Las distintas razas se reúnen

Nill volvió a la aldea todavía más pensativa e intranquila que antes. ¿Cómo se había enterado la adivina de que ella había regresado? ¿Por qué conocía el nombre, Niyura, que el rey Lorgios acababa de otorgarle? Nill no sabía a qué atenerse con Celdwyn. Suspiró. No era la primera vez que un humano la descolocaba de esa manera.

Ante ella apareció el valle. Pero… la aldea de los elfos continuaba desaparecida. Nill se quedó quieta de golpe.

—Oh, no —murmuró.

La magia había hecho invisible al pueblo. El miedo se adueñó de Nill. Bajó la pendiente con las piernas que se le doblaban. Nada. Ni un árbol. Ni una cabaña. Ni un elfo… Su vista recorrió desconcertada las copas de los árboles que, enfrente del valle, se hallaban a merced del viento.

La muchacha pegó un chillido cuando alguien la cogió del brazo. De repente, Kaveh estaba ante ella.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó sin poder evitar sonreír a causa de la confusión de su rostro. Ella miró a su alrededor con perplejidad y, súbitamente, estaba todo allí de nuevo: las hayas en forma de espiral, los puentes colgantes, las cabañas, las hogueras casi extinguidas de la Noche Averna.

—Yo… eh… ay —balbuceó la chica.

Kaveh se rió.

—Creo que debo enseñarte cómo convocar al pueblo. Si no, ¡vas a hacer que me vuelva loco buscándote!

Subieron juntos el resto de la pendiente y bordearon las hogueras en las que todavía brillaban los últimos rescoldos y dos o tres llamas minúsculas. Sobre la hierba se divisaban aún bastantes elfos y una música de flauta flotaba en el aire.

—¿Y? —dijo Kaveh—. ¿Qué tal llevas tu nuevo nombre?

Nill se encogió de hombros.

—Todavía no lo ha utilizado nadie —mintió.

Kaveh se paró ante ella.

—Niyura —dijo sonriendo titubeante—. Soy el primero que te ha llamado así oficialmente. Niyú.

Nill frunció las cejas.

—¿Qué significa?

—Bueno, ahora que ya tienes un nuevo nombre, necesitas un apelativo cariñoso. Niyú, de Niyura…

—Niyú —la chica sonrió—. Espero que no sea otro insulto, suena casi como Nill.

—¡No lo es! —respondió Kaveh mientras las orejas se le ponían coloradas—. Quiero decir… No, bueno, Niyú, esa desinencia se utiliza como un diminutivo para dulcificar palabras y nombres, como… —buscó una equivalencia—. Como flore cita — se la quedó mirando un rato hasta que se dio cuenta de que el ejemplo había sonado de lo más cursi—. ¡Maldita sea! —murmuró—. Es imprescindible que aprendas élfico cuanto antes.

Nill hizo una mueca.

—Tendrás que enseñármelo.

Se pusieron a andar otra vez. El canto de los grillos se había atenuado y la hierba azulada, al pisarla, apenas dejaba oír un mínimo crujido.

—Entonces te enseñaré el idioma mientras te enseñe a pelear. ¿Qué arma prefieres? Manejar una espada es complicado porque pesa bastante y se necesita mucha fuerza. Pero tirar con arco es más difícil de lo que parece.

—Creo que no sé dónde me he metido.

Kaveh negó con la cabeza.

—¿Qué estás diciendo? ¡Vas a aprender mucho más deprisa de lo que crees! Prometido.

Nill le mostró una sonrisa vacilante y, durante un rato, Kaveh se quedó callado. Siguieron caminando uno al lado del otro, pensativos.

—Tenemos mucha tarea por delante —dijo él finalmente—. Hay tantos pueblos a los que debemos enviar emisarios… También yo partiré pronto.

—¿Adonde? —preguntó Nill, a quien no le sorprendió nada que Kaveh quisiera marcharse tan rápido. Al fin y al cabo estaba más decidido que nadie a cumplir sus propósitos.

—Oh, todavía no lo sé. Nunca se sabe cuándo se viaja por los Bosques Oscuros.

—Yo iré contigo.

Él la miró con sorpresa, pero enseguida sonrió.

—¿Sabes? Era lo que deseaba.


* * *


Los días siguientes reinó gran agitación en el pueblo de los elfos. Cuando se pasaba por delante de las casas-árbol y de las cabañas de hojarasca, si se subía a los puentes colgantes o se caminaba cerca de las hogueras nocturnas, por todas partes se oían murmullos: constantes rumores sobre los preparativos para la guerra. «El príncipe», susurraban por todas partes, «¡el príncipe ha convencido al rey Lorgios! ¡Estuvo en Korr y vio a la reina misteriosa, la Criatura Blanca!».

