El último compañero

Dos veces más tuvieron Nill y sus acompañantes que esconderse tras peñascos y dunas cuando una formación de guerreros grises se adueñó en dos ocasiones del camino. Ahora el miedo se había apoderado de la chica y la rodeaba con sus fríos dedos; hasta entonces no había pensado que el punzón de piedra iba a reportarle tanto peligro… Tanto que, incluso, pusiese su propia vida en juego. Porque con toda seguridad aquel hatajo de guerreros grises no guiaba sus caballos de una manera tan despiadada únicamente para desearles a ella y a los elfos un buen día. Debían de tener la convicción absoluta de que tramaban algo… a causa de su extraña llegada desde los Bosques Oscuros o porque un espía se lo hubiera relatado.

Nill no dejaba de enviarle miradas furtivas a Scapa, pero el semblante del ladrón seguía tan impenetrable como si el peligro no fuera con él.

El atardecer se abrió paso antes de lo esperado. El cielo se tiñó de gris, luego de morado y, en unos segundos, los rodeó el azul de la noche.

Kaveh se dirigió hacia unos riscos y dejó en el suelo arco, aljaba y bolsa de provisiones.

—Encender un fuego es demasiado arriesgado. Tendremos que conversar así, ladrón.

Nill tenía la sospecha de que los guerreros grises no eran el único motivo de que Kaveh no quisiera hacer un fuego. Probablemente incidiera también que él en la oscuridad veía como un gato; sin embargo, Scapa ya llevaba un buen rato tropezando a causa de las piedras.

Pero el Señor de los Zorros soltó sus alforjas sin inmutarse y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas.

—A ti no pienso contarte nada —dijo impasible mientras buscaba un pedazo de pan en sus alforjas. Lo mordisqueó y añadió masticando—: Se lo diré a Nill. Al fin y al cabo ella es esa Criatura de Cristal.

—La Criatura Blanca —bufó Arjas.

Scapa volvió la cabeza en dirección al caballero.

Gracias. La Criatura Blanca. Vosotros decís que Nill puede matar al rey. Entonces, le contaré por qué razón pretendo ayudarla, y eso sólo le compete a ella.

—A nosotros también nos compete, ¡y mucho! —dijo Kaveh—. Nos ocupamos de su seguridad. ¿Te crees que vamos a dejar que la merodee un ladrón desconocido, cuyos motivos seguramente deben de ser tan poco fiables como su mismo honor?

Scapa se tragó el trozo de pan.

—Tienes suerte de que mi honor me traiga al fresco, príncipe de los cerdos, si no, en estos momentos estarías mordiendo el polvo.

Esa frase era una amenaza inútil. Kaveh estaba mucho más preparado para la batalla, aparte de que aquella negrura convertía a Scapa prácticamente en un ciego. A pesar de ello, sonó como si, tras él, no tuviera a los elfos sino a sus fieles zorros. Sacó una cantimplora de la bolsa y bebió un sorbo. Luego enroscó el tapón con paciencia.

—Mientras estéis aquí, no pienso decir nada —añadió.

Kaveh tembló de indignación. ¡Qué pretendía aquel condenado! Sin embargo, se obligó a conservar la calma.

—Antes de que te deje a solas con Nill —dijo—, quiero que me prometas que no vas a tocarle ni un pelo. Tienes que jurar que, si te quedas con nosotros, estarás dispuesto a ofrecer tu vida por ella. ¡Júralo!

—Lo juro —dijo Scapa escuetamente.

—¡Júralo por tu alma!

—Lo juro… por el alma de una muerta. Tiene mucho más valor para mí que mi propia alma.

Durante un momento Kaveh se quedó quieto ante él. Luego, se envolvió en su capa y se marchó maldiciendo en lengua élfica. Erijel, los gemelos y Bruno lo siguieron en silencio.

Veinte metros más allá, Kaveh se paró, cruzó los brazos sobre el pecho y fijó la vista en las dos siluetas de Nill y Scapa.

—¡El alma de una muerta! —masculló—. Le trae al fresco su honor y no da ningún valor a su alma… ¿Puede un humano ser todavía más vil?

