Un reencuentro
Nill estaba en una absoluta oscuridad. El rojo centelleo que hasta entonces resplandecía a través de los barrotes de la celda se había apagado: afuera debía de haberse consumido la antorcha.
A Nill le daba lo mismo. Estaba apoyada en una mohosa pared de piedra con los brazos alrededor de las piernas dobladas y la cabeza hundida en su falda. Totalmente sola. También eso le daba lo mismo. ¡Por ella el mundo entero podría hundirse con todos los guerreros grises! ¿A Nill qué más le daba? Jamás saldría de aquel calabozo.
Y no dejaba de pensar una y otra vez en el instante en que el cuchillo mágico se había resbalado de los dedos de Scapa. Una y otra vez sentía su mirada puesta en ella, cuando retrocedió.
Había roto su promesa por la chica de la corona. La había llamado Arane. ¿Era ella en realidad? Nill apretó los brazos alrededor de sus piernas. No quería darle más vueltas a aquello; ¡le daba lo mismo, lo mismo, lo mismo! No quería saber más de Scapa, del ladrón, del traidor; ¡no quería saber nada de aquella reina misteriosa ni de la Criatura Blanca!
Nill sollozó. Se habían burlado de ella. Todo el tiempo.
Se burlaron cuando Celdwyn la mandó a aquel viaje. Los elfos se burlaron de ella cuando le dijeron que era la Criatura Blanca. Scapa era el que más se había burlado de ella por lo que le había prometido y le había hecho prometer, porque le había contado que Arane estaba muerta y porque había simulado que ella le importaba. Y lo peor de todo era que Nill se había creído todas sus asquerosas mentiras.
Lágrimas amargas rodaron por sus mejillas, pero eso no importaba. Nadie la veía. ¿Y a quién le habrían importado sus lágrimas? En casa, seguro que los hykados ya se habían olvidado de ella. Kaveh y los caballeros debían de estar muertos. Y Scapa… desde el principio no había visto en Nill más que un medio para su venganza. Ella lo sabía, pero había tratado de ignorarlo porque no quería que fuera cierto. Sin embargo, el brillo que había visto en él no era más que un reflejo de su amor por Arane.
La verdad era que Nill estaba sola, siempre lo había estado y siempre lo estaría. No pertenecía a ningún otro corazón ni residía en ningún otro pensamiento. Sólo existía allí, en la oscuridad.
—Estoy sola —gimió y, cuando oyó el eco de su propia voz, se sintió todavía más sola—. Nadie me quiere. Nadie me ha querido nunca…
De repente levantó la cabeza y se pegó un susto de muerte. ¿No oía un ruido? Soltó un grito tremendo cuando a través de la oscuridad oyó unos arañazos, y luego unas piedras que rodaban… No se atrevía ni a moverse.
Muy cerca de ella, sintió que unas patas se deslizaban por el suelo. Chilló cuando un hocico húmedo, suave, se agitó por el muro. La celda se llenó de gruñidos que rebotaron en el techo del calabozo.
—¡Bruno! —gritó la chica con voz ronca.
No había duda. ¡El jabalí de Kaveh estaba resollando y husmeando en su celda! Nill se deslizó hacia él y le puso la mano en el hocico para que la reconociera. Entonces oyó que corría hacia el otro lado del muro. El golpeteo de sus patas se perdió en la distancia.
—¡Bruno!—metió las manos en el agujero—. ¡Espera! ¡No te vayas!
Se hizo el silencio a su alrededor.
—¿Bruno?
Ni un ruido. Pero el corazón de Nill latía tan acelerado que lo sentía en sus oídos. ¡Bruno vivía y estaba allí! Eso significaba que también Kaveh y los gemelos tenían que estar cerca. La muchacha respiró deprisa. ¡Kaveh! ¡Hacía tiempo que creía que no le vería nunca más!
Se acercó más al agujero de la pared. Con las manos temblorosas palpó las losas de piedra. Detrás estaban huecas.
—Vuelve —suplicó—. ¡Vuelve aquí!
Empezó a dar golpes a la pared con las palmas de las manos, luego con los codos. Saltaron cascotes. Golpeó tan fuerte que un dolor agudo le recorrió el brazo, se quejó y se dio con la cabeza en la pared. No lo lograría sola. Tal vez, si se pasara dos horas trabajando, lograría hacer el agujero lo bastante grande para poder introducirse por él… Pero ¿podría encontrar a Bruno en medio de aquella oscuridad? El pánico se adueñó de ella. ¿Qué sucedería si él no regresaba?
