Canción de los elfos

Era una silenciosa mañana invernal. El cielo estaba radiante, azul, sin una sola nube. Los rayos de luz se colaban entre los árboles, haciendo centellear la capa de nieve.

Cerca de la aldea de los elfos el cielo se reflejaba sobre el lago. En la orilla más distante, donde proliferaban las altas cañas de color pajizo, una fina capa de hielo cubría el agua. Una bandada de gansos izó el vuelo aleteando y salió volando sobre el lago.

Los elfos habían preparado una balsa junto a la orilla. Coronas de sarmientos secos y raíces trenzadas engalanaban los dos cuerpos que yacían en la barca.

Tenían aspecto de dormir plácidamente. A pesar de las heridas, se podía apreciar que la muchacha había sido muy hermosa. Entre sus dedos y los del joven, que estaban entrelazados, descansaba una amapola seca.

El rey de los elfos libres entró con una antorcha en el agua. Las olas rozaron sus rodillas cuando alcanzó la balsa. Se volvió a los presentes: no había muchos elfos, pero habían aparecido varios jabalíes y algunos ciervos. Hacía ya tiempo que lobos y gurmenos habían regresado a sus hogares. Durante un breve espacio de tiempo la mirada del rey recorrió las caras de todos. Luego comenzó a hablar:

—Haced que nunca olvidemos a los muertos. Sus hechos fueron tan horrorosos como trágicos. A causa de la unión que existió entre ellos, y que llegó hasta el mismo momento de su muerte, no vamos a separarlos. Lo que uno quería destruir, el otro lo salvó. Se pertenecen uno a otro —Lorgios enmudeció y se dio la vuelta. Se puso la mano libre en la frente e hizo una reverencia, luego encendió la balsa y puso la antorcha sobre las plantas secas. Al momento, las llamas prendieron en las coronas.

Nill se estremeció. La desesperación se adueñó de ella.

—Esperad —dijo con una voz demasiado baja—. No… ¡Esperad!

Con las rodillas temblorosas corrió hacia la orilla. La balsa ya había iniciado su viaje hacia el centro del lago. Luchó contra la fría corriente, hasta que alcanzó las llamas. El agua le llegaba más allá de los muslos. Las chispas saltaron sobre ella. Entre el fuego y las lágrimas pudo ver a Scapa.

¡No podía estar muerto! Dormía tranquilo, ¡sólo dormía! Su rostro desapareció en el calor sofocante de las llamas.

Nill sacó un puñal del cinto y se cogió el cabello. Un murmullo de sorpresa recorrió las filas de los elfos cuando la muchacha se cortó el pelo: nadie conocía sus sentimientos. Nadie, salvo Kaveh.

Sollozando, tiró los cabellos al fuego. Se enroscaron y ardieron chisporroteando. La balsa siguió su marcha. Una última vaharada de calor golpeó a Nill, su pelo corto ondeó en torno a su cara. Las llamas se hicieron cada vez mayores. Ya no se podía reconocer nada tras ellas.

Nill permaneció en el agua, observando cómo la balsa se consumía entre las llamas.


* * *


Tras la muerte de la Criatura Blanca, la batalla había terminado precipitadamente. Los guerreros grises dejaron sus armas y cayeron de rodillas. Lloraban porque eran libres y lloraban porque tanto la corona Elrysjar como el cuchillo mágico —la corona Elyor— habían perdido sus poderes. El mayor hechizo del pueblo élfico se había diluido, destruido incluso; se había consumido como un espectro y jamás retornaría.

El rey de los elfos libres mantuvo las dos mitades en las manos. En el mismo momento en que el cuchillo de piedra mató al portador de la corona, volvió a transformarse en la media corona Elyor. Ahora ambas mitades no eran más que una piedra rota.

Con un último suspiro, Lorgios dejó caer las dos coronas de piedra en el hoyo de tierra. Luego tapó el pequeño agujero del suelo y aplanó la tierra oscura de la parte superior. Por encima de él, susurraron las ramas de un viejo abedul. Ya habían brotado las primeras hojas. Un viento cálido meció las copas de los árboles. Había llegado la primavera.

Lorgios se levantó con un gemido y se sacudió las palmas de las manos. Su hijo pequeño estaba junto a él. Aunque no llevaría la corona Elyor, como había hecho Lorgios años atrás, sería rey también. Y eso supondría una dura prueba. Su forma de actuar debería ser íntegra y rigurosa para que las distintas estirpes de elfos le fueran siempre leales, incluso sin la magia. Pero Lorgios se mostraba confiado. Kaveh tenía suficiente temperamento y corazón para mantener unidos a los elfos de los Bosques Oscuros.

Los dos comenzaron a caminar, en silencio. El bosque estaba despertando tras el largo invierno. A Lorgios los cantos de los pájaros le dieron la impresión de ser más claros y hermosos que nunca. Aspiró con fuerza el aire fresco. Pero siempre le ocurría lo mismo cuando llegaba un nuevo año. Todo le parecía más limpio e intacto que el año anterior.

—Es así —dijo Lorgios mientras caminaban bajo las sombras verde oscuras—. El tiempo es la magia mayor que existe. Cura y mitiga todo, y lo que parece imposible de sanar, bueno, eso también se amortigua con el tiempo. Todo lo que queda del amor, del odio, de las guerras más violentas no es más que un simple recuerdo. Los recuerdos son la herencia de todas las cosas de la vida, por gigantescas que hubieran sido en su momento —cerró los ojos y sonrió apacible—. Mientras sepa que quedará un recuerdo de nuestro tiempo, existiremos eternamente. Sea cual sea el destino de nuestra raza.

Kaveh se quedó parado. Al volverse hacia él y percibir su expresión de disgusto, por un momento, Lorgios creyó verse a sí mismo de joven.