—¡Mmm…! —Mareju se aproximó al príncipe—. Seguro que es un niñito de mamá y está pensando en el alma de su pobre y gorda mami que subió a los cielos.


* * *


Durante un breve espacio de tiempo, Nill permaneció frente a Scapa mirándole y sin decir palabra. Él, rodeando con los brazos sus piernas dobladas, le devolvía la mirada serenamente.

Por fin, Scapa sonrió y dijo:

—Tampoco es para tenerte envidia con esa comitiva de muñequitos que llevas.

—¡Eres un mentiroso! —le echó en cara Nill. Para su sorpresa le resultó más fácil soltar la rabia que llevaba dentro de lo que había pensado.

—¿Qué? —preguntó él perplejo.

—Lo has oído perfectamente… ¡Mentiroso!

¿Por qué tenía los ojos fijos en ella como si no supiera de lo que estaba hablando? ¿Había mentido ya más veces además de la noche pasada?

Scapa se echó para atrás.

—¿Por qué has llegado a esa conclusión? No tengo ni la más remota idea de a qué te refieres.

Nill cerró los puños. Menos mal que él no podía ver lo colorada que se había puesto de la rabia y la humillación que sentía, ¡ese maldito trolero! Nill se acercó a él y le echó tierra encima con el pie. El chico levantó las manos, asustado.

—La noche pasada me robaste y me dijiste que… ¡Me quitaste el punzón de piedra mientras dormía!

Estaba rabiosa, por él, por la noche anterior, porque le había mentido en su propia cara, y rabiosa porque… ella le había creído, palabra por palabra.

—Yo… Nill… No te mentí —dijo rápido Scapa. Luego se pasó la mano por el pelo y señaló impaciente hacia el suelo—. Bueno, ¿qué? ¿Te cuento lo que estoy buscando o no?

La chica ya no sabía a qué atenerse. ¿Había oído lo que realmente había oído? De repente toda su rabia se había evaporado y estaba roja como un tomate, hasta las orejas.

¿No había mentido?

No supo qué hacer, pero por fin se sentó y cruzó las manos sobre el regazo.

—Pues cuéntame por qué me robaste.

La mirada de Scapa escrutó la noche. En las proximidades cantaban las cigarras. Todo lo demás era silencio. Ningún susurro, ningún sonido, ningún ladrido en leguas a la redonda. Daba un poco de resquemor y, al mismo tiempo, era la primera vez que él sentía que podía respirar sin problemas.

—El rey mató a alguien —dijo sencillamente y el propio Scapa se admiró de la facilidad con la que aquellas palabras habían salido de su boca. Creía que cualquier pensamiento que se refiriera a Arane estaba demasiado anclado en él como para entrar en una simple frase—. En una ocasión conocí a una persona… Bueno, ya ha pasado mucho tiempo. En todo caso, esa persona está muerta y el rey de Korr es el culpable. Y si en algún momento tengo la posibilidad de vengarme de esa muerte, lo voy a hacer. A cualquier precio.

Nill mantuvo la respiración.

—Esa persona era muy importante para ti, ¿no es cierto? —dijo en tono bajo.

—Sí. Podría decirse que sí.

—Tú… —la chica carraspeó—. ¿Tú la amabas?

Durante un largo espacio de tiempo se hizo el silencio entre ellos.

—Con su pérdida perdí mi pasado. Mi futuro. Y mi vida entera.

—Casi parece una maldición —dijo Nill a media voz.

—Tal vez lo sea —aceptó Scapa. Luego se apoyó sobre las manos y volvió la cabeza a la lejanía—. ¿No quieres llamar al príncipe de los cerdos? Seguro que a estas alturas él y sus amigos están cagaditos de miedo.

—Vamos a ver… No voy a ir a buscar al príncipe de los cerdos porque a Bruno no le pasa nada malo, ¿entendido? —la voz de Nill sonó mucho más valiente de lo que ella en realidad se sentía. A continuación, hizo una seña en la oscuridad. Apenas unos segundos después, aparecieron Kaveh, Bruno y los caballeros de nuevo.


