Compañeros

Nill no sabía muy bien cómo comportarse. Diez minutos después de la partida, dudaba de la decisión que había tomado. ¡No tendría que haberse dejado acompañar por los elfos! No los conocía de nada. Por la noche podrían robarle el punzón de piedra. Y eso sería lo menos malo que podrían hacerle.

Le parecía que las miradas de los elfos le quemaban la espalda y no se atrevía a girarse hacia ellos. Así transcurrieron varios minutos en los que la muchacha se fue sumergiendo cada vez en más miedos y reproches.

Luego echó un vistazo al bosque. Miró hacia la orilla. Allí estaba otra vez… el reflejo.

—¿Habéis visto eso? —preguntó con voz entrecortada—. Esa…, esa luz de allí.

—Es Kaveh. Su coraza se refleja —el caballero Arjas encogió los hombros. Y de pronto a Nill le pareció que eran demasiado estrechos para pertenecer a un caballero. En realidad aquellos elfos eran unos muchachos más que unos hombres, seguro que no mucho mayores que la propia Nill. Sólo Erijel tenía aspecto de ser dos o tres años mayor.

—¿Y… sois todos caballeros del rey? —preguntó.

—Sí —respondió Mareju de inmediato. Y tras un breve silencio, añadió—: No exactamente. Guardamos lealtad al príncipe Kaveh, el hijo segundo del rey. Somos su guardia personal —lo dijo con tanto orgullo que Nill llegó a la conclusión de que decía la verdad.

—Entonces, ¿tiene un hermano mayor? —preguntó la chica de nuevo.

Arjas se rascó su brillante pelo verde.

—El primogénito es el príncipe Kejael. También él posee, como Kaveh, su corte de caballeros. Pero, por supuesto, no pueden compararse con los del príncipe Kaveh — rió con una mueca que inmediatamente contagió a su hermano.

—¿Ése es el motivo de que el rey os haya enviado como exploradores? —preguntó Nill.

—¡Claro! —dijo Mareju con un apasionado asentimiento de cabeza—. Justo por eso. Ya hemos actuado como exploradores otras veces. Somos absolutamente invencibles, ¿sabes?

Nill sonrió algo incrédula.

—Debéis de entenderos bien. Con el príncipe, me refiero.

Los gemelos también opinaban lo mismo.

—¡Somos hermanos de sangre! —explicó Arjas—. La fidelidad que le hemos jurado también Kaveh nos la ha jurado a nosotros.

—Sí —gruñó Erijel de improviso, que estaba sentado al final de la barca con expresión de mal humor—. E hicimos especial hincapié en que no haríamos actos temerarios.

Los gemelos encogieron los hombros casi al mismo tiempo. Entretanto, la mirada severa de Erijel se clavó en Nill.

—¿Por qué motivo exactamente te mandan a Korr?

De pronto la chica sintió que su lengua estaba como paralizada.

—Sólo tengo que informarme —dijo sin dar más explicaciones. Por supuesto, él no se contentó con eso, tampoco ella lo habría hecho—. ¿Y vosotros? ¿También tenéis que informaros? —preguntó a su vez.

Arjas, Mareju y Erijel asintieron.


* * *


Con la misma rapidez con la que el temor hacia los elfos se había apoderado de Nill, desapareció de nuevo. Cuando los primeros rayos de sol traspasaron las nubes y una luz tenue se coló entre el follaje muy por encima de ellos, Nill ya reía y gastaba bromas con la misma naturalidad que Mareju y Arjas. Por su parte, Erijel se había envuelto en su capa y dormía. Según había mascullado entre dientes, la última noche no había dormido nada porque le había tocado hacer guardia.

Aquello no parecía preocupar nada a los gemelos. Nill primero sonreía azorada, luego comenzó a reír solapadamente y, al fin, cuando hubo superado todas sus inseguridades, reía a mandíbula batiente a causa de los chistes de ambos hermanos. Era una sensación nueva para ella: nunca hubiera creído posible que, tras tan poco tiempo, se pudiera tener un trato tan natural con alguien. También era muy nuevo para Nill poder pasar un rato tan entretenido con otras personas.

Mareju y Arjas le estaban contando unos cuentos populares de los elfos muy divertidos, pero en ellos había un montón de términos que sólo conocían ellos, así que Nill entendía la mitad de la mitad (no sabía ni lo que era un sagrado animal de la niebla, que siempre aparecía en las historias mitológicas, ni tenía la más remota idea de lo que podía ser una luz de la floresta o un gnobbkop).

