en la noche. Una canción atravesó el aire:

¡Fuego de la Noche Averna,

danza, que esta oda es eterna!

Durante cien años luce;

la noche a nada conduce.

Si nuestro pueblo un día perece,

el sueño recordarlo merece,

y amanecerá en la leyenda;

por eso ¡durante cien años luce,

fuego de la Noche Averna!

—He hablado a alguien de ti —dijo el rey Lorgios a Nill. Las llamas del hogar se reflejaron en sus ojos—. Alguien a quien tú conoces. También nosotros nos preguntamos, como tú, por qué el destino te escogió para que hallaras el cuchillo mágico en el árbol hueco. Por supuesto, no hay explicación para ello. Y, sin embargo, sí hay una razón por la que tú, y sólo tú, debías ser la portadora del cuchillo —dio la impresión de que Lorgios se inclinaba ligeramente, pero seguía manteniéndose tan erguido como antes; sólo su rostro parecía más cercano. Sobre él bailaban las sombras y las luces. Su voz bajó de tono y se hizo más lenta—. Tú, Nill, puedes oír susurrar a los árboles…

—¿Qué significa eso? —preguntó la chica.

—Significa que oyes a los espíritus que murmuran en el viento y hablan a través del crujido de las hojas. Tú presientes cosas, Nill. Los espíritus nos rodean en cada momento de nuestra vida. A veces están dispuestos a escuchar nuestros deseos… Y si sabemos pronunciarlos en el instante adecuado, nos los cumplen. Tú, Nill, percibes los instantes en los que te rodean sutiles poderes secretos y escuchan en tu corazón. Y tú puedes hablar con ellos. Eso es lo que significa «oír susurrar a los árboles».

Los ojos de Nill resplandecían, pero su mirada era distante.

—Estás aquí —continuó el rey en tono algo más alto— porque el destino te ha traído hasta nosotros. La raza de los elfos vive una época de transformación y tú vas a jugar un papel importante en ella. Por eso quiero ofrecerte un nuevo nombre que relegue tus días anteriores al pasado y te brinde un nuevo futuro. ¿Querrás aceptar ese nombre?

Nill tragó saliva.

—Sí —susurró con voz ronca—. Quiero decir… muy a gusto.

Le pareció que Lorgios sonreía, pero tal vez el juego de luces y sombras en su rostro equivocase a la chica.

—Tu nuevo nombre se presenta esta noche ante ti para señalarte el principio de una nueva época. Tu nombre —dijo Lorgios solemne— significa «la que oye susurrar a los árboles». Significa «clarividente». Tu nombre es Niyura.