* * *


Scapa se hallaba despierto cuando la primera luz del amanecer se elevó en la noche. Sentado con las piernas dobladas bajo la protección de la pared de roca, miraba la inmensidad del paisaje hasta la línea del horizonte, donde se dibujaban las montañas brumosas. Seguramente le habría despertado algún ruido cercano: quizá, el deslizamiento de unas piedras en algún lugar tras las dunas… Por lo menos, eso se imaginó ahora que ya estaba despejado.

Pero, en realidad, el culpable había sido un sueño.

Qué extraño. Le daba la impresión de que llevaba años sin soñar. Y menos de… aludes de nieve. Y de… ¡de derrumbamientos de piedras!

Se dio la vuelta. Tras él, a cubierto de las rocas, los elfos y Nill seguían durmiendo. Ninguno de ellos se había movido. Scapa se levantó con cierta desconfianza. Había algo más allá de las dunas.

Sacó su cuchillo y se encaminó en esa dirección.

Kaveh se despertó de pronto. Vio el cuchillo en las manos del ladrón, se puso de rodillas, agarró su arco y una flecha y tensó la cuerda.

—¡Quédate quieto!

Entretanto, se habían despertado los demás. Y observaban desconcertados a Kaveh y a Scapa, que estaba levantando las manos despacio.

—¡Es un traidor, lo sabía! —gritó Kaveh.

—¡Ay! ¡Cállate de una vez! —le exigió Scapa—. No tienes ni idea de…

—¡Quédate parado! Quédate parado en el sitio y no te atrevas a moverte.

—He oído ruidos. Sólo quería ir a mirar si había alguien ahí detrás. No intentaba ni remotamente…

—¡Ya basta! —gritó Erijel, se levantó y apuntó a Scapa con su arco. Éste suspiró con resignación—. ¡Se acabó! ¡No podemos confiar en el ladrón!

—¡Si no durmierais como marmotas, habrías oído los ruidos vosotros!

Como el día anterior, Kaveh y Scapa comenzaron a gritarse mutuamente; sólo que ahora también se entrometió Erijel. Nill contempló con cansancio cómo las cuerdas de los arcos de ambos elfos empezaban a temblar. Se puso de pie refunfuñando e interpuso su cuerpo entre Kaveh y Scapa.

—¡Parad de una vez! —chilló—. ¡Parad, parad, parad! —cuando a su alrededor los gritos por fin se silenciaron, la muchacha bajó los brazos—. Por favor. No podemos estar peleándonos todo el tiempo. ¡Al final, acabaremos matándonos aun antes de llegar junto al rey! Yo confío en el lad… Yo confío en Scapa. Debemos confiar en todos nosotros.

Scapa resopló.

—Yo no he empezado —dijo—. Pero si el elfo me apunta con el arco en cuanto me mueva, ¡no voy a poder proteger ni al cuchillo mágico ni a Nill!

Bostezando, Nill volvió junto a las rocas, se envolvió en la capa y recogió sus cosas.

—Vayámonos —dijo—. Si no me equivoco, estaremos más protegidos de los guerreros grises en las montañas que aquí.

—Nill tiene razón —concedió Arjas, que acababa de echarse al hombro la bolsa de las provisiones y se alisaba los despeinados cabellos—. Marchémonos. Cuanto más rápido abandonemos esta llanura de arena, mejor.

Kaveh y Scapa se miraron aviesamente. Pero al final el príncipe bajó el arco y, sin quitar la vista del ladrón, recogió sus pertenencias.

Siguieron el camino en silencio. Como la tarde anterior, Scapa iba el último y algo separado de los demás. Su mirada se apartaba rara vez del horizonte, donde las montañas se iban perfilando cada vez más nítidas sobre el cielo.

Bruno corría pegado al príncipe, gruñendo intranquilo. Husmeaba el rastro de los guerreros grises. A veces el olor le resultaba tan tenue que los guerreros debían de haber pasado por allí horas antes; pero en ocasiones era tan próximo que el jabalí resollaba y todos se aprestaban a ocultarse tras unas rocas porque un grupo de jinetes surgía galopando feroz ante ellos.