Nill ya no podía más y tuvo que ponerse las dos manos delante de la boca para no estallar en carcajadas cuando los hermanos hicieron una apuesta.

—¡Jamás en la vida! —refunfuñó Mareju cruzando los brazos con decisión por encima del pecho—. ¡No vas a conseguir quitarle la espada a Erijel mientras duerme, querido hermanito! ¿Ya te has olvidado de que duerme siempre con las orejas aguzadas y las manos a punto de dar un bofetón a aquel que se le acerque?

—Pues, de todos modos, lo voy a hacer —Arjas hizo una mueca, convencido de su triunfo. Sus labios trataban de evitar que su boca se abriera en una sonora carcajada y ese mohín dejaba bien a las claras la cantidad de travesuras en las que el chico se había visto implicado—. Me apuesto lo que quieras a que le quito la espada sin que se dé cuenta.

Durante un rato los gemelos cuchichearon y se rieron por lo bajo hasta que al fin se pusieron de acuerdo en cuanto a la apuesta. Si Arjas lograba su propósito, Mareju se tiraría al agua.

—Y pescaré un pez con la boca —añadió el muchacho.

Arjas lo dejó tan sólo en saltar al río.

Con mirada picara se dio la vuelta hacia el dormido. Extendió una mano cautelosamente, la retiró de nuevo, se frotó la frente y restregó los dedos en la capa. Luego se quitó la prenda con rapidez y se desabrochó también la coraza. Al fin, ante la insistencia de Mareju, pareció decidido a actuar.

Se mordió la lengua para no despertar a Erijel con una estruendosa carcajada… y se aproximó al durmiente. Sus dedos se alargaron, rodearon la empuñadura de la espada como a cámara lenta y tiraron del arma. Sonó un tintineo. De pronto, Erijel abrió los ojos. Su mano agarró el antebrazo de Arjas. Enojado, el caballero miró al chico a la cara.

—¡Por todos los espíritus de los bosques y almas del Cielo!

Arjas hizo un gesto de resignación y luego saltó por la borda de cabeza al agua.

—¿Qué…? ¡Estás loco! —Erijel se levantó precipitadamente mientras Nill y Mareju se sujetaban la tripa de la risa. Unos segundos después, Arjas apareció de nuevo y comenzó a nadar en pos de la barca. Riendo por lo bajo, Nill le ayudó a izarse mientras Erijel y Mareju no paraban de maldecir porque el chico lo estaba empapando todo.

—Helada —murmuró Arjas quitándose a toda prisa la túnica empapada. Luego se sentó a secarse al sol. Nill sabía lo fría que estaba el agua en realidad, pero no daba la impresión de que a Arjas le importara demasiado; sería tal vez a causa de su sangre élfica o quizá de su condición caballeresca.

A la puesta de sol, remaron hacia la orilla. Erijel entonó un silbido, que pronto fue correspondido desde los bosques por uno similar. Así supieron que Kaveh estaba en las proximidades.

Mientras amarraban la barca a una raíz y pisaban suelo firme, por detrás de los árboles aparecieron Kaveh y su jabalí. El príncipe no daba muestras de estar muy cansado tras la larga jornada.

Juntos recogieron leña, la llevaron bajo la copa de un gran abedul y encendieron fuego. Entonces, los elfos vaciaron sus bolsas de provisiones y le enseñaron a Nill, que ya lo esperaba con curiosidad, los principales alimentos que comía el pueblo élfico.

Unas finas obleas de pan eran la base de su sustento.

—Se muele la harina fabricada con la corteza de un árbol que sólo existe en los Bosques Oscuros, se la deja fermentar siete semanas a la luz de la luna, se cuece sobre los fuegos del nejuddha y se mezcla con el agua sagrada de la fuente Fiajud —contó Mareju levantando las manos en actitud solemne. Luego mordió el pan y añadió mientras masticaba—: Pero también se puede hacer con raíces.

Y de ésas tenían un montón. Eran tubérculos oscuros, redondos, con un aroma apenas perceptible.

—¡Están muy buenas! —Arjas le alargó una de las suyas—. Tienen un ligero gusto agrio.

Nill la tomó vacilando. Las curiosas miradas de los elfos estaban vueltas hacia ella cuando la chica abrió la boca y mordió un pequeño trozo.