Valerosos guerreros y seguidores acérrimos de Kaveh salían diariamente para llevar por los Bosques Oscuros la noticia de que se estaba preparando una guerra. Kaveh, el rey y varios consejeros permanecían hasta bien entrada la noche examinando mapas en los que venía indicado con la hermosa caligrafía de los elfos dónde estaban situados los distintos asentamientos. Enviaron emisarios a todas las tribus afines al rey, a los habitantes de las lejanas montañas del Norte, que, como en los cuentos, eran pequeños como enanos; y al profundo y desconocido Oeste, donde se decía que vivían seres gigantescos.

También Kaveh salía algunos días para encontrar aliados. Una vez le aconsejó a Nill que no le acompañara porque la aldea a la que quería ir no tenía en mucha estima a los humanos. Y ése fue pronto el principal motivo de que Nill debiera pasar la mayor parte del tiempo sola en la aldea, hasta que Kaveh regresaba con las últimas noticias.

Pero no se aburría. Casi siempre estaban con ella Aryjén, Kejael u otros elfos que ya conocía y le enseñaban la lengua élfica. Aprenderse las palabras le resultaba sencillo, pues su sonido era tan melodioso como una canción; le costaba más la pronunciación, y si decía una frase de una forma un poco distinta, su significado cambiaba por completo. Pero, a pesar de todo, Nill aprendía rápidamente y con ganas. Pronto pudo mantener algunas conversaciones y eso la llenaba de orgullo.

En una ocasión acompañó a Kaveh con Mareju y Arjas, pero el príncipe no quiso decirles adonde se dirigían. Cuando hicieron un alto en un bosquecillo de abetos piñoneros, apareció un ciervo enorme entre los árboles. Kaveh se puso en cuclillas, en completo silencio, mientras Nill y los gemelos, que estaban unos pasos más atrás, se quedaban quietos como estatuas.

Tras el animal llegaron dos… cuatro… siete… nueve hembras. Y más ciervos todavía. Hasta que tuvieron ante ellos un rebaño completo. Los animales resollaban y golpeaban el blando suelo con las pezuñas.

—¿Qué… está… haciendo? —musitó Nill tratando de no mover los labios.

Arjas respondió de manera similar:

—Kaveh… se entiende… con ellos.

—¡¿Puede… hablar con ellos?!

—Tiene a Bruno, ¿no? —Arjas se dio cuenta de que había movido los labios y un ciervo enorme acababa de fijar la vista en él, así que metió rápidamente la cabeza entre los hombros—. Fue el jabalí quien le enseñó, claro —susurró.

Con la respiración entrecortada, Nill observó lo que ocurría.

Pero realmente no fue nada. Kaveh permaneció quieto y en silencio, igual que la mayor parte de los ciervos, hasta que el rebaño dio la vuelta y regresó al bosque. Cuando el príncipe volvió junto a sus tres amigos, que lo miraban sin saber muy bien a qué atenerse, relucía de contento.

—¡Lo hemos logrado! —gritó—. Los ciervos están de nuestro lado.

La alegría de Kaveh no impidió que Nill echara una mirada de soslayo a los gemelos. A pesar de limitarse a mirar por el rabillo del ojo, casi habría jurado que Mareju y Arjas no dejaban de pellizcarse para comprobar que no estaban soñando.

Y si Nill pensaba que luchar contra la reina de Korr en unión de unos ciervos era de locos, tres días después tuvo que echarse las manos a la cabeza cuando Kaveh les presentó como «sus aliados» a setenta robustos jabalíes.


* * *


Durante las dos semanas anteriores un sol cálido y amarillo brillante había presidido el cielo, pero poco a poco comenzó a refrescar. Una noche el tamborileo de la lluvia sobre el techo de fronda despertó a Nill. Al día siguiente el bosque estaba limpio y unas nubes pesadas y grises cruzaban el cielo. En el viento revoloteaban las últimas hojas que quedaban en las ramas de los árboles. Sólo las casas-árbol de la aldea permanecían cubiertas de hojas, aunque la hojarasca se había teñido de gris plata al igual que en los alrededores.

La lluvia se intensificó por la tarde, y bajó la temperatura todavía más. A la mañana siguiente, cuando se despertaron, la escarcha cubría la corteza de los árboles y había endurecido las briznas de hierba. Unas nubes tripudas cruzaban sobre los bosques, caían chaparrones que duraban minutos y, en medio, el sol brillaba en todo su esplendor.