Nill pasó varios minutos arrodillada ante el agujero de la pared, escuchando mientras su corazón continuaba latiendo desbocado. Oyó en la lejanía el chapoteo de la lluvia.
Perdió la noción del tiempo mientras seguía junto al agujero, escuchando.
De pronto apareció una luz. Pero no por la oquedad de la pared… El tenue reflejo vino a través de los barrotes de la puerta de la celda. A pesar de que la luz no era lo suficientemente intensa para dibujar la sombra de los barrotes en el suelo, Nill entrecerró los ojos. Al otro lado de la puerta se oían pisadas. Un vigilante había encendido la antorcha de nuevo. Con la luz, Nill tuvo la sensación de despertar de un sueño. De repente le entraron dudas. ¿ Bruno había estado realmente allí? ¿Era cierto que había visto su hocico por el agujero? Sintió que se mareaba de miedo ante la idea de que ya no podía fiarse de sí misma. Ni siquiera sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que estaba allí sentada. Por lo menos, el agujero era real.
Súbitamente oyó un sonido a través de la oscuridad.
Contuvo la respiración. Desde el otro lado de la pared oyó un ruido sordo. El muro tembló. Bastante polvo y algunas piedrecillas se vinieron abajo.
Buuummm.
Nill se echó hacia atrás. Las piedras crujieron. De improviso se cayó un trozo de pared, seguido por piedrecillas y una espesa nube de polvo.
Un rostro salió de la oscuridad. La pálida luz de la antorcha iluminó unos ojos profundamente azules.
Quería gritar su nombre, pero el susto y la consternación le atenazaron la garganta: por el agujero trepaba Kaveh.
—¡Nill! —el joven se abrió paso entre las piedras hasta llegar junto a la muchacha, que se había izado sobre el muro, y la rodeó fuertemente con sus brazos.
Por fin, ella pudo hablar.
—¿Cómo es que estás aquí? ¡Kaveh, estás vivo, estás vivo! —lo abrazó, le miró a los ojos y lo abrazó de nuevo. Qué aspecto tenía… Su cara estaba cubierta de mugre. En medio de la oscuridad Nill no podía verla del todo, pero le daba la impresión de que mostraba también las huellas de algo profundamente doloroso… En ese instante, alguien gritó su nombre y por el agujero salieron dos figuras llenas de polvo de la cabeza a los pies. Mareju y Arjas.
Los gemelos corrieron hacia ella y se le tiraron al cuello. Durante un rato permanecieron así sin dejar de reír y llorar. Luego llegó Bruno y se apretó contra ellos. Kaveh apartó los brazos de Nill y rodeó al jabalí, lo que éste reprobó con un gruñido.
—¡Bruno te ha encontrado! Cuando me ha explicado que estabas aquí, no quería creerlo, pero tenía razón. ¡Ya sabía yo que el hocico de un jabalí no se equivoca nunca!
Nill tuvo que reírse.
—¿Me ha olido? —balanceó los brazos y se miró de arriba abajo: a pesar de la débil luz, era fácil descubrir lo sucia y raída que estaba su ropa—. Seguramente no es tan difícil dar conmigo utilizando el olfato.
Kaveh la cogió por los hombros y la miró de forma penetrante.
—¿Estás sola aquí? ¿Dónde andan Scapa y Fesco? ¿Cómo habéis llegado hasta la torre?
Nill no supo qué decir. Cuando las lágrimas inundaron sus ojos, sonrió y se puso en cuclillas.
—Scapa y Fesco están aquí —dijo finalmente—. Pero no en el calabozo —y miró a Kaveh con los ojos relucientes—. No existe el rey de Korr. Es una chica la que lleva la corona.
—Lo sé.
Nill le miró.
—¿Por qué lo sabes?
—Estuvo aquí —susurró Kaveh—. Vino a vernos cuando los guerreros grises nos encerraron en el calabozo. Nos dijo que era la Criatura Blanca.
—También me lo dijo a mí —la muchacha se mordió el labio inferior—. Y… ¿es verdad?
Kaveh bajó la mirada.
—Debió de vencer al rey con una artimaña, tal como dice la profecía cuando habla de la Criatura Blanca. Sólo que… —en medio de la oscuridad Nill no estaba segura de si sonreía o sólo contraía el semblante—. Todos interpretamos mal la profecía. Yo creía que la Criatura Blanca vencería al rey y le quitaría la corona, y así ha sido, efectivamente. Pero no pensé en lo que sucedería después. Estaba tan convencido de que la Criatura Blanca protegería a los elfos de su perdición, que no pensé que la propia Criatura Blanca también podría convertirse en un peligro… como sucesora del rey. Porque la verdad es que ninguna profecía dijo que la Criatura Blanca salvaría a los elfos de la dominación de los humanos.