—¿Existiremos eternamente, padre? —repitió Kaveh con incredulidad. Luego se dio la vuelta y se arrodilló decidido. Levantó un puñado de tierra y lo puso en la mano de su padre—. ¿Sientes esta tierra? ¿Sientes el roce de mi mano? ¡Esto es existir! Si se nos olvida y nuestra raza desaparece como tú acabas de predecir, nos perderemos en la oscuridad del pasado. En ningún pensamiento ni en ningún recuerdo, aunque dure mucho más que nuestra raza, podrás sentir todo lo que forma ahora parte de nuestro presente.

Para asombro del joven príncipe, Lorgios sonrió, se sacudió la tierra de los dedos y rodeó con sus manos la cara de su hijo. Kaveh frunció las cejas desconcertado.

—¡Eres joven, Kaveh! Cuando hayas vivido tu vida, cuando hayas mantenido en tus manos muchos puñados de tierra como éste, lo entenderás. Hasta entonces —se rió—, embébete de todas las emociones del mundo y deja que un hombre viejo goce con sus recuerdos.

Y Lorgios volvió con ternura el cuerpo de Kaveh en la otra dirección. Durante unos segundos, su hijo no vio más que los árboles espigados. Pero luego reconoció lo que el rey quería enseñarle: no muy lejos, Nill caminaba por la maleza sin haberles descubierto. Parecía ir hacia el lago.

Sonriendo y sin demasiados miramientos, Lorgios le limpió a su hijo la tierra de la cara.


* * *


Los árboles volvían a ir ataviados con sus vestidos verdes y brillantes. Entre el despertar de la vida, quedaba aquí y allá alguna rama pelada; pero era la única huella que restaba del invierno.

Había transcurrido el tiempo. Y a pesar de ello, cuando Nill alcanzó el lago y se quedó parada a la orilla, tuvo la sensación de que tan sólo había pasado un día desde la incineración… Desde los días en Korr, desde que había partido para llevarle el cuchillo a un rey del que no había oído nada antes. Suspiró al contemplar el agua oscura y se preguntó si algún día podría verdaderamente dejar aquellos acontecimientos atrás.

Una rama crujió a su espalda. Cuando se dio la vuelta, Kaveh surgió de las sombras de los árboles.

—Hola. ¿Cómo te va? —al percatarse del rostro pálido de la chica, rápidamente miró hacia el cielo—. ¡Qué tiempo tan magnífico! Por fin es primavera. ¡En verano podremos nadar en el lago! —Kaveh tragó saliva al darse cuenta de que había dicho algo muy inconveniente.

Frunciendo un poco las comisuras de los labios, Nill se giró hacia el lago. El viento sopló en su contra y, aunque no era frío, la chica se encogió de hombros y cruzó los brazos destemplada.

Kaveh se acercó a su lado. Durante un rato estuvo luchando consigo mismo, luego se pasó la lengua por los labios y murmuró:

—¡Ay, Niyú! Creo que todas las heridas llegan a curarse. De algún modo, comienza a vivirse con todo y cada pérdida y cada dolor empiezan a resultar soportables… Además —añadió en voz algo más baja—, incluso los cabellos más cortos vuelven a crecer.

Nill sonrió abatida.

—No —dijo con entereza—. Para mí está perdido. Para siempre.

Kaveh no replicó nada durante mucho tiempo. No estaba muy seguro de a qué se refería con aquella frase; claro, se lo imaginaba, pero… Por fin, las palabras salieron de su boca:

—¡Tal vez no sea cierto! Si las cosas en el mundo regresan una y otra vez, si la lluvia sube de la tierra y vuelve a caer de las nubes, si las plantas muertas se transforman en tierra y la tierra, en nuevas plantas, y nosotros inspiramos y volvemos a espirar, entonces…, entonces es que nuestros sentimientos y pensamientos, sí, todo, lo que sentimos y soñamos y creímos un día, ¡también regresará! Entonces, felicidad y amor y tristeza y alegría son únicamente cosas que empiezan y terminan y vuelven de nuevo a crecer. Nada en el mundo está perdido. Sólo nos lo parece. Pero en realidad todo se repite. Todo se marcha. Y regresa de nuevo.

Nill se le quedó mirando. Y por primera vez Kaveh tuvo la sensación de que lo veía de verdad. Respiró hondo. El viento soltó varios cabellos de sus rastas y los dejó danzar sobre su cara. Bajó la cabeza.

—Si tú —comenzó—, si tú no sabes dónde ir…, ¿tal vez podrías quedarte con los elfos libres? ¿Conmigo? —apenas le salió la voz al pronunciar la última palabra. Seguro que Nill no la había oído.

Durante unos instantes se hizo el silencio entre ellos mientras Kaveh parecía muy interesado en mirarse las uñas. Luego el viento trajo un rumor consigo, que sonó como una melodía. Se introdujo sutilmente en el aire y fue subiendo de tono, hasta que Nill y Kaveh reconocieron la canción que provenía de la aldea de los elfos:

…Si nuestro pueblo un día perece,

el sueño recordarlo merece,

y amanecerá en la leyenda;

por eso ¡durante cien años luce,

fuego de la Noche Averna!…

Tras la canción estallaron las cantarinas carcajadas de unos niños. Kaveh frunció la frente: ¡la Noche Averna había llegado muy deprisa esa vez! Levantó la vista. Una sonrisa titubeante se había instalado en el rostro de Nill. Y de pronto la muchacha se rió. El viento sopló travieso sobre ella y trajo los primeros olores del verano.

—Sí, quién sabe todo lo que ocurrirá en el futuro. Y si yo me quedaré —dijo Nill y una alegría inusual floreció en su interior—. Ya veremos… Ya veremos…