Kaveh se pertrechó de un montón de armas y abandonó el pueblo en unión de Nill. Conocía un pequeño claro entre pinos que no estaba muy lejos. El musgo azul pálido estaba congelado y daba chasquidos bajo sus botas. También algunas ramas estaban cubiertas de hielo y centelleaban mostrando sus mil estrellas diminutas.

Kaveh y Nill vestían jubones de piel y camisas de cuello alto que protegían sus gargantas. La tela azul grisácea con la que estaban hechas era gruesa y mórbida, pero Nill no imaginaba de dónde podía provenir. Por encima, llevaban ambos una capa clara, con capucha. Aunque era muy fina, protegía del viento y también de la lluvia. Cuando llegaron a la explanada entre los pinos, Kaveh se quitó la capa y la dejó en el suelo con las armas.

—No tengas miedo —le dijo a Nill mientras le ayudaba a quitarse la capa—. No vas a pasar frío. Te lo prometo.

Nill se despojó de la capa con algo de desánimo.

Kaveh había agarrado dos bastones de madera de un tamaño similar al de Nill y del grosor aproximado de su brazo. Cuando el príncipe le tiró uno de los bastones, ella lo agarró fuerte con ambas manos. Su voluntad se sobrepuso a sus dudas y adoptó una pose formal. ¡Quería aprender a luchar! Tenía que aprender. Aquélla también era su guerra.

—Vamos a calentar —explicó Kaveh levantando el bastón a la altura de su pecho—. Al principio, los bastones sirven para sustituir a las espadas. Las espadas pesan mucho más.

Nill tragó saliva, aquel palo de madera ya era bastante pesado.

—Las espadas hacen mucho más daño, por supuesto. Aunque un golpe bien dado con este bastón puede doler mucho… Yo, ehmm, atiende. No tengas miedo —Kaveh sonrió y su sonrisa atenuó el ansia de Nill. Pero fue sólo por espacio de unos segundos, luego el joven puso una expresión muy seria—. Aguántalo así —se lo mostró a la chica, cerrando los puños algo más abajo, de tal modo que entre ambas manos hubiera un palmo de distancia; luego levantó el palo en posición.

Nill le imitó.

—Tu postura —dijo Kaveh señalando con la cabeza los pies de la muchacha—. Las piernas separadas. Las rodillas ligeramente dobladas. Tienes que afianzar los pies con fuerza. Que no haya nada que pueda contigo.

—Que no haya nada que pueda conmigo —repitió Nill.

Kaveh asintió.

—Bien —se acercó a ella. Luego levantó el bastón sobre la chica. Como ésta lo observaba sin moverse, le dijo en tono distendido—: Si te ataco desde arriba, tienes que defenderte así —y le enseñó cómo debía levantar el palo por encima de ella. Probaron el primer golpe a cámara lenta. Ambos palos chocaron con un cloc sordo—. Y ahora desde un lado —Kaveh atacó, de nuevo a cámara lenta, desde la derecha y Nill paró el golpe—. ¡Bien! Pero aguanta el bastón así. No dobles el brazo. Mantenlo recto, si no te volcarás. Las manos separadas, así lo sujetarás mejor. Bien. Ahora, por el otro lado.

Los golpes de Kaveh se hicieron cada vez más rápidos. Los ataques eran todavía lo suficientemente lentos para que Nill pudiera observar cada movimiento de sus brazos, pero poco a poco cobraron más vida y se fueron pareciendo más a los reales. Entonces, Kaveh dio un paso hacia ella y la obligó a retroceder. Y así comenzaron a rodearse en un círculo. El entrechocar de bastones cobró un ritmo más ligero. La defensa de Nill se hizo más fluida, sus movimientos ya no eran tan inseguros. Kaveh dejó de atacar siempre en el mismo orden y comenzó a sorprenderla con golpes inesperados. Pero a Nill se le iban cansando los brazos. Sentía sus manos ateridas de frío. Tenía el cuerpo sudoroso, el ritmo de la respiración se le había acelerado.

Mientras continuaban practicando, comenzó a nevar. Los copos húmedos caían a través de los pinos y se filtraban por el musgo helado. Pronto los copos comenzaron a posarse sobre las caras de ambos y enfriaron sus ardientes mejillas.

—Bien —dijo Kaveh finalmente mientras dejaba caer el palo. Se apartó las rastas hacia atrás—. No está nada mal, de verdad.

Nill jadeó y se frotó la frente con las palmas de las manos. Estaba mojada de la nieve y el sudor. Sentía que le palpitaban los brazos.

—Bueno —Kaveh agarró nuevamente el palo con las dos manos y se puso en actitud de pelea.

—¿Otra vez? —Nill frunció el entrecejo e intentó no demostrar su agotamiento.

—Oh, no. Ahora —añadió él en lengua élfica— atacaras , Niyú.