Nill se encogió de hombros. No es que hubiera fallado como Criatura Blanca. Es que ni siquiera era la Criatura Blanca. El destino que siempre había considerado suyo no le pertenecía. En realidad, era de Arane todo lo que ella había creído suyo: aquella joven era la Criatura Blanca y la chica que Scapa… No, Nill no quiso pensar más en ello.
—Scapa y Fesco están con ella —musitó. Kaveh y los gemelos se inclinaron hacia su compañera para oírla mejor—. Ése es el motivo por el que Scapa quería vengarse del rey: creía que ella estaba muerta.
Kaveh levantó las cejas.
—¿La reina conoce a Scapa?
Nill asintió despacio.
—¡Entonces es un traidor! —gritó Mareju—. ¡Lo ha sido todo el tiempo!
—Él sabía lo de la reina misteriosa —Arjas cerró el puño izquierdo—. Ese cobarde nos tendió una trampa.
—No —replicó Nill y se avergonzó de inmediato porque todavía seguía defendiéndolo—. No, no lo sabía. Realmente pensaba que ella llevaba mucho tiempo muerta.
Kaveh la miró con intensidad.
—¿Y se puso de su parte a pesar de que los guerreros grises siembran la desgracia por donde pasan? ¿Y no hizo nada cuando ella ordenó que te trajeran al calabozo?
Nill miró sus puños cerrados.
—No.
Kaveh apretó los labios y no dijo nada, lo que Nill agradeció de veras. Permanecieron un rato en silencio. Scapa había sido su compañero y, sin embargo, no había tenido la honra y el valor suficientes para estar de su parte.
Por fin, Nill abrió los puños. Se miró las palmas de las manos.
—Creía que podría hacer algo —susurró—. Creía que podría… Pero, ahora lo sé, no se puede ser más de lo que se es —se mordió el labio inferior. ¿Qué había estado pensando durante todo el tiempo? ¿Que de veras ella podía ser alguien especial? ¿Representar un papel en el mundo? ¿Ser importante para alguien?—. No se puede ser más de lo que se es. Yo soy y seré siempre sólo… Nill.
Vio cómo Kaveh ponía sus manos sobre las suyas con mucha cautela. Tenía los dedos tan sucios como los suyos.
—¿Sabes? —comenzó el príncipe—. Tienes razón en lo que dices. No se puede ser más de lo que se es. Pero uno puede decidir quién es. Alguien que claudica. O alguien que continúa. Tú sólo eres Nill, ése es tu destino, pero ¿quién ha dicho que… que esa Nill no pueda hacer algo grande? El destino decide nuestros objetivos, pero nosotros decidimos si los lograremos ¡en cada momento de nuestras vidas!
Nill le miró con los ojos húmedos. Qué suerte tenía de contar con alguien como Kaveh. Allí, en aquella celda quería estar, sólo para poder contemplar su cara llena de esperanza. Siempre había tenido esperanza. Su mirada había mitigado sus dudas muy a menudo. Y ahora lo volvía a hacer.
—Ay, Kaveh —levantó la nariz—. Tú no lo sabes, pero ¡eres mucho más sabio de lo que te crees!
—¿Qué? —él sonrió—. Yo no soy sabio.
—Sí, claro que lo eres. Gracias a tu corazón sabes muchas más cosas que todas las cabezas pensantes de este mundo. Y… —trató de expresar lo que sentía por él— a ti te confiaría mi vida.
—¿De verdad?
Nill asintió con energía. Durante un momento él la miró. Luego se inclinó hacia ella. Su mano rodeó su muñeca.
—Entonces te ruego que me la confíes ahora.
—¿Qué?
Kaveh tiró de ella y le susurró:
—Nos marchamos. Durante dos semanas hemos estado cavando una salida desde nuestra celda y ahora Bruno ha encontrado varias galerías por las que quizá podamos huir. ¿Sigues teniendo el cuchillo mágico?
Nill negó con la cabeza.
—Da lo mismo —dijo Kaveh—. Lo cogeremos de nuevo.
—Pero…
Antes de que Nill pudiera decir algo más, tiró de su mano y la llevó hacia el agujero de la pared. Momentos después, ella, los elfos y Bruno recorrían la más impenetrable oscuridad.