En realidad, le supo… ¡dulce! Por un momento se sintió absolutamente desconcertada. Miró a los elfos con asombro. Mareju y Arjas soltaron una carcajada al unísono.

—¡Ah…, has caído!

—¿Qué queréis decir? —preguntó Nill tragando. Era un gusto peculiar. Primero le recordó al de las nueces, pero luego se percató de que en ellas había algo mucho más blando; como si hubieran bañado las nueces en miel.

—Bueno… —le explicó Arjas—. Creías que estaban agrias, pero son dulces, y como tú esperabas algo agrio, te has asustado al no encontrarlas así.

Siguió un largo silencio.

—Ha sido una broma bastante estúpida —indicó Erijel.

—Sí, tienes razón —Mareju se encogió de hombros mientras Arjas le echaba una mala mirada a su hermano.

—Pues tú te has reído, ¡traidor!

—De pena —Mareju se volvió hacia Nill—: ¿Qué se puede hacer si se tiene como hermano a un molesto saco de risa? Por supuesto, yo soy muy diferente…

Mientras los gemelos comenzaban a pelease en élfico a voz en grito, Nill siguió comiéndose la raíz.

Luego tuvo que probar las obleas de pan: manjam se llamaban.

—Atiende —dijo Kaveh tomando una—. ¡Te voy a preparar un verdadero manjam kher! Con kanye, sorva, ilijen y tiras de pescado seco. Con todo lo que tengo aquí.

Los caballeros se rieron, porque por lo visto los ingredientes de los que Kaveh disponía no eran los adecuados para un manjam kher. Kaveh puso hierbas, carne cortada a trozos y unas extrañas ralladuras —parecían trozos de corteza o cebolla asada— en medio de la oblea, luego la dobló formando un cuadrado. Se la pasó a Nill.

—Ten cuidado —dijo Arjas riendo—. Kaveh ha pasado más tiempo fuera, en los bosques, que en los fogones. No me sorprendería que Bruno cocinase mejor que él.

—Mientras no esté agrio… —y Nill le hizo una mueca a Arjas. Luego cogió con curiosidad aquella especie de empanadilla cuadrada. Era rara, pero tenía pinta de estar buena. Mordió.

El pan estaba tierno y salado. Las hierbas, no tenía ni idea de dónde procedían, la carne seca era mucho mejor que la suya y las ralladuras le parecieron una delicia desconocida y crujiente.

Entonces, los elfos quisieron saber lo que comían los humanos. Nill abrió sus alforjas un poco avergonzada, ella no había traído ni de lejos exquisiteces como las suyas. Les enseñó el pan, mucho más grueso y grande, y que no podía doblarse, y las tiras de carne seca. Pero, si Kaveh no estaba nada impresionado, como pensaba Nill, lo cierto es que actuaba de maravilla. Con gran entusiasmo iba examinando un alimento tras otro y mordió un pan como si aquel acto fuera a llevarle a una tierra ignota.

Más tarde los elfos le explicaron a Nill más historias de su raza y de sí mismos. Esa noche la muchacha supo que Kaveh, Arjas y Mareju ya habían robado, perdido, destrozado, roto, dejado caer y desfigurado más de una docena de objetos caros o de hondo significado; y que casi la misma cantidad de veces habían sido castigados, reprendidos y encarcelados por ello, pero que siempre habían huido y salido indemnes gracias a su ingenio. Daba la impresión de que no hubiera habido en todo el mundo ninguna disputa en la que Kaveh, con la ayuda de los gemelos, no hubiera participado. Pero todo aquello no sucedía, como Nill ya intuía, por maldad. Al contrario, en todas las aventuras Kaveh parecía haber tenido buenas intenciones —o, por lo menos, mucha osadía—, pero por uno u otro motivo las cosas se le torcían y terminaban en catástrofe.

—Y yo te diré por qué —tomó la palabra de repente Erijel, que había permanecido casi toda la noche en silencio—. Porque Kaveh es un soñador empedernido que sigue la idea que primero se le viene a la cabeza.

Kaveh le rodeó el hombro riéndose.

—¿Me puedes explicar cuándo te convertiste en mi padre? Cielos, Erijel, ¡deja de hablarme como un maestro! Bromas aparte —añadió dirigiéndose a Nill—, Erijel es, sin ninguna duda, el peor de todos nosotros. Porque, aunque siempre me amenaza con que va a confesárselo todo a mi padre, al final es él el que comete la peor fechoría. Imagínate que le juró a una joven llamada Ylenja que la ama, y eso que un caballero sólo puede hacer promesas a su señor… —la voz de Kaveh había adoptado un tono algo más serio, pero éste desapareció cuando el chico se vio obligado a sofocar una carcajada—. ¡Y se lo prometió con una marca de fuego!