Al Oeste, el sol se abrió paso entre las nubes algodonosas y tiñó de rojo el paisaje. Poco a poco las dunas quedaron a sus espaldas. El sendero serpenteaba junto a la pared de roca y en algunos puntos comenzaba a elevarse. Justo enfrente de ellos se erigía la cordillera, verde oscuro en sus laderas, azul pálido en sus cimas. No eran unas montañas muy abruptas y tampoco tan elevadas como las de los Bosques Oscuros. Kaveh calculó que las rebasarían en tres días, siempre que no ocurriera algo. Si se daban prisa, alcanzarían el pie de las montañas antes de la llegada de la noche.

Unos cientos de metros antes de divisarlos, Bruno ya sintió su olor. Kaveh se quedó parado cuando el jabalí husmeó. Desenvainó la espada y se volvió a sus compañeros.

—Allí hay algo —dijo. Inmediatamente la tensión se apoderó del rostro de los demás. A lo largo del día ya se habían escondido cuatro veces a causa de los guerreros grises—. Algo… muerto.

Sacaron las armas. Erijel y Mareju se descolgaron el arco al mismo tiempo, Arjas empuñó la espada con ambas manos. También Nill y Scapa prepararon sus cuchillos. Por primera vez, Scapa se alineó pegado a Nill.

Siguieron caminando con precaución. La vereda hacía un recodo. Unas sombras se dibujaron sobre el suelo. Los seis integrantes de la comitiva se quedaron quietos. Una forma extraña se perfiló en los guijarros que tenían ante ellos. Era el largo reflejo de un bastón o de un árbol de tronco muy derecho; de pronto el bastón —o el tronco— se transformó en una masa informe. Kaveh tragó saliva. Reunió el suficiente coraje y dio la vuelta al recodo.

Una bandada de buitres emprendió el vuelo y comenzó a trazar circunferencias sobre el cielo rojo. Las manos de Kaveh perdieron fuerza y la espada se inclinó hacia abajo. A su espalda los guijarros crujieron al aproximarse los demás.

A la orilla del camino había varios postes de madera clavados en la tierra. Quince, tal vez veinte. De ellos colgaban elfos muertos.

La punta de la espada de Kaveh golpeó el suelo con un tintineo metálico. Aturdido, se dirigió hacia los colgados.

Se levantó un enjambre de moscas cuando el príncipe miró los cadáveres. Se encontró con sus ojos yertos, algunos estaban vueltos hacia el cielo. Como en una pesadilla, Kaveh recorrió la larga hilera. En los carteles que había clavados en los postes ponía «Traidores», tanto en lengua élfica como en idioma humano. «Traidor al rey». «Difamador de la corona». «Espía de los Bosques Oscuros».

También había elfos libres. Las lágrimas asomaron a los ojos de Kaveh cuando se encontró frente a frente con el rostro de una elfa de los bosques. Un hilillo de saliva roja asomaba por la comisura de sus labios. De pronto una mosca se posó en su boca y la recorrió despacio, aleteando…

Kaveh gritó. Su cuerpo se balanceó, se le doblaron las rodillas y cayó sobre sus manos sin poder apartar la vista de la elfa.

Las moscas. Estaba muerta y las moscas…

Erijel se hallaba junto a Kaveh —tenía que haber corrido hasta allí— y lo sujetaba por los hombros.

—Kaveh, ¡está muerta! ¡Ya está muerta! —Erijel enmudeció.

Todo se quedó en silencio y en leguas a la redonda —por lo menos, eso parecía— los sollozos de Kaveh fueron los únicos sonidos.

La sangre seca. La soga, su garganta. Los ojos. Las moscas…

Kaveh tiritaba por todo su cuerpo. Una ola febril, palpitante de náuseas, se había adueñado de él. Nill se le acercó. Se arrodilló a su lado y puso con precaución un brazo alrededor de sus hombros. Él apenas sintió su mano en la mejilla.

¿Cómo podía producirse tanto horror entre el Cielo y la Tierra…? ¿Cómo podía suceder algo así mientras lucía el sol, salía la luna y los árboles se mecían verdes en el viento?

Por fin Kaveh logró ponerse en pie, se enlazó a Nill y Erijel, y se aproximó a las rocas. Inclinó su cuerpo, tosió y vomitó. Fue la primera vez que a Scapa se le hizo simpático.