Fue la primera vez que Nill entendió el élfico y hubiera preferido no hacerlo.


* * *


Los siguientes días cayó un aguanieve casi constante.

De vez en cuando se transformaba en un viento que diseminaba los copos por todo el bosque, pero ni un solo rayo de sol logró penetrar entre la capa de nubes. Por las noches, al calor del fuego, el rey de los elfos contemplaba la hoguera con los ojos turbios y murmuraba:

—Nieve húmeda en otoño… Mal presagio. En otoño nieve en la tierra, en invierno sangre en la pradera.

Aryjén bajaba la cabeza y no decía nada.

Salir significaba mojarse, pero no lo suficiente para tomarlo como excusa para quedarse en casa. Y, por eso, Kaveh y Nill continuaban su entrenamiento diario. Cuando regresaban al anochecer, a Nill le ardían las palmas de sujetar el palo y sentía un dolor profundo en los hombros como si alguien hubiera tirado de sus articulaciones. Pero la chica no se quejaba. Volvía a levantarse cada mañana con la intención de practicar con Kaveh y no cejaba en su empeño jamás. Era una alumna obstinada.

Un día, el joven cambió los palos por espadas. Nill se desanimó a causa del peso del arma. Ya sólo levantarla le costaba un esfuerzo inaudito.

—No te preocupes —le daba ánimos Kaveh—. Porque cuanto más pesa el arma, con más energía puede golpear a tu contrincante —luego le dio unas cuantas indicaciones de cómo sujetar la espada y se dispuso a pelear—. Bueno. Voy a atacarte. Pero de verdad, ¿entendido?

—Por supuesto —dijo Nill con seguridad, a pesar de que las piernas le temblasen.

Kaveh se quedó parado unos instantes, luego pronunció un grito seco y de pronto estaba ante ella. Su espada sesgó el aire y cayó sobre la muchacha.

Nill levantó la suya para defenderse, pero el impulso de la misma le resultó totalmente inesperado. Se desequilibró hacia atrás y perdió el arma.

Kaveh clavó el filo de su espada en el suelo helado y le tendió la mano para que se levantase.

—Si fuera un guerrero gris, estarías muerta.

Nill se incorporó y cogió la espada.

—Intentémoslo de nuevo.

Kaveh sonrió contento de que Nill siguiera dispuesta y se puso de nuevo en posición. Esta vez la joven evitó su golpe con un giro, tal como Kaveh le había enseñado, y dejó que su espada virara al lado de él. Kaveh paró el envite con destreza y ambos quedaron en una postura algo torcida.

—No has rechazado mi acometida —jadeó Kaveh impresionado.

—No tenía que hacerlo, ¿o sí?

Se sonrieron mutuamente. Kaveh se liberó de la incómoda posición y volvieron a colocarse uno enfrente del otro. Siguieron practicando ataques, defensas y maniobras para zafarse, sin otorgar mucho empuje a los golpes. Las hojas tintineaban cuando se encontraban entre ellas.

—¿Cuántos… aliados… tenemos ya?

—No muchos —resopló Kaveh, encogiéndose para sortear un envite; luego se aproximó a ella y apoyó el filo de su espada en su cuello. Nill saltó hacia atrás y rehusó con su espada—. Demasiado… pocos, me temo.

Nill permaneció en silencio. Las embestidas de Kaveh se hicieron más veloces. Nill sintió que la estaba acorralando cada vez más. Por fin la espada de él chocó con la suya y la punta del arma se posó en el pecho de ella.

—Tú sabes perfectamente a quién necesitamos —dijo el príncipe levantando la nariz.

Nill dio un paso atrás y se desabrochó el ancho cuello de la camisa. Tenía calor.

—No voy a ir. No puedo ir —replicó.

Kaveh se apoyó sobre su espada y ojeó el cielo oscuro. Los copos de nieve flotaban por el aire como los milanos en el verano.

—Necesitamos a los hykados —dijo Kaveh con voz suave y expresión seria mientras se frotaba la nariz con la palma de la mano.

Nill le dio la espalda pensando cómo decir aquella frase en lengua élfica: Aruèn ver san el hykaed. Sonaba mucho más hermoso… ¿Por qué necesitaban humanos? Nill apretó los labios.

—Ya veremos —murmuró, se dio la vuelta de nuevo y atacó a Kaveh tan deprisa que él, desconcertado, levantó la espada tarde. A causa del golpe, ésta salió volando de su mano y él trastabilló hacia atrás.

Pero tenía una expresión de felicidad en su rostro.

Ya veremos…, ¡eso ya me lo dijiste una vez!

Y era cierto: una mañana en La Zorrera cuando depositó todas sus esperanzas en ella. Igual que aquel día.