Mareju y Arjas se abalanzaron sobre Erijel y le levantaron la manga. En la parte interior de su brazo había un signo, una letra seguramente, marcado a fuego sobre su piel.

—¡Dejadlo estar! —gruñó Erijel intentando ocultar su semblante rojo de vergüenza con un estallido de cólera—. Es sólo…, sólo es un signo, ¡nada más!

Lo único que consiguió con ello es que las risas subieran de intensidad. Pero a Nill de pronto Erijel se le hizo mucho más simpático.

Cuando ya hubo oscurecido, los elfos le cantaron a Nill canciones de su pueblo y le hablaron de sus fiestas y tradiciones, que estaban muy lejos de ser sanguinarias y no tenían nada que ver con los cuentos de terror que narraban los humanos. Tan sólo de vez en cuando utilizaban los caballeros términos que Nill no comprendía y hablaban de hechizos misteriosos que Nill apenas podía intuir.

Una de las canciones que los caballeros le cantaron mientras llevaban el ritmo con las palmas gustó mucho a la chica:

¡Fuego de la Noche Averna,

danza, que esta oda es eterna!

Durante cien años luce;

la noche a nada conduce.

Si nuestro pueblo un día perece,

el sueño recordarlo merece,

y amanecerá en la leyenda;

por eso ¡durante cien años luce,

fuego de la Noche Averna!

Según le explicaron, la Noche Averna era una fiesta en la que chicos y chicas bailaban hasta que los fuegos se consumían al alba. Los caballeros le pidieron que les cantara alguna canción de los humanos. Y el corazón de Nill se estremeció.

Sólo se le ocurrió una canción. Sólo una que estaba tan fuertemente prendida de su memoria que nunca podría olvidar: ¡la canción de la Niña de Espinas!

—No —dijo en voz muy baja—. No conozco ninguna canción —cuando los elfos se miraron asombrados, añadió rápidamente—: Eso no quiere decir que los humanos no canten canciones. Pero yo prefiero sus poemas orales.

—¿Poemas orales? —Kaveh sonrió—. ¿Quieres recitarnos uno?

Nill se pasó la lengua por los labios. Jamás habría pensado que iba a recitar un poema alguna vez. Pero luego, en cuanto la primera palabra salió de su boca, todo el poema pareció fluir por sí mismo:

¡Gira, gira, rueda de la fortuna!

Ven, vida, vehemente y oportuna.

En el viento déjame volar,

como un rayo que viene y que va.

Valiente y huidiza como las olas;

dulce, en el corazón de las personas.

Si te lo pido, concédeme bravura

y giraré, giraré… rueda de la fortuna.

—Es una poesía hermosa —dijo Kaveh abrazándose las rodillas pensativo—. Para ser sinceros, no sabía que los humanos… En fin, entre los elfos se cuentan muchas bobadas de ellos, créeme.

—También entre los humanos se habla mal de vosotros —dijo Nill.

—¡Es tremendo! —gritó Kaveh—. ¡Los humanos y los elfos se odian entre sí aunque no se conozcan! Cuando sea rey, haré algo para cambiarlo.

—¿Vas a ser rey? Creía que tenías un hermano mayor.

—Sí, ¿y? —se interpuso Mareju. Sus ojos estaban cargados de sueño—. Oh, sí — murmuró a continuación—. Lo había olvidado, para los humanos el heredero de todo es el primer hijo. En nuestro caso, es distinto… Designaron a Kaveh para ser rey y portar la corona.

El príncipe de los elfos libres sonrió cuando las palabras de Mareju se perdieron en un bostezo.

—Ya es muy tarde —dijo en voz baja—. Deberíamos dormir.

Nill asintió. Se puso la capa sobre los hombros y se acomodó junto al fuego.

—Buenas noches —susurró.

—Buenas noches.

Cerró los ojos y oyó el crepitar de las llamas, el murmullo del río, el canto de las cigarras y la respiración reposada de los gemelos. Y, enseguida, un cuchicheo. Eran las voces de Kaveh y Erijel. Nill las escuchó como se escucha una canción. Escuchó el sonido de la melodiosa lengua élfica y se durmió pensando que tenía una cadencia muy, muy hermosa…