El Señor de los Zorros tenía los dientes apretados. Por supuesto que había visto cosas peores: desde que gobernaba el rey, en Kaldera tenían lugar a diario empalamientos, crucifixiones y decapitaciones, y quién sabe cuántas barbaries más que no se mostraban abiertamente. Esa era la pesadilla cotidiana. Scapa llevaba tres años conviviendo con ella. Pero ahora ya era suficiente. La visión de los elfos muertos le había sobrecogido, sí, le había sobrecogido tanto por primera vez en su vida que incluso comprendió el hondo pesar del príncipe de los elfos libres.

Scapa se abrió paso hasta Nill, que se había sentado en el suelo, y extendió con cuidado la mano hacia ella. Quería transmitirle moral, daba igual que él mismo la tuviera o no. Quería rodear sus hombros y consolarla. Pero Nill se giró y miró su rostro. Scapa retiró la mano inmediatamente. Carraspeó.

—Vámonos —propuso.

De repente, unas piedras se derrumbaron tras Kaveh. Él dio un respingo. Algo rodó por las rocas y se precipitó sobre el camino. Scapa tiró de Nill y la empujó a un lado cuando aquel bulto descontrolado se abalanzó sobre ella.

Una tos salió del fardo de tela. Aparecieron dos brazos y dos piernas enlazados como si se tratara de un escarabajo moribundo. Scapa ya estaba sobre el extraño, lo agarraba a la altura del cuello y le ponía el puñal en la garganta.

—¡Scapa! ¡Scapa…! ¡Soy yo!

Los ojos del Señor de los Zorros se ensancharon. Echó el cuchillo para atrás cuando hizo acto de presencia una cabeza de rizos rojos.

—¡Fesco!

Fesco volvió a toser. Su rostro estaba completamente empolvado de arena amarilla. Rasguños y arañazos cubrían su piel, llevaba la ropa tan rota y sucia como la primera vez que Scapa lo había visto en las calles de Kaldera.

—¡Fesco! ¡Por todos los demonios! ¿Qué haces aquí?

—¿Qué haces tú aquí? —le gritó el pelirrojo pataleando hasta que Scapa lo soltó. Luego retrocedió ligeramente, se sacudió el polvo a conciencia y se giró en círculo sin decidirse a quién de todos podía darle la espalda. Al fin, se volvió hacia Scapa de nuevo—. Te he seguido.

Scapa soltó un resoplido de incredulidad.

—¡Ya me he dado cuenta!

Fesco cambió el peso de un pie a otro, y echó un vistazo a los elfos colgados y a Kaveh, que seguía blanco como la cera, apoyado a las rocas. Lo miró como si también el príncipe se hubiera liberado de una manera milagrosa de su horca.

—Yo… No puedo dejar que te marches solo —gritó Fesco—. ¡Mira a tu alrededor! ¡Estás rodeado de elfos! Y no sé qué es peor: ¡que unos estén muertos o que otros estén vivos!

Scapa echó un vistazo rápido a Nill. Luego se acercó a Fesco con grandes zancadas y volvió a agarrarlo de los hombros.

—¡Ésta es mi decisión, Fesco! ¡No la tuya! ¡No tendrías que estar aquí!

—¡También es mi decisión si yo estoy aquí! —le respondió el pelirrojo—. Si tú puedes estar aquí, yo también.

Scapa se quedó observándole y se le aproximó tanto que sus narices casi se rozaron.

—¿Qué?

Fesco trató de soltarse mientras mantenía la mirada hosca del Señor de los Zorros.

—No voy a regresar. Me quedo contigo, Scapa… ¿Te crees que voy a desandar yo solo todo el camino? ¡Ja! ¡Está infestado de guerreros grises!

—Maldita sea. ¿Cuántos ladrones más van a pegársenos? —gruñó Kaveh dándose una palmada en la frente.

—Éste es el último —dijo Scapa—. Es nuestro último compañero de viaje —y volviéndose a Fesco, añadió—: Porque el siguiente zorro que se me cruce en el camino ni seguirá con nosotros ni regresará.

Pero Scapa sabía que no iba a aparecer ningún ladrón más. Ningún zorro le habría seguido hasta tan lejos como Fesco.

«¡Vaya loco! Fesco, qué loco…», pensó Scapa. Y